La matriz narrativa
Otra columna del autor de La maestra rural
Jueves 05 de setiembre de 2019
"Toda narración puede encuadrarse en un género, o más bien en una matriz narrativa, una especie de forma atávica que se repite de narración en narración, como un esqueleto que salta de cuerpo en cuerpo, y que es la guía secreta de nuestra forma de escribir y de leer y de mirar o escuchar cualquier segmento narrativo".
Por Luciano Lamberti.
El hombre casado cree que toda narración puede encuadrarse en un género, o más bien en una matriz narrativa, una especie de forma atávica que se repite de narración en narración, como un esqueleto que salta de cuerpo en cuerpo, y que es la guía secreta de nuestra forma de escribir y de leer y de mirar o escuchar cualquier segmento narrativo. El hombre casado piensa en estas cosas porque tiene que preparar la clase de su taller, y está viajando en el 55, después de encontrarse a tomar un café con Elvio Gandolfo, a quien tendría que haberle preguntado sobre la matriz narrativa, piensa ahora, a bordo del 55, pero ya es demasiado tarde, pagaron su café y se fueron en direcciones distintas, el encuentro terminó, y además Gandolfo seguro que no cree en matrices narrativas, y su respuesta será más bien irónica o disgresiva. El 55 está lleno de gente, el hombre casado apenas puede respirar entre esos cuerpos desconocidos que lo aprietan, así que se pone a pensar en el tema de la matriz narrativa como una forma básica de eludirse o desaparecer.
Hay dos clases de matriz narrativa, piensa el hombre casado. Una es “crimen y castigo”, una matriz arquetípica según la cual todo aquel que comete un acto inmoral recibe el castigo justo, y que sigue funcionando en nuestra sociedad por más cancheros, evolucionados y ateos que seamos. Toda la biblia es un largo “crimen y castigo”, o la historia de Dios y el Diablo peleándose por la humanidad. Ana Karenina habla de lo mismo, así como Madame Bovary, todos los policiales de la historia, el cuento Antártida, de Claire Keegan, muchos de los cuentos de Mariana Enríquez, etc.
La otra matriz narrativa puede llamarse “pasar por la puerta”. Es cuando el protagonista atraviesa un umbral, en general representado por el que va desde la infancia a la madurez, o desde esa extraña edad que son los doce, los trece, los catorce años, y todo está por hacerse, y cada vez que hacemos algo es la primera vez. Es el famoso relato de iniciación, que puede tomar muchas formas exteriores pero que siempre está hablando de lo mismo: de internarnos en lo desconocido, de experimentar eso que hasta el momento era solo oscuridad, y que cambia para siempre nuestra visión del mundo. Decía Piglia que decía Lukács que todo relato de iniciación confronta los ideales de un protagonista con la triste realidad del mundo. El personaje va a poner en juego sus valores frente a los valores (o a la falta de valores) del mundo y de esa confrontación saldrá un protagonista integrado, que cede, como el Silvio Astier de El juguete rabioso o uno que se opone y sigue luchando con la firme convicción de fracasar, como el Erdosain de Los Siete Locos.
En esas dos matrices narrativas podrían incluirse la mayoría de las historias que escuchamos, leemos o vemos, piensa el hombre casado, con un codo en un lado de la cara y un trasero en el otro lado, aunque también piensa que esto es una grosera simplificación, que hay muchas otras matrices narrativas, que debería decírselo a sus alumnos para no coartarlos, aunque a veces las restricciones son más productivas para el artista que la libertad absoluta.
“Algo se aproxima”, por ejemplo, es la matriz narrativa de la amenaza, siempre productiva para escribir, piensa el hombre casado, y recuerda, también, que ese es el título de unos de los primeros cuentos de Saer, un largo relato donde en rigor de verdad lo único que se aproxima es la desilusión, porque después de una comida y de una visita a un cabaret, los personajes se preguntan qué les ha pasado, qué sentido tiene la vida, y uno de ellos responde: “Ninguno, por supuesto”. Lo que siempre se aproxima es una amenaza en la vida de los personajes, que puede ir desde los resabios de un desastre nuclear a una tormenta, desde el loco de la motosierra a la factura de la luz y el gas, desde una enfermedad terminal a una invasión extraterrestre, desde una esposa enojada a un hijo revoltoso. Es esa amenaza, es el posible clímax en el que se produce el enfrentamiento entre dos fuerzas, el que alimenta la tensión en un cuento, el que nos hace seguir leyendo (y cuyo enfrentamiento final puede ser fácilmente elidido: lo importante es esa espera).
“La espera interminable”: ahí tienen otra matriz narrativa, piensa el hombre casado: esperar el 55, ver pasar al 42, al 65, al 124, y esperar al 55 durante horas, semanas, años, envejecer y morir y ver, con las últimas luces, que el 55 pasa de largo. La espera interminable: la inventó Kafka, que era un as en esto de conocer las matrices narrativas, y la reprodujo Dino Buzzati y, más acá, Antonio Di Benedetto en Zama y el mismo Saer, que odiaba el acontecimiento en la literatura. El postulado básico consiste en jugar con el lector que ya tiene incorporado genéticamente la idea de “Algo se aproxima”, y negárselo. El protagonista se queda boyando, entonces, entre dos hechos, uno pasado y uno futuro, que nos son escamoteados, y la narración se vuelve sobre si misma.
Pero eso no es todo, piensa el hombre casado, mientras toca el timbre para bajarse en Acoyte y sale despedido como una flatulencia del 55. Tiene que haber una madre de todas las matrices narrativas. ¿Es osado pensarlo?, se pregunta el hombre casado. Y se dice que no, que no es osado. La matriz narrativa fundamental es “Hacemos la guerra”: los primeros grandes relatos son relatos de guerra, son héroes de guerra, y si vamos más atrás los relatos son siempre encuentros entre antagonistas, aunque a veces el antagonista sea el propio protagonista peleando contra él mismo. Eso piensa el hombre casado mientras está llegando a su casa, después de haber batallado contra la línea 55, triste Don Quijote, preso en su ciudad.