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Instinto versus razón

Por Edgar Allan Poe

"El instinto, lejos de ser una razón inferior, es quizá la intelección más requerida de todas", dice el autor de La caída de la Casa Usher en este ensayo sobre el gato negro, publicado originalmente en 1940 y recuperado por Editorial Claridad.

Por Edgar Allan Poe.

La línea que demarca el instinto de la creación animal de la alardeada razón del hombre, es, más allá de toda duda, del carácter más oscuro e insatisfactorio, un límite más difícil de establecer que el del Nordeste o el Oregon. La cuestión de si los animales inferiores razonan o no, posiblemente nunca será decidida, por cierto nunca en las actuales condiciones de nuestro conocimiento. Mientras el egoísmo y la arrogancia del hombre se empeñen en negar a las bestias la facultad de reflexión, porque concedérsela parecería disminuir su propia jactanciosa supremacía, se encuentra sin embargo constantemente enredado en la paradoja de desacreditar el instinto como una facultad inferior, mientras que se ve obligado en miles de casos a admitir su infinita superioridad sobre la razón misma, que proclama como exclusivamente suya. El instinto, lejos de ser una razón inferior, es quizá la intelección más requerida de todas. Al verdadero filósofo se presenta como la mente divina misma actuando de manera inmediata sobre sus criaturas.

Los hábitos de las cierta especie de hormigas, de muchos tipos de arañas y del castor, tienen una maravillosa analogía, o más bien semejanza, con las operaciones habituales de la razón de los hombres; pero el instinto de algunas otras criaturas no presenta semejante analogía, y sólo puede ser remitido al espíritu de la Deidad misma, actuando directamente y a través de ningún órgano corporal sobre la volición del animal. De esta elevada especie de instinto nos proporciona un ejemplo notable el gusano de coral. Esta pequeña criatura, el arquitecto de continentes, no sólo es capaz de construir diques contra el mar, con una precisa finalidad y una adaptación y disposición científicas de las cuales el más hábil ingeniero podría extraer sus mejores conocimientos, sino que tiene el don de la profecía. Puede prever, con meses de anticipación, los simples accidentes que le sucederán a su vivienda, o ayudado por miríadas de sus hermanos, todos actuando como una sola mente (y por cierto actuando con una sola, con la mente del Creador) trabajarán diligentemente para contrarrestar influencias que existen sólo en el futuro. También resulta maravilloso considerar algo en relación con la celdilla de la abeja. Si se solicita a un matemático que resuelva el problema de cómo calcular de la mejor manera la forma requerida por la abeja en cuanto a resistencia y espacio, se encontrará envuelto en las cuestiones más arduas y abstrusas de investigación analítica. Si se le solicita que explicite qué número de lados dará a la celdilla el espacio más grande, con la mayor solidez, y que defina el ángulo exacto en el que, con vistas al mismo objeto, el techo debe inclinarse, para responder al interrogante deberá ser un Newton o un Laplace. Sin embargo, desde que las abejas han existido, han resuelto continuamente el problema. La principal distinción entre el instinto y la razón parece ser que, mientras que uno es infinitamente más exacto, más seguro y más clarividente en su esfera de acción; en el caso de la razón, la esfera de acción es de un alcance mucho mayor. Pero estamos predicando una homilía, cuando nuestra intención era relatar una breve historia sobre un gato.

El autor de este artículo es el dueño de uno de los más notables gatos negros en el mundo, y esto es mucho decir; porque debe recordarse que los gatos negros son todos brujos. La gata en cuestión no tiene un solo pelo blanco y es de un comportamiento solemne y santo. La parte de la cocina que más frecuenta es accesible por una única puerta, que se cierra con lo que se llama un picaporte de pulgar*. Estos picaportes son toscos y se requiere alguna fuerza y destreza para abrirlos. Pero la gatita tiene la diaria costumbre de abrir la puerta, lo que logra de la siguiente manera: primero salta desde el piso hasta el seguro (que se parece al guardamonte sobre el gatillo de una pistola) y a través de éste pasa su pata izquierda para sostenerse. Entonces, con su pata derecha aprieta el picaporte hasta que cede, y para esto frecuentemente son necesarios varios intentos. Sin embargo, habiéndolo bajado, parece darse cuenta de que su tarea ha sido cumplida sólo a medias, puesto que si la puerta no es empujada bien antes de que suelte el picaporte, éste volverá a caer nuevamente en su hueco. Por tanto, ella retuerce su cuerpo de modo que sus patas de atrás queden inmediatamente debajo del picaporte, mientras salta con toda su fuerza desde la puerta, y el ímpetu del salto la abre y sus patas de atrás sostienen el picaporte hasta que el impulso sea suficiente para mantenerla abierta.

He observado esta hazaña singular por lo menos cien veces y nunca sin dejar de impresionarme por la verdad del comentario con que comenzamos este artículo, que el límite entre instinto y razón es de naturaleza muy poco clara. La gata negra, al hacer lo que hacía, debe de haber hecho uso de todas las facultades perceptivas y reflexivas que habitualmente suponemos que son sólo cualidades propias de la razón.

 


*Picaporte que se acciona presionando hacia abajo con el pulgar. [N. del T.]

Publicado originalmente en Alexander´s Weekly Messenger, enero 29 de 1840.

 

 

 

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