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Jhumpa Lahiri: “Los libros desnudos han dejado de existir”

Desde su experiencia como lectora y escritora traducida a múltiples lenguas, Jhumpa Lahiri escribe El atuendo de los libros (Gris Tormenta), sobre el vínculo entre las tapas y los textos que se publican.



Por Jhumpa Lahiri


 

La cubierta es superficial, ínfima e irrelevante respecto al libro. La cubierta es una pieza vital del libro. Hay que aceptar el hecho de que estas dos oraciones son verdaderas. 

Siempre me sorprende ver cómo en las páginas del suplemento La Lettura, del diario italiano Corriere della Sera, la cubierta de cada libro reseñado tiene asignada una calificación, junto con «estilo» y «trama». Al principio pensaba: «No es justo. ¿Por qué tanta atención? ¿Qué importa la vestidura gráfica al juzgar un libro?». Después cambié de opinión. Tiene sentido. Una vez que la cubierta existe, se convierte en parte del libro; por lo tanto, genera un efecto, positivo o negativo. Atrae o aleja a los lectores. 

Damos por hecho que todo libro ostenta una cubierta. Sin ella se considera desnudo, incompleto, en cierto sentido inaccesible. Falta una puerta para poder entrar al texto. Falta un rostro. 

De pequeña escribía mis primeras «novelas» en una serie de cuadernos. Diseñaba, también, cubiertas para cada historia. Me aseguraba de que tuvieran todos los elementos esenciales: el título de la obra y el nombre de la autora. Buscaba grafismos contundentes. Algunas veces había también una ilustración o un retrato de la protagonista. Otras veces no. 

¿Por qué existe la cubierta? Lo primero y más obvio, para contener las páginas. Hace siglos, cuando los libros eran objetos raros y preciados, se usaban en ella materiales de lujo: cuero, oro, plata, marfil. 

El cometido de la cubierta es ahora más complicado. Hoy sirve para identificar el libro, para insertarlo en un estilo o en un género. Para embellecerlo, para hacerlo más eficaz en el escaparate de una librería. Para intrigar al paseante y atraerlo al interior de la tienda a fin de que lo tome, lo compre. 

En cuanto el libro tiene su cubierta, adquiere una nueva personalidad. Expresa por lo tanto algo, aun antes de ser leído, de la misma manera que la ropa comunica algo de nosotros antes de que hablemos.  

Una cubierta produce cierta expectación. Introduce un tono, una actitud, aun cuando estos no tengan correspondencia alguna con el libro. La he comparado con un rostro, pero es también una máscara, algo que esconde lo que tiene detrás. Puede seducir al lector. Lo puede traicionar. Como el oropel, su brillo puede engañar. 

Cuando era niña, no tenía muchos libros. Iba a la biblioteca, en donde los libros estaban por lo general desnudos: sin camisas ni imágenes de ningún tipo. Me encontraba solamente con los volúmenes en tapa dura y las páginas que encerraban. 

Además de ser hija de un bibliotecario, trabajé por muchos años en la biblioteca pública del lugar donde crecí, de la que además solía llevarme libros en préstamo. Sé que es costoso y también difícil proteger las camisas de los volúmenes que serán leídos repetidamente por muchos. Se estropean fácilmente, y, aunque hay métodos para protegerlas —con cubiertas de plástico, por ejemplo—, siempre será más fácil quitárselas. Las tapas rígidas están hechas expresamente para bibliotecas, mientras que las ediciones de bolsillo de tapa blanda son mucho más transitorias. 

Leí centenares de libros —casi toda mi literatura formativa— sin ningún sumario en la solapa, sin ninguna fotografía del autor. Esos volúmenes tenían una calidad anónima, secreta. No revelaban nada por adelantado. Para comprenderlos había que leerlos. 

Los autores que me apasionaban en esa época estaban representados solo por sus palabras. La cubierta no interfería porque estaba desnuda. Mis primeras lecturas se desarrollaron fuera del tiempo, ajenas al mercado, a la actualidad. La parte de mí que observa con sospecha las cubiertas actuales intenta revivir aquella experiencia. 

Cuando hoy compro un libro, adquiero una serie de cosas adicionales: una fotografía del autor, información biográfica, reseñas. Todo eso complica la situación. Crea confusión. Me distrae. No soporto los comentarios en su exterior; es a ellos que debemos una de las palabras más antiestéticas que existen en la lengua inglesa: blurb. Me parece que poner los puntos de vista de otros en el forro es deplorable. Quiero que las primeras palabras que el lector encuentre en un libro mío hayan sido escritas por mí. 

La relación entre lector y libro es ahora mucho más mediada, con una docena de personas interfiriendo entre ambos. Ya no estamos nunca juntos, a solas, el texto y yo. Extraño el silencio, el misterio del libro desnudo: solitario, sin referencias. El misterio que permite una lectura libre, desprovista de adelantos e introducciones. Un libro desnudo, me parece, también puede sostenerse por sí mismo. 

Por desgracia no se puede vender así. Casi nadie quiere comprar algo desconocido —ni siquiera un libro— sin indicaciones previas. De alguna manera, el lector de hoy se parece al turista que, gracias a una guía —es decir, gracias al impacto de una cubierta—, comienza a informarse y orientarse antes de desembarcar en un lugar desconocido. Antes de descubrir, antes de estar ahí. Antes de leer. 

Las pruebas encuadernadas de mi primer libro publicado en Estados Unidos se asemejaban un poco a un libro desnudo. No había ninguna imagen, solo la información esencial. Tenían algo de genérico, no individualizado. Cuando iba de gira para promover uno de mis libros, leía fragmentos de esas pruebas encuadernadas. Si tenía que usar el volumen publicado, le quitaba la camisa.  

Hace dieciséis años, en Estados Unidos, cuando mi primer libro de cuentos estaba por salir, los críticos y los libreros recibieron pruebas encuadernadas sin ninguna imagen. ¿Por qué? Tal vez porque hasta la editorial, en esa época, quería que las copias promocionales fueran puras, sin distracciones agregadas, sin rumores, es decir, sin camisa. Yo estoy de acuerdo. 

Pero hoy, hasta las pruebas encuadernadas han llegado a contener informaciones que para mí son superfluas. Las de mi última novela indican el tiraje, los reconocimientos que he recibido y los títulos de otros libros míos. Sin importar qué tan «esencial» sea su aspecto, me parece que el empaque está de alguna manera trucado. Pensaba que no habían incluido la cubierta definitiva, pero hojeando las pruebas encontré una reproducción en la primera página, seguida del texto de solapas. Todo estaba ahí, solo que un poco escondido. No hay escapatoria. Los libros desnudos han dejado de existir.  

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