La biografía, un género con orígenes en la antigüedad
Por Gonzalo León
Miércoles 11 de julio de 2018
"La biografía cruza la historia más allá de la literatura: el Nuevo Testamento, sir ir más lejos, puede leerse como una gran biografía de un hombre llamado Jesús y cómo se convierte en Dios y nuevamente en hombre". Desde Plutarco hasta nuestros días, un recorrido de punta a punta por los mojones de este género capaz de albergar incontables ramificaciones. A punto de iniciar su taller, el autor de Serrano deja un repaso.
Por Gonzalo León.
La biografía entendida como género literario nace a fines del siglo XVIII con la Vida de Samuel Johnson, que escribió el escocés James Boswell. El siglo XVIII como dijo Borges es un siglo cuya tipografía le gustaba mucho, y eso se debía a que en ese siglo hay un auge de las biografías, los libros de viajes, los diarios y las novelas epistolares. Es el siglo donde también se crea la palabra "literatura", reemplazando definitivamente el término "bellas letras". Pero mucho antes de Boswell, en la Antigüedad ya habían escrito biografías Plutarco, Suetonio y Diógenes Laercio. En la Edad Media lo hizo Francois Villon y, un siglo antes de Boswell, el inglés John Aubrey, que usó un modelo que tomarán las biografías imaginarias dos siglos más adelante.
La biografía cruza la historia más allá de la literatura: el Nuevo Testamento, sir ir más lejos, puede leerse como una gran biografía de un hombre llamado Jesús y cómo se convierte en Dios y nuevamente en hombre. Sin embargo, como dice Fran Brady en el prólogo de este libro, “Boswell supo crear la conexión que faltaba: su Vida de Johnson encarna un momento crucial en la historia de la biografía por cuanto que unifica las tradiciones ética y anecdótica”. Y agrega un aspecto que se desarrollará en las novelas del siglo XIX: el aspecto sicológico. El modelo de las biografías éticas lo dio Plutarco y sus Vidas paralelas, mientras que el modelo de la biografía anecdótica podría remontarse a Jenofonte y a Diógenes Laercio.
Borges fue un admirador de estas dos almas o vías en las que se ha desarrollado este género: tanto la imaginaria como la de no-ficción. En el Borges, de Bioy, un libro que funciona al modo de las biografías del siglo XIX se nos muestra la admiración que los amigos le tenían al texto de Boswell. Dice Borges: “Boswell resolvió el problema de mostrar manías, rasgos absurdos y hasta desagradables de Johnson, y, al mismo tiempo, persuadirnos de que era un gran hombre, admirable y querible”. Puede decirse que para entender el fenómenos de las biografías hay que leer el Borges, de Bioy, ya que se trata de una biografía que habla del género, por ejemplo los amigos plantean la discusión de cuál es mejor: si la biografía de Goethe titulada Conversaciones con Goethe, de J.P. Eckermann, o la de Johnson. Es claro que la admiración por Boswell gana por paliza.
Pero la tradición biográfica entendida como Bowell y el propio Johnson, gran autor de vidas, como se les decía en ese entonces a las biografías, de poetas ingleses, tuvo un giro a finales del siglo XIX debido a una crisis en la industria editorial que, como toda crisis, hizo que las biografías de gran formato se dejaran de publicar. A cambio surgieron revistas y suplementos literarios y los autores tuvieron, por así decirlo, que ganarse el lugar con textos breves; entre esos textos destacaron los cuentos de Guy de Maupassant, que creó la estética del cuento breve. Junto al cambio introducido por Maupassant, surgió otro cambio de la mano de Marcel Schwob, autor francés que colaboraba en esas revistas y suplementos, cuando publicó Vidas imaginarias. Borges también sintió admiración por él y escribió que había inventado “un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén. En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas”, y aquí habría que agregar que sobre todo en Argentina estas sociedades secretas se multiplican: de tanto en tanto aparece una edición de Vidas imaginarias. Borges agregó en los prólogos de su Biblioteca Personal un punto crucial a esta descripción del método de Schwob: “Hacia 1935 escribí un libro candoroso que se llamaba Historia universal de la infamia. Una de sus muchas fuentes, no señalada aún por la crítica, fue este libro de Schwob”.
Schwob no sólo se limitó a escribir estas biografías breves e imaginarias, que mezclaban personajes reales con hechos inverosímiles, sino también fijó un punto de partida de esta vuelta de tuerca en la tradición biográfica. Primero se afirmó en el escritor inglés John Aubrey y sus vidas escritas a fines del siglo XVII, pero descubiertos en la época de Schwob. En sus Vidas ajenas, Aubrey incluyó a hombres notables de su tiempo: Hobbes, Descartes, Shakespeare, Milton. A diferencia de las biografías que se harán un siglo después, Aubrey omitió a qué se dedicaban sus biografiados y prefirió resaltar algún rasgo que a veces era grotesco, otros vulgar, en general anecdótico. Por ejemplo, del filósofo Thomas Hobbes escribió: “Además de su caminata diaria, jugaba tenis dos o tres veces al año (más o menos a los 75 años lo hacía); y luego se acostaba para que le dieran un masaje”. En el prefacio de Vidas imaginarias, Schwob agrega: “Está claro que Aubrey tuvo perfecta conciencia de su trabajo. No debemos creer que desconociera el valor de las ideas filosóficas de Descartes o de Hobbes. No era eso lo que le interesaba. Nos dice muy claramente que Descartes mismo expuso su método al mundo. No ignora que Harvey descubrió la circulación de la sangre, pero prefiere anotar que ese gran hombre pasaba sus insomnios paseándose en camisa, que tenía mala letra y que los más célebres médicos de Londres no hubieran dado ni cinco centavos por una de sus recetas”. Para él, “la obra de Boswell sería perfecta si no hubiese creído necesario citar la correspondencia de Johnson y hacer digresiones sobre sus libros. Las vidas de las personas eminentes de Aubrey son más satisfactorias. Aubrey tuvo, sin duda, instinto de biógrafo”.
En Vidas de vidas: una historia no académica de la biografía, el español Cristian Crusat tiene la tesis de que el libro de Schwob es un texto que operó como un eje entre las biografías que se venían haciendo durante todo el siglo XIX, “hasta más o menos el comienzo de la época victoriana, un momento de declive de la biografía”. Los textos biográficos que trabajarán con la ficción y que vendrán durante el siglo XX, como los de Alfonso Reyes, Borges, J.R. Wilcock, Roberto Bolaño, tendrán una importante presencia argentina. Pero además la biografía cambia con Schwob porque el mundo se vuelve más conservador tanto editorialmente como en las costumbres: el carácter de la sociedad de Gran Bretaña, cuna de la biografía, se hizo “adusto y respetable”.
En buena medida fue Borges y su Historia universal de la infamia quien puso en lengua castellana a Schwob como precursor de una tradición biográfica que se ha desarrollado con ímpetu en Argentina. Además del libro de Borges podemos encontrar Falsificaciones, de Marco Denevi, La sinagoga de los iconoclastas, de J.R. Wilcock, Siluetas, de Luis Chitarroni, y Literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, que si bien no es argentino, su novela sí lo es. En todos, cual más cual menos, se sigue el procedimiento del autor de Vidas imaginarias. Pero la tradición biográfica no se detiene en las letras criollas, continúa con Elogio de la pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez, Vidas epifánicas, de Gustavo Álvarez Núñez, y Vidas breves, de Fabián Soberón, e incluso La cobra rubia, de Francisco Garamona, es parte de esta tradición desde la poesía. Es decir hay una tradición biográfica argentina importante de las “vidas imaginarias”. Por eso el autor de Vidas de vidas afirma que “Schwob era francés de nacimiento, pero literariamente se naturalizó argentino hace mucho tiempo”.
En la literatura argentina no es raro encontrar a autores que lean, como Borges, muchas biografías, tanto de no-ficción como imaginarias. Luis Chitarroni es un ejemplo de ello: en una entrevista admitió, entre las primeras, haber leído la de Richard Ellman sobre James Joyce, la de Marcel Proust de George Painter, la de Wittgenstein de Ray Monk. Y dentro de las imaginarias, mencionó a la gran tradición italiana, que junto a la argentina parecen ser las más fuertes y productivas, ahí destacó a Fleur Jaeggy (suiza pero de lengua italiana y traductora además de Schwob), Eugenio Baroncelli y Alberto Savino (hermano de Giorgo de Chirico). Damián Ríos, que como Chitarroni también es editor, es otro buen lector de este género, aunque lo suyo va más por el lado de la no-ficción, como la de Samuel Johnson, cuyas dos mil páginas leyó por completo y en una columna escribió: “El Borges de Bioy establece una línea directa con Vida de Samuel Johnson, de James Boswell”.
Pero los giros en torno al género de las biografías, especialmente imaginarias, siguen ocurriendo, por eso ahora hay una interesante tradición biográfica que ya no remite a las vidas de seres humanos, sino a instancias donde estas vidas son periféricas y son esas instancias las protagonistas. Tal es el caso de Las redes invisibles, de Sebastián Robles, y de Las aflicciones, del indio-americano Vikram Paralkar. Mientras Robles inventa redes sociales, algunas perfectamente creíbles y otras inverosímiles, Paralkar hace lo mismo con las enfermedades y va reflexionando sobre el deterioro corporal y también moral, que las aflicciones, todas mencionadas en latín, conllevan. Corpus fractum es una enfermedad que consiste en adquirir los rasgos físicos de aquella persona a la que se le hizo algún mal y Torpor morum es otra, cuyos síntomas son la poca o nula tolerancia a la violencia, a la mentira y a las ambigüedades.
Pese a este boom de biografías imaginarias, por el solo hecho de que se escriban no garantiza su calidad. Hay de todo y para todos los gustos. Marco Denevi, por ejemplo, inventa que la crueldad de Nerón no era tal, puesto que en verdad era miope, entonces cuando en el circo el público le pedía por una vida él no sabía qué contestar, y ante la duda siempre terminaba por condenar a muerte a los gladiadores. Lo mismo pasó con sus buenos amigos, a quienes mató por confundir el veneno con el vino. Y en este punto cabe observar que la biografía imaginaria tiende hacia la comedia, porque tiene mucho de parodia. Y se parodia a un personaje importante. Esta parodia puede ser más o menos inteligente y, por supuesto, más o menos afortunada.