Lecturas
Borges recibiendo el Premio Cervantes
Borges, Kodama, Cervantes
Lunes 16 de enero de 2017
"Todo lector es en cierta forma un autor, creador del texto que lee", escribe el autor de Dos veces junio alrededor de una nota de María Kodama sobre "Pierrre Menard, autor del Quijote".
Por Martín Kohan.
El 11 de enero pasado, María Kodama ofreció en el diario La Nación una lectura ciertamente original del cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, escrito por quien fue su marido (aunque lo escribió mucho antes de serlo). Kodama aborda el cuento a partir de la noción de “dominio público”, que aplica a Borges pero habría que extender más bien a Menard, porque en rigor es el personaje que Borges crea quien se aboca a reproducir el Quijote.
Pierre Menard vendría a ser entonces un hombre que, aprovechando que han transcurrido ya los setenta años de protección legal, se agarra para sí Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y lo presenta como propio. Kodama ve así en “Pierre Menard...” la treta artera de un vivo de aquellos, que se sale con la suya a fuerza de una impunidad bien calculada.
Encuentro la hipótesis un tanto reductiva, excesivamente anclada en la lógica ramplona de la mera razón jurídica, y a mi entender demasiado centrada en la premisa de la avidez de dinero. Yo percibo en el “Pierre Menard...” de Borges una veta más literaria. A mi entender, lo que el cuento plantea es una formulación colosal de lo que toda lectura implica: apropiarse en cierta manera del texto leído, de modo que, siendo el mismo, exactamente el mismo, parezca convertirse en otro, llegue a ser efectivamente otro. Así resulta que todo lector es en cierta forma un autor, creador del texto que lee, y por eso los más diversos teóricos de la lectura y la recepción no han dejado de remitirse a esta genial construcción borgeana.
Pero Borges amplía y enriquece no sólo la noción de lector, sino también la noción de autor. El autor deja de ser concebido como el genio que crea desde la nada, bajo el mito dudoso de la inspiración trascendental, para ser pensado tanto mejor a partir de la lectura: escribir es reescribir, pues se escribe a partir de lo que se lee. La invención no es sino transformación, intervención en lo ya existente, lo nuevo no se produce sino volviendo sobre la tradición, trazando en ella un desvío.
¿Por qué escoge Pierre Menard (por qué Borges lo hace escoger) nada menos que Don Quijote? No me convence la idea de que lo hace porque ya es de dominio público y entonces la viuda de Cervantes (por lo demás, ya fallecida) no va a poder ensañarse con él y acosarlo con un staff de abogados truculentos. Tengo para mí que lo hace porque se trata de un texto clásico, es decir, de un libro que todo el mundo reconoce como escrito por Miguel de Cervantes. Le interesa esa tensión: la de la autoría establecida y sancionada nada menos que por la clasicidad (¡y qué ridículos lucen los mezquinos setenta años frente al vasto tiempo propio de los clásicos literarios!) respecto de la autoría productiva del que lee y leyendo a su vez crea, escribiendo en lo ya escrito, siendo apenas “Pierre Menard”.
De las tantas y tantas cosas que nos fascinan de Borges, hay una que aquí se impone: la sugestión prodigiosa de un absoluto literario, de que la literatura pueda serlo todo, la de su potencia para abarcarlo todo. Pero siempre existe, mal que nos pese, la alternativa opuesta: la de la letra chata, monocorde y monosémica, que hace retroceder a la literatura, para que otra clase de lógica y de intereses recuperen territorio. No es ilegal, no es ilegítimo. Es deprimente, eso sí: es deprimente. Sobre todo cuando se trata nada menos que de Borges.