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La España apacible

Sobre dos novelas de J. M. Guelbenzu

Quintín escribe sobre No acosen al asesino y La muerte viene de lejos, del escritor y crítico español, en su serie de lecturas de policiales. "El lector está invitado al lento acercamiento a un desenlace previsible. Y, efectivamente, el acercamiento es lento y en eso reside lo más original".

Por Quintín.

Hace unos días me crucé con un artículo en el que Fernando Savater recomendaba libros y me llamó la atención este consejo: "Atrévase con alguna de las novelas de José María Guelbenzu protagonizadas por la juez Mariana de Marco (...) Es verdadera intriga policíaca, no sociología o denuncia disimuladas, porque Guelbenzu no cede ante la moda de que todo sea novela negra, peste de la literatura actual." Fui un lector de Savater en los setenta. Era un filósofo joven, una novedad en la escena española franquista. Era inteligente, formado, audaz y tenía un pensamiento que mezclaba liberales a la inglesa con heterodoxos continentales como Nietzsche o Cioran. Después, con los años, la transición y lo demás, Savater se fue ablandando. De pensador pasó a divulgador, cambió la épica por la hípica y el silogismo por el sibaritismo. Aun así, tuvo gestos de gran coraje, como el que hacía falta para oponerse a la barbarie de ETA, que entonces era de buen tono progresista justificar. Coincido poco con Savater en estos días, aunque es oportuno decir que sigue pensando por su cuenta y le sigue gustando la literatura. 

Por eso le hice caso y ataqué la serie de Mariana de Marco. No solo por Savater, sino por Guelbenzu, escritor de novelas "generales" y buen crítico, aunque en relación a la novela policial tiene el mismo sesgo que Savater, es decir la preferencia por el policial de enigma a la inglesa sobre el hard boiled americano. Soy mucho más ecléctico, pero coincido con Guelbenzu en una cuestión fundamental: el rechazo a los asesinos psicópatas y a los detectives atormentados y, muy especialmente, a los policiales escandinavos actuales, desde el sobrevalorado Henning Mankell al sobreproducido Stieg Larsson y (salvo la gloriosa pareja Sjöwall & Wahlöö), esa caterva hoy de moda integrada por suecos, noruegos, daneses y fineses que fabrican en serie novelones sádicos, truculentos y didácticos. (El policial escandinavo parece una sucursal pop de los gustos literarios de la Academia sueca con su humanismo adocenado y su amor por la crueldad políticamente correcta.)

La serie empezó en 2001 y acaba de aparecer el octavo volumen, El asesino desconsolado. Leí las dos primeras: No acosen al asesino y La muerte viene de lejos. En una entrevista, Guelbenzu dice: "La novela policiaca clásica requiere una sociedad avanzada, civilizada, y aquí hemos carecido mucho de ambas cosas. Aunque el realismo español, tan descarnado, le va que ni pintado a la novela policiaca, ha habido muy poca intriga bien elaborada, casi todo ha sido denuncia social, novela negra de calle con detective frustrado, perdedor y cínico." La serie de Marco se inscribe entonces en ese "realismo español" y es una descripción de ambientes y personajes con la narración yendo y viniendo entre las acciones y los pensamientos de los protagonistas. No acosen al asesino se desarrolla en San Pedro del Mar, pequeño pueblo ficticio de Cantabria en el que turistas acomodados de otras partes de España pasan sus vacaciones de verano. Mariana de Marco, divorciada de quien fuera su socio en un próspero estudio jurídico, decidió entrar de grande a la carrera judicial y el juzgado de San Pedro es su primer destino. En La muerte viene de lejos pasa a Villamayor, una ciudad más grande y más fea, a una hora de San Pedro. Su trabajo como jueza no es exactamente descubrir crímenes, pero en las novelas se dedica a eso.

Sin embargo, en No acosen al asesino, el lector conoce al criminal desde el primer capítulo, donde Carlos Sastre entra en la casa de un juez retirado y lo degüella con una navaja de afeitar. El libro tiene algo de homenaje a El asesinato de Roger Ackroyd, una de las primeras y más famosas novelas de Agatha Christie. Es una de las favoritas de todos los tiempos de Savater. Guelbenzu define a la autora como una escritora mediocre, pero buena para imaginar intrigas. En Roger Ackroyd no sabemos quién es el asesino hasta el final, pero este resulta ser el narrador del libro, una gran trampa cuya legitimidad todavía se sigue discutiendo. (Por favor, no digan que esto es un spolier: la novela se publicó hace un siglo y vendió más que Dickens). A Christie le gustaba hacer cada tanto una de esas cosas (Asesinato en el Expreso de Oriente es otro ejemplo), pero Guelbenzu juega limpio. Desde ya, la suya no es una novela negra, pero tampoco es un whodunit. O lo es a medias. Es decir, para el lector y para el asesino no lo es, pero sí para los otros personajes, empezando por De Marco. 

Se sabe que en algún momento el crimen será resuelto y Sastre no podrá escapar a la creciente aparición de indicios en su contra. El lector está invitado al lento acercamiento a un desenlace previsible. Y, efectivamente, el acercamiento es lento y en eso reside lo más original y lo más interesante de la novela. Guelbenzu se toma su tiempo para administrar los hechos que hacen progresar la investigación. Entretanto se dedica a describir al núcleo de amigos y conocidos entre quienes se concentran las sospechas. Son burgueses de mediana edad que todos los años se encuentran en San Pedro y, como suelen hacer los de su condición, se reúnen, comen juntos, celebran fiestas, van hasta el pueblo y a la playa. La novela pasa de uno a otro, del médico abnegado al nuevo rico que quiere lucir su lancha, de la aristócrata que organiza la vida social a su hermana, que ha tirado la chancleta en ausencia del marido. Es un mundo próspero, chato y previsible, en el que las emociones se buscan en secreto, como en el caso de la mujer que se enamora de Sastre y tiene con él una relación apasionada. Sastre piensa casi en los mismos términos que los demás, solo que tiene que disimular el crimen y no cometer una torpeza que lo delate. Pero mientras los demás advierten en él algo que no encaja del todo, el asesino se da cuenta de que su acto es incompatible con el futuro y no tiene sentido. Será un crimen no solo con castigo sino con conciencia de su inutilidad. Guelbenzu no juega a convertir San Pedro en Twin Peaks, se limita a narrar una ligera alteración en su programa estival, a arrojar una leve sombra sobre el destino de sus veraneantes a quienes no les atribuye grandes cualidades pero tampoco desprecia; más bien los respeta y hasta los quiere moderación. Es un modelo de novela sin atributos, sin misterio ni conclusiones claras y cuyo mayor mérito es mantener el tono y el temple de su discurrir estival, aunque el clima cantábrico ofrezca más días de lluvias y tormentas que la costa argentina.

La segunda novela, La muerte viene de lejos tiene el mismo tempo pero otra estructura. El asesino no se sabe pero se sospecha y hasta se llama parecido: Rafael Castro. Es el único asesino posible en un crimen que no se sabe si se cometió: el avaro del pueblo muere asfixiado y la justicia declara que fue un accidente, lo que absuelve a Rafael, un buscavidas llegado de Francia que con la muerte del viejo hereda su fortuna. Pero Carmen, la antigua asistente de la jueza en San Pedro, teme que su sobrina sea la siguiente víctima de Castro. Si en No acosen al asesino, Mariana de Marco era un personaje más, apenas la representante de la ley en San Pedro, aquí cobra protagonismo. Durante toda la novela, Carmen trata de convencer a Mariana de que reabra el expediente, aunque no hay ninguna base legal. Pero la jueza siente una irresistible atracción por Rafael, un seductor absoluto que la hace despertarse acalorada en medio de la noche. En la primera novela, la jueza de Marco tiene un amante inglés que la visita cada tanto. Aquí está sola y no sabemos si se terminará acostando con el oscuro personaje o si descubrirá su culpabilidad antes de que eso ocurra. Más que un policial, es toda una novela romántica, de esas que mezclan el sexo con el peligro. Pero Guelbenzu sobrevuela la amenaza discurriendo sobre un tema más abstracto: si Rafael es un representante del Mal, como cree Carmen, o es simplemente un desalmado sin acentos metafísicos como empieza a pensar Mariana. La España de Mariana de Marco se termina pareciendo mucho a la Inglaterra de Miss Marple, la vieja heroína de Agatha Christie: un lugar relativamente apacible con alguna gente insatisfecha y unas pocas manzanas podridas. Se requiere destreza para hacer digerible en el siglo XXI una escritura con estos supuestos. 

 

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