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La escritura como una forma de interrogar la realidad

Nona Fernández Silanes

"El Mapocho es la metáfora de todo lo que arrojamos a la basura, de todo ese material social que el establishment preferiría que no existiera", dice la escritora chilena en esta entrevista con Natalia Gelós a partir de su novela reeditada por Eterna Cadencia. "Volver a un texto escrito hace casi veinte años es como ver un video de una misma en el pasado".

Por Natalia Gelós. Foto de Sergio López.

 

Todo corre por ahí: pasan la mugre, los muertos, la violencia; pasa la Rucia, una mujer que vuelve a Chile con las cenizas de su madre a cuestas, en busca de su hermano, acostumbrada a una vida en la que la fe es el trasero de una Virgen que sólo mira a los del otro lado. A las aguas de ese río que atraviesa la ciudad de Santiago de Chile va todo eso y en Mapocho, la novela que toma su nombre, Nona Fernández Silanes lee el pasado de su país como quien lee la borra del café, sobre los restos, para alumbrar lo que se viene.

Nació en 1971, es también actriz y guionista, ha ganado el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por otra de sus novelas, La dimensión desconocida, y explica que hará esta entrevista por mail porque nunca tiene tiempo: “Entre trabajo y trabajo, corriendo de aquí para allá, puedo robarle minutos al reloj y voy respondiendo de a poco en los ratos libres”, dice. También cuenta que lo último que leyó de Argentina fue Mal de Época, de  María Sonia Cristoff.   

Mapocho germinó hace casi veinte años, cuando la escritora vio la foto de unos cuerpos muertos en las aguas del río. A partir de ahí, creció ésta que fue su primera novela, ahora reeditada por Eterna Cadencia. En sus líneas salvajes, se lee, por ejemplo: “El pasado tiene la clave. Es un libro abierto con todas las respuestas. Basta mirarlo, revisar sus páginas y abrir los ojos con cuidado para caer en cuenta. El pasado es un lastre del que no hay cómo librarse. Es mejor adoptarlo, darle un nombre, aguacharlo bien aguachado bajo el brazo, porque de lo contrario pena como un ánima con los rostros más inesperados".

 

 

¿Cuál es tu historia personal con el río Mapocho? Más allá de lo que representa en la novela, ¿qué es para vos?

Creo que las ciudades nos determinan, somos parte de ellas, de su devenir, de su personalidad. El eco de su historia y de su funcionamiento nos contamina, aunque no nos demos cuenta o no queramos hacerlo. Nací en Santiago, he vivido toda mi vida aquí y una de mis obsesiones ha sido descubrir ese eco del que hablo. Quizá como una búsqueda desesperada de identidad en un territorio bastante híbrido como es Chile. En ese contexto el Mapocho es una pieza importante a descifrar porque está ahí antes que la ciudad misma. Es parte de nuestra prehistoria y a la vez de nuestro presente inmediato. Los tiempos se cruzan en él. Además es un lugar muy familiar, como el patio de la casa. Un sitio que ha estado presente en todos nuestros tránsitos, en todas nuestras épocas. El río es un pedazo de nuestro paisaje personal, de nosotros y nosotras mismas, e indagar en él es seguir la hebra de nuestro propio ombligo.

¿Y cómo llega a tu novela?

La novela partió su curso de escritura a fines de los 90, cuando ya comprendimos que esta democracia que tenemos es una continuación amable de la dictadura. Había en mí un sentimiento de decepción grande, una molestia y un desasosiego difíciles de procesar que tomaron forma en la escritura de este libro medio rabioso que intentaba dar cuenta del país en el que estaba. La puerta la abrió una fotografía que vi casualmente. Era la imagen de tres cadáveres que se encontraban tirados en la orilla del río unos días después del golpe militar. Cuerpos que habían sido baleados y que en la foto se encontraban en el corazón de Santiago de Chile, a plena luz del día. Quise seguir la hebra de esos tres muertos y me encontré con muchos otros. Cuerpos que se fueron por el río desde la fundación de Santiago en adelante. Ahí donde la Historia tenía un registro, siempre hubo un muerto abandonado en las aguas del Mapocho. Esos cuerpos que vi retratados eran el reflejo de otros, que a la vez lo eran de otros anteriores, que a la vez lo eran de otros aún más anteriores. Como una historia de muerte cíclica que no partía en la dictadura sino que venía desde hace mucho tiempo atrás. El libro quiso darle voz a esos muertos. Que son nuestros muertos. Y que a la vez pueden llegar a tener nuestras propias caras si es que seguimos sin verlos.

En el epílogo a esta edición hablás de la rabia como motor de escritura ¿Cómo funciona?

Mapocho fue escrito una vez que terminaron los noventa. Años de mierda en los que se fundó nuestra democracia “en la medida de lo posible”, pactada con los militares, con el dictador en el Senado, regidos por la constitución de la dictadura, vigente hasta el día de hoy. Vengo de una generación que no conocía la democracia y que confió en los que se hicieron cargo de ella. Ya a fines de los 90 comprendimos el juego que nos tenían jugando y en mi caso la frustración y la rabia fueron completas. Mapocho viene de esa rabia e inauguró una forma de escritura. Desde entonces hasta ahora siempre he escrito de lo que me desasosiega. De lo que me descompone, de lo que me frustra, de lo que no logro entender. La escritura apareció entonces, y sigue apareciendo, comouna forma de interrogar la realidad.

¿En esta última década, qué otras cosas arrastraría ese Mapocho?

El Mapocho es la metáfora de todo lo que arrojamos a la basura, de todo ese material social que el establishment preferiría que no existiera. El río lo acoge y lo deja fluir en el centro de la ciudad, en la capital del país, pero nadie lo ve, o más bien, nadie lo quiere ver. Hoy en día en el Mapocho van las víctimas de la militarización de Wallmapu, de la crisis ambiental, los inmigrantes, los viejos, todos nuestros viejos, sin pensiones dignas, nuestros jóvenes con una educación pública precaria, nosotras, las mujeres, reclamando un espacio, todos los jóvenes suicidas, la juventud chilena tiene altos índices de suicidio y enfermedades anímicas. Uy, falta río para tanto tránsito...  

¿Cómo investigás para tus libros?

Trabajo a partir de archivos. Eso quiere decir que gran parte de mi escritura se construye a punta de investigación. Incluso los libros que son pura ficción como Mapocho están hechos inspirándose en hechos reales de la historia de mi país o de historias personales, domésticas, familiares. De hecho más que escritora siento que soy una especie de tira que recaba información en archivos, fuentes, bibliotecas, y que luego, cual DJ, sólo organiza materiales. A veces esa organizada se hilvana en base a hilos de pura ficción. Otras, en base a pura realidad, develando todos los trucos, como en Chilean Electric o La Dimensión Desconocida.

¿Y qué lugar ocupa la intuición en tu escritura?

Nunca hay plan. Apenas un par de intuiciones que me invitan a escribir. Con ellas me lanzo a oscuras sin saber mucho, entregada a ese vértigo maravilloso que es perder el control. Es como zambullirse en el mar de noche y bucear intentando encontrar algo. La intuición es la única luz que tengo en esa búsqueda. Con ella voy hallando los materiales, siguiéndolos, sorprendiéndome con lo que aparece y, en parte, encontrándome a mí misma también.

Escribiste Mapocho cuando estabas embarazada. ¿Cómo recordás ese momento?

Fueron tiempos de puro goce y escritura. Nos habíamos ido a vivir a Barcelona por un año sabático y desde entonces nunca más he podido repetir ese disfrute máximo que fue vivir única y exclusivamente para escribir. Además, la distancia con Chile ayudaba a observar mejor, a meditar mejor. Tuve un buen embarazo, entonces cargar con ese polizón no hizo más que coronar ese periodo de pura creatividad. Te respondo y una nostalgia malsana se me cuela entre las letras.

¿Qué pasó con el reencuentro con la novela para la reedición?

Volver a un texto escrito hace casi veinte años es como ver un video de una misma en el pasado. Uno lo reconoce todo, las facciones, los movimientos, el tono de voz, pero sin duda ya no es la de entonces y es curioso constatar cómo se ha cambiado. Mapocho es mi primera novela y yo diría mi primer libro. Aquí se funda mi imaginario, mis preocupaciones, mi voz, todo lo que vendrá en adelante sale de este texto. Por lo mismo nos enfrentamos a esta nueva edición respetando a esa joven que tuvo la valentía y el delirio de lanzarse a las aguas sucias y turbulentas del río, que son las aguas que han construido mi escritura. Le debo tanto a esa joven, que no podía transgredirla y lo único que hicimos fue una edición de estilo, trabajando cacofonías, reiteraciones innecesarias, limpiando ripios. No hubo reescritura ni reestructuración del texto. Nunca quise hacerlo. Si lo hacía hubiese construido otro libro y eso no tenía ningún sentido. Creo que los libros son como cápsulas de tiempo lanzadas al futuro. Llevan un mensaje, un testimonio o quizá un enigma de un momento determinado. No podemos intervenirlos, ¿para qué? Es como negar los procesos, las evoluciones, los devenires históricos y vitales y en el mundo en el que vivimos eso me parece tramposo y hasta anti ético. Mi escritura viene de Mapocho, desde ahí se construyó, y quien me lea puede seguir ese proceso.

 

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