Jazmina Barrera: "El límite entre ficción y realidad es totalmente ficticio"
La mexicana aterriza con su libro Cuaderno de faros
Viernes 04 de febrero de 2022
"Creo que la lectura también es una forma de viajar", dice Barrera, también editora en Antílope y una de las voces contemporáneas más destacadas de México. Cuaderno de faros (Alto Pogo) es el primer libro de la autora que llega a Argentina.
Por Valeria Tentoni. Foto de Rodrigo Jardón.
Jazmina Barrera nació en Ciudad de México en 1988. Es autora de libros como Línea nigra, Punto de cruz y Los nombres de los animales, para niños. En Argentina, Alto Pogo acaba de editarla con Cuaderno de faros, su primer libro, ya traducido a varios idiomas. Además, Jazmina integra Antílope, un sello mexicano que ha publicado autoras como Mariana Enriquez y Margarita García Robayo.
Barrera fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo y del programa de Jóvenes Creadores del Fonca. Su libro Cuerpo extraño / Foreign Body ganó el premio Latin American Voices 2013 y se publicó en la editorial Literal Publishing. En Nueva York estudió la maestría en Escritura Creativa en Español con el apoyo de la beca Fullbright. Mientras tanto, Christina MacSweeney acaba de traducir Línea Nigra, su ensayo sobre maternidad y terremotos.
Conversamos por videollamada sobre Cuaderno de faros, el ensayo como su género predilecto y las libertades que habilita la ficción, entre otras cosas:
Estes es un libro que escribiste a tus 25 años, ¿fue el primero?
Hubo uno chiquito antes, una colección pequeña de ensayos que ganó un premio y lo publicaron. Pero es muy muy pequeño, así que este sería oficialmente el primero. Lo empecé a escribir en México con una beca de la Fundación para las Letras Mexicanas, un apoyo a escritores jóvenes. Teníamos que ir todos los días a escribir a una casa unas seis horas. Después me mudé a Nueva York y allá lo terminé.
¿Qué importancia tienen estas becas para las escritoras y los escritores jóvenes de México? ¿Cómo fue en tu caso?
Fue fundamental. Yo estudié Letras, después empecé a hacer trabajos de traducción y edición, pero me daba mucho miedo escribir, mucha vergüenza, y lo hacía a escondidas. Así hasta que me dieron esta beca y empecé a convivir con otras personas que escribían, entonces lo empecé a hacer mucho más resuelta y sin miedo, considerándolo una posibilidad de vida, de carrera, algo que antes nunca me había planteado. Además, a las personas con las que fundé Ediciones Antílope las conocí a casi todas ahí. A muchas de mis mejores amigas también. Yo creo que mi vida sería muy muy distinta si no hubiera estado ahí. Te dan un salario para que vayas a escribir todos los días. Hay talleres. Y dura un año o dos, yo estuve dos. Es fabuloso, la verdad.
¿Y quién lo financia, el gobierno?
No, esta es una fundación que hizo Octavio Paz con empresarios que pusieron un dinero en un fideicomiso -hasta donde entiendo-, y ese fideicomismo alimenta todos los años la beca. Además donaron una casa, y entiendo que con los intereses de ese fideicomiso se dan las becas. Ahora, de hecho, estoy con otra beca de esa misma fundación: al parecer, la mujer que le rentaba la casa a Gabriel García Márquez cuando escribió Cien años de soledad decidió también donarla, así que hay otras residencias para escritores más grandes. Estoy ahí cuatro meses, yendo a escribir. Es muy hermoso. Y también en México están los fondos del estado, las becas de jóvenes creadores: con eso y algún otro trabajo se puede escribir.
¿Cómo fue comenzar a escribir Cuaderno de faros? Hablás del coleccionismo y de los faros de tu vida, pero ¿cómo decidiste que esto se iba a convertir en libro?
Yo estaba en esa fundación experimentando un poco, quería escribir un libro sobre el primer viaje que narro, el de cuando era adolescente y fui a la costa en Oregon a un pueblo donde había un faro y yo estaba leyendo, a la vez, Al faro de Virginia Woolf. Quería recordar esa experiencia cruzada entre el viaje y la lectura, y por curiosidad me puse a investigar sobre los faros y me enamoré. Me pareció un tema fascinante, empecé a viajar a faros cada que podía, empecé a leer sobre faros... Al principio, yo pensé que iba a ser solo ese ensayo. Pero luego me seguí. Se iba escribiendo un poco sobre la marcha, conforme iba haciendo los viajes y las lecturas, recopilando los fragmentos. Fue un libro que me tardé unos tres o cuatro años en escribir.
¿Cuán importante es el viaje en tu escritura?
Para mí es fundamental, y de hecho ahora en pandemia me fue muy difícil el asunto de no poder salir ni a la esquina. Viajar, aunque sea al pueblo de junto, a una colonia desconocida, es una forma de entender nuestra propia realidad. De entender tu idioma, tu contexto, y de entender a los otros: este contraste que a la vez ilumina tu propia vida y te abre a otros mundos, otras formas de vivir. Yo creo que la lectura también es una forma de viajar, de meterte en las cabezas de otras personas, de ir a lugares lejanos. Viajar es de las cosas que más disfruto hacer, esta sensación de estar atenta a todo, esa disposición.
¿El viaje y la escritura se producen en simultáneo?
Ese viaje de adolescente que está en el libro lo escribí mucho tiempo después, recordándolo. Luego, cuando estaba escribiendo el libro sí que tomaba notas durante el viaje, por las noches o en los trenes.
En Cuaderno de faros te referís a esta especie de melancolía por adelantado de quien atraviesa un momento y ya sabe que escribirá sobre él, ¿cómo te llevás con eso?
Creo que siempre es un dilema: esta idea de la vida versus la documentación de la vida. Me ha pasado mucho, por ejemplo, desde que soy madre, porque la maternidad te obliga mucho a vivir en el presente, sobre todo en los primeros años. Y hay muchísimo que me gustaría documentar, porque es un proceso que se transforma todo el tiempo y cambia muy rápido, entonces me dan ganas, pero al mismo tiempo, no hay tiempo. Y un poco siento que si documentase todo lo que quisiera, me perdería de vivirlo. También pasa eso con los viajes, con la vida en general. Hay un libro precioso de Sarah Manguso que se llama Ongoingness que es justamente sobre eso, sobre la escritura de diarios y la obsesión de documentarlo todo. Siempre siento que es un dilema, y esta sensación de querer literaturalizar las cosas cuando están sucediendo, no poder vivirlas de verdad es algo que me genera mucha angustia.
Al coleccionismo también lo pensás desde la obsesión en este libro, incluso el coleccionismo de libros, ¿no?
Sí, ese ha sido siempre mi método de escritura: partir de la curiosidad y después seguir mis obsesiones. Mi curiosidad es más o menos infinita, pero hay cosas que se vuelven recurrentes, ideas que no me dejan, y esas son las que escribo. Creo que, en general, todos mis libros parten de obsesiones, incluso el último que es más tradicionalmente una novela. A veces son colecciones de cosas como faros, pero otras veces son colecciones de viviencias, de memorias, unidas por un eje temático, por un hilo temporal, por algún personaje. Pero podría decir que todos mis libros son colecciones, de una forma y otra. Incluso están todos relacionados, puedo visualizar cómo uno me llevó al otro.
Un coleccionista jamás termina sus series ni de reunir elementos. ¿Cómo das por terminados los libros?
Los suelto cuando tengo muchas ganas de escribir otro. Si no, sí, creo que casi todos podrían ser infinitos...
¿Volviste a ver faros que te hubiese gustado incorporar, por ejemplo?
Sí, sólo que también no todos caben. Hay un faro al que fui en Chile en una isla en el sur, donde solo hay una colonia de pingüinos. La isla Magdalena, uno de mis lugares favoritos en el mundo. Y fui con mi esposo, de luna de miel, entonces el contexto era muy distinto y no me funcionaba escribir desde ahí. Era otro tono por completo.
En el libro hay cierto anacronismo en el tema, en las lecturas que reseña. En ese sentido, el faro en las alturas ofrece visión de horizonte extendido, ¿en algo te resuena pensarlo como búsqueda de estilo?
Sí creo que el faro está vinculado a muchos mundos que hoy en día son anacrónicos y que muy fácilmente caen en lo romántico fácil, en lo cursi. Era muy difícil para mí meterme ahí sin caerme en eso, pero a la vez están relacionados con un montón de temas que me interesan muchísimo: la locura, la soledad, la contemplación, la naturaleza, el límite entre la naturaleza y la civilización. Hay un montón de cosas ahí que me abrían la mente. El faro, en realidad, es un pretexto para hablar de todo eso.
¿Cómo elegiste los libros que ibas a citar? ¿Lo pensaste como diario de lecturas?
Fueron sucediéndose, un libro te lleva al otro; una referencia pequeña te hace ir a buscar al siguiente. Y también eso pasa con las colecciones: cuando la gente se entera que estás coleccionando, de inmediato participa con algo, así que me sugirieron muchos libros. Además este libro lo tallereé mucho, y en esos talleres siempre había alguien que me recomendaba lecturas o visitas a faros.
¿Qué talleres, los de la beca?
El de la Fundación de las Letras Mexicanas y después en la maestría de la NYU. Este libro lo tallereé como en tres talleres distintos, yo creo. Y claro, estas personas a mi alrededor, que además tenían contextos literarios muy distintos, me daban referencias.
El libro te fue llevando a distintos lugares. Recién hablabas de cómo "literaturalizar la experiencia" puede comer algo de la vida, ¿pero a la inversa? ¿Escribir te dio experiencias?
Muchísimas experiencias, sí, y los faros parecen lugares muy turísticos, muy glamorosos, muy bellos, pero no siempre es así. Hay muchos faros pequeños, más bien viejos, feos incluso. Hay faros en puertos nada turísticos, y de esos también fui a mucho. Fui a lugares abandonados, desangelados. El libro me llevó a las dos cosas, a lugares sublimes y hermosos pero también a rincones más oscuros. Siempre que hay mar hay la necesidad de un faro y la gente lo improvisa como se puede. Hay faros que son una piedra sobre otra. Hay de todo en las costas, y ese azar también es muy bonito. Cada que iba a una costa buscaba yo los faros.
Este libro fue traducido a muchas lenguas y es tu primer libro en Argentina. ¿Qué te pasa con eso, con la multiplicación de las lecturas?
Eso ha sido muy hermoso del libro, y es que los faros son algo universal. En cualquier lugar que hay mar, hay faro. Entonces me parece muy natural que este libro viaje y que dialogue con la cultura marítima de un montón de lugares. Es un libro que, de pronto, lo leen marineros, fareros, gente que colecciona faros y figuritas de faros. Fue muy hermoso eso, salir del ámbito literario, que llegue a otros lugares. Me siento súper afortunada, porque además se publicó sobre todo en editoriales pequeñas, independientes, y en cada lugar lo han acogido.
Acabás de lanzar un libro sobre etimologías y nombres de animales, como en este libro hay un trabajo de documentación. ¿Cómo lo atravesás?
La investigación, los hallazgos, es de las partes que más disfruto de escribir. Y sin embargo, es algo que no hubiese podido hacer desde la academia. Yo empecé una licenciatura para dar clases, pensé que me iba a quedar en la universidad y no funcionó me parece que por eso mismo, necesitaba esta libertad de entrar a temas a veces minoritarios, a veces que no tienen tanto prestigio, tanto glamour intelectual. Esa libertad de ir de un tema al otro, no tener que agotar, no tener que restringirme. Lo que me gusta de la investigación es que una cosa te lleva a la otra, un autor te lleva al otro, un tema te lleva al otro.
Y para eso el ensayo, tu género más fuerte, ¿no?
Sí, bueno, yo tengo mi teoría personal de los géneros literarios, y es algo peculiar. Me gusta mucho la palabra "ensayo", y empecé yo escribiendo ensayos. Creo que los libros que más me gustan casi todos son libros inclasificables, libros raros que más que apegarse a la estructura clásica de algún género toman herramientas literarias de cualquier lado y hacen un proyecto con eso. Cualquier libro extraño, en mi clasificación personal, es un ensayo. Y en realidad diría que cualquier buen libro es un ensayo, porque en esa palabra está todo. La experimentación, el argumento, el performance incluso. En cambio, en la palabra "novela" no hallo nada. Novedad. Cuando estoy escribiendo, me cuesta mucho pensar en géneros.
¿Qué ensayistas te cautivaron al principio, de quiénes dirías aprendiste ese entusiasmo en el género?
Estudié Letras Inglesas, entonces mis primeros enamoramientos en la carrera fueron casi todos de ese mundo anglosajón. Virginia Woolf, Robert Louis Stevenson, Chesterton, Julian Barnes... Y luego también Rosario Castellanos, Borges. Esos eran.
En estilo de ensayo que escribís cruza la zona más dura del género con tu propia vida; es un tipo de ensayo muy personal, algo distinto de aquellos que te formaron.
Ahí sí creo que tiene que ver con escritoras y escritores más contemporáneos. Buena parte son de argentina, como María Negroni, María Gainza, Sylvia Molloy, Mariana Enriquez. Escritoras que experimentan y que han hecho muchas de estas escrituras híbridas. Del mundo anglosajón pienso en Anne Carson, Maggie Nelson, Sarah Manguso, estas escritoras que mezclan lo que ellos llaman memoire con otras formas de argumentación.
Leí que de chiquita no tenías televisión, ¿cómo comenzó tu amor por los libros?
Crecí a las afueras de la ciudad, tan en las afueras que mi mamá me decía que no llegaba hasta allá la televisión. Y yo le creía. Entonces mi principal modo de entretenimiento era la literatura. Tomaba clases de otras cosas, plastilina, piano, pero mi momento favorito era leer en la noche. Y leí con mi madre cada noche hasta los 10 años. Iba yo a una escuela de método Freinet, método de escuela activa, y parte de ese método implicaba que cada cierta cantidad de días escribiéramos textos libres. Teníamos en los salones pequeñas imprentas de tipos móviles y hacíamos libros con nuestros textos. El primer texto que recuerdo mío, impreso, fue a mis cinco años. Decía algo así como: "El día de ayer mi gata tuvo cinco gatos". Entonces esa idea del texto libre, de la literatura asociada al juego me viene de ahí. Yo siento que a la fecha sigo escribiendo de esos textos libres que nos pedían.
¿Y después estudiaste Letras Inglesas?
Sí, lo hice todo al revés, porque estudié Letras Inglesas en México y después una maestría en Escritura creativa en español en Nueva York.
¿Cómo fue ese tiempo en Nueva York, cómo era escribir allá?
La verdad es que vivía casi todo el tiempo en español, porque la maestría era en español, mis compañeras hablaban en español, mis roomates eran mexicanas y mi grupo de amigos también. Lo que fue más importante, para mí, de vivir en Nueva York, más que la relación con el inglés fue la relación con el español mismo, porque en esta maestría había personas de Argentina, España, Chile, Perú... Escribían en sus españoles propios y traían sus tradiciones de lectura. Eso fue maravilloso, descubrir libros, escuchar otras formas de hablar español, los acentos. Entre los profesores estaban Serio Chejfec, Antonio Muñoz Molina, Diamela Eltit, Lina Meruane, Lila Zemborain, que fueron buenísimos profesores y me ayudaron mucho a escribir. La tesis fue una novela que ahí está, esperando, todavía no,
La que acabás de publicar en México, ¿fue tu primera novela?
Sí, yo diría que sí, después publiqué Línea Nigra, una especie híbrida entre el ensayo y la novela, más hacia la novela que Cuaderno de faros pero igual es más ensayística. Pero Punto de cruz, la última, es la que tiene más ficción. Inventé un montón, personajes y todo. También tiene ensayo, pero es más novela.
¿Cómo pensás ese límite, lo que invertís de tu propia vida en la escritura, tu intimidad? Todo esta editado, hasta el recuerdo, ya sabemos que hasta la memoria es ficción, ¿pero cómo pensás los recortes?
Estoy totalmente de acuerdo: para mí el límite entre ficción y realidad es totalmente ficticio. La memoria inventa todo el tiempo, la memoria miente, edita, focaliza, y eso ya es ficción. Creo que lo pienso más en términos de fidelidad hacia el recuerdo: aunque sepa que esos recuerdos no son totalmente ciertos, sé que en Línea nigra yo buscaba ser fiel a esos recuerdos. Y a veces inventaba, cambiaba nombres, pero tenía esa intención de ser fiel. En cambio en Punto de cruz ya no me interesaba ser fiel, me daba lo mismo. Quizás ser fiel a ciertas sensaciones o ideas, pero no tanto ya a los hechos, por ejemplo. O a esa memoria. Y lo de la intimidad es todo un tema. Toda la ética de la escritura me cuesta muchísimo trabajo. He buscado leer al respecto, porque es algo que me conflictúa mucho. En Punto de cruz, a pesar de que es en el que más invento, quizás es ese en el que toco fibras más sensibles en la vida de otras personas, y es muy difícil hacer eso. Me cuesta mucho trabajo encontrar esos límites. Creo que mi límite, y mi límite también de pudor, tiene que ver con lo que me parece importante comunicar a otros. Por ejemplo, en Línea nigra cuento mi parto entero. Mucha gente me ha preguntado si no me da vergüenza, pero me parecía al contrario muy importante acabar con tantos tabúes que nos generan dolor y vergüenza con respecto a nuestros propios cuerpos. También pasó que después de mi parto muy pocas cosas me dan vergüenza.
Es notable que quizás hubo más inversión de intimidad en un libro de ficción que en un libro en el que, en teoría, el pacto de lectura es el de "vida real". ¿Qué te habilitó esto de la novela, qué sentiste en esa especie de salto?
Es una libertad que puede ser paralizante, porque puede pasar cualquier cosa. En un punto era angustiante, porque con los otros libros iba siguiendo el hilo de mi vida o ciertos eventos, pero acá no había nada. Aunque sí había, porque partí también de experiencias propias, recuerdos, pero después se fue transformando todo. Creo que me di esa libertad porque quería escribir sobre muchas amigas mías, se me mezclaban muchas historias y no quería que fuesen ochocientos personajes, quería que fueran tres, entonces acabé mezclando historias mías con historias de veinte amigas. E inventando un montón, porque estos personajes cobraron vida en mi mente, eran individuos. Y eso me encantó. El poder de crear seres humanos en la mayor complejidad posible fue una experiencia muy divertida y lo quiero volver a hacer.
Finalmente ¿cómo pensás el espacio de Antílope?
Creo que es una experiencia muy hermosa, la sensación de que hay una conversación andando.
¿Y cómo es editar allá?
Es un lugar difícil México en ese sentido. Hay pocas editoriales para la cantidad de personas que somos. Siento que hace falta todavía más, pero hay muy pocos incentivos del gobierno para las editoriales independientes. Los solía haber pero desaparecieron. La distribución es complicadísima, México es gigante, y es carísimo, además en la cadena hay muchos problemas. El dinero no vuelve. Mandamos libros y hemos tenido que perseguir distribuidoras que han desaparecido, o tardan dos años en pagarte porque las librerías no pagan... Hay un montón de problemas. Vivimos en crisis financiera permanente, no sabemos cómo hacer sustentable esta editorial. Ya llevamos seis años y sigue sin serlo. Hay monopolios en librerías enormes y entonces las librerías pequeñas no pueden competir, y las editoriales pequeñas entonces no tienen escaparates para sus libros. Y cierran. Hay muy pocas. Quién sabe cómo le vamos a hacer. Si nos va bien, podemos publicar dos o tres libros al año y con muchísimo esfuerzo. Cuando empezamos la editorial pensamos que íbamos a poder vivir de la editorial, para escribir, pero resulta al revés: es más rentable escribir que tener una editorial.