La heroína secreta
Sobre 1982, de Sergio Olguin
Lunes 12 de junio de 2017
"El efecto de totalidad del realismo, como sabemos por Pierre Macherey, se produce mediante una falta, mediante un no-dicho que se inscribe en lo dicho, algo que no está pero cuya supresión el texto de alguna forma registra".
Por Martín Kohan.
Los consumos culturales ocupan un lugar preponderante en los intercambios sociales que entablan los personajes de 1982, la última novela de Sergio Olguín. Por supuesto que, con el realismo literario como marco de referencia, se toman en cuenta igualmente los aspectos ideológicos, económicos, políticos, familiares, profesionales, sexuales, sentimentales. Pero las relaciones que los personajes mantienen entre sí en la novela pasan en su mayor medida, un poco como en los libros de Julio Cortázar, por las respectivas coordenadas de consumo cultural: los libros que leen (y los que no), el cine que ven (y el que no), la música que escuchan (y la que no).
Pedro es el protagonista de 1982, entre otras varias razones, porque es quien puede establecer con mayor precisión en qué estamento del escalafón (la de Olguín es una historia de jerarquías y dominación, de ascensos y caídas en desgracia) se ubica cada cual (incluido él mismo, sus propios blancos y sus propios baches, pues no se jacta de ser un lector total o un sabedor total). En el grado inferior de esta disposición más o menos vertical, aparece Blanca, la empleada doméstica de los Vidal, que tiene “letra de semianalfabeta”, que es mala y nada perspicaz. La sigue, algo más arriba, Augusto Vidal, militar de profesión, padre de Pedro, poseedor de un solo libro que no leyó porque “no había tenido tiempo”: De la guerra, del general Von Clausewitz (libro que le obsequió a Pedro, sin que por eso Pedro lo leyese. De manera que, si a los ojos de Pedro, su padre es un no-lector, a los ojos de Augusto Vidal el no-lector vendría a ser su hijo, ya que, para los cultores de un solo libro, ese libro representa el todo de la lectura, la lectura como tal).
Después sigue Fátima, que es la segunda esposa de Augusto Vidal y no es la madre de Pedro (la suma de esos dos factores favorece que se convierta en su amante). Fátima es lectora, sí, pero lectora de best-sellers, lectora de Guy des Cars por ejemplo; es lectora de libros berretas y Pedro, aunque la ama, lo sabe (o mejor: aunque lo sabe, la ama). Caerá en la trampa que le tienden, porque le faltará inteligencia para discernirla. Sigue en la línea Silvina, la novia de la facultad de Pedro (Pedro estudia Letras), que maneja las lecturas prestigiadas por la carrera universitaria (con ella se puede cotejar a Rabelais con Racine), pero queda también sujeta a sus límites. Pedro, en cambio, como tiene un pie adentro y un pie afuera de la facultad, puede leer lo que ahí se lee, pero también lo que ahí no se lee (Las tumbas de Enrique Medina, por ejemplo; o los libros de Bioy Casares). Y eso mismo le permite luego relacionarse con Luna y hasta formar con ella una especie de “club de lectura de dos personas”; Luna es una jovencita encantadora de lecturas asistemáticas; Pedro puede recomendarle libros, pero también ser receptivo de los libros que ella aprecia, precisamente porque no sigue una formación regular (Fátima tiene celos de Luna, porque es muy joven y muy desenvuelta, sin advertir por qué razones debería celarla en verdad: porque es mejor lectora que ella, y Pedro lo sabe).
Ahora bien, todo este sistema de acoples y desacoples, refracciones y complementaciones, subordinaciones e insubordinaciones, funciona gracias a una exclusión determinante. Pues el efecto de totalidad del realismo, como sabemos por Pierre Macherey, se produce mediante una falta, mediante un no-dicho que se inscribe en lo dicho, algo que no está pero cuya supresión el texto de alguna forma registra. Y que, en 1982, es la “chica rubia de anteojos”, “proveniente del Nacional Buenos Aires”, a quien Pedro no soporta porque rebate en clase todos sus argumentos. Ahí no hay traspaso de lecturas, tampoco convivencia y coexistencia, esa lectora y esas lecturas tan sólo pueden incordiar a Pedro. Y para que Pedro pueda dejarlas de lado, la novela misma tiene que hacerlas a un lado.
Y lo hace: esa chica dura apenas cuatro renglones en el libro, y sale expulsada sin que nos enteremos ni siquiera de su nombre. Es, por ausencia, por lo que hace posible con su ausencia, la heroína secreta de 1982.