Ezra Pound como crítico, según T. S. Eliot
Compilan y traducen sus ensayos literarios
Jueves 27 de setiembre de 2018
"Es precisamente esa arenga al escritor lo que confiere a la crítica de Pound un valor perdurable y excepcional para el lector. Con él aprendemos a apreciar la literatura, a comprender en qué consiste el entrenamiento, el estudio y el aprendizaje al que todo escritor debe someterse", escribe T. S. Eliot, encargado de seleccionar los Ensayos literarios que publicó en español Tajamar.
Por T. S. Eliot. Traducción de Julia J. de Natino y Tal Pinto.
El compilador de este volumen es el único responsable de la selección de los ensayos y críticas literarias que lo componen y, por lo tanto, se ve en el deber de fundamentar con qué criterio dicha selección ha sido realizada. No ha sido mi intención incluir todo cuanto, a mi modo de ver, merece ser conservado en el terreno del ensayo literario: habría material de sobra para completar otro volumen. Por razones de espacio, me he visto forzado a prescindir de un considerable número de escritos, de modo que he procurado ofrecer simplemente una muestra representativa de la crítica literaria de Ezra Pound comprendida en un periodo que abarca, aproximada- mente, tres décadas. Tratándose de una compilación retrospectiva, este libro difiere de los cuatro volúmenes de ensayos críticos de donde se ha extraído gran parte de su contenido y a cuyos editores expreso públicamente mi agradecimiento: Pavannes and Divisions (A. A. Knopf, Nueva York, 1918), Instigations (Boni & Liveright, Nueva York, 1920), Make it New (Faber & Faber, Londres y la imprenta de la Universidad de Yale, 1934) y Polite Essays (Faber & Faber, Londres, 1937). Los diversos ensayos de Pound habían sido reunidos con un sistema que, a mi juicio, distaba mucho de resultar satisfactorio; pero han logrado su finalidad, al prolongar el impacto que causaron en los periódicos la primera vez que fueron publicados. Los libros son difíciles de conseguir y, más aún, existen coincidencias entre las obras contenidas en las ediciones inglesas y las norteamericanas. De los archivos de periódicos, he rescatado, asimismo, piezas literarias breves que he seleccionado de entre las fotocopias que me han sido facilitadas por el señor James Laughlin. Dado que Pound ha colaborado incansablemente en pequeñas revistas y publicaciones, debe haber muchos otros ensayos dispersos que, con toda probabilidad e involuntariamente, por cierto, hemos pasado por alto. Resta mencionar dos libros: Guide to Kulchur (Faber & Faber, 1938) y el antiguo y muy valioso The Spirit of Romance (Dent, Londres, 1910), ambos agotados, aunque recientemente han sido reeditados por New Directions. Tanto el uno como el otro merecen ser leídos íntegramente.
El presente libro ha sido proyectado con un concepto diferente al de cualquier otra antología de los ensayos de Pound; de modo que, a mi entender, el hecho de que haya sido confiado a otras manos que las del autor queda justificado. Este, al igual que cualquier otro autor, habría realizado una selección muy distinta a la del compilador. En efecto, Pound no ha estado de acuerdo con algunas omisiones y ha desaprobado la inclusión de varios trabajos que, a juicio del editor, poseen un valor más perdurable del que el autor les asigna. Pero Pound siempre ha avaluado su crítica literaria en función del efecto inmediato producido; el compilador, por su parte, prefirió apreciarla en función de su proyección histórica, aspirando a que la nueva generación de lectores que no ha tenido la oportunidad de leer las primeras compilaciones y los ensayos aislados cuando fueron publicados pueda justipreciar la trascendencia capital de los juicios críticos de Pound concernientes a la evolución de la poesía durante la primera mitad del siglo xx.
Más aún, espero que este volumen pueda poner en evidencia que la crítica literaria de Pound es la más importante de toda la crítica contemporánea dentro de su género, tan importante, en efecto, que no podemos prescindir de ella. Cuáles son las características de ese género es lo que me propongo detallar a continuación. Si esta selección logra su objetivo, demostrará que (i) todo aquello que Pound ha enunciado sobre el arte de escribir y, en particular, sobre el arte de poetizar es válido y provechoso de una manera definitiva. De muy pocos críticos puede afirmarse lo mismo. Mostrará, además, que (ii) muchos de los conceptos vertidos atañen particularmente a las exigencias de la época en que fueron redactados; y que (iii) impuso a nuestra consideración no solamente autores aislados, sino también vastos sectores de poesía en general que los críticos futuros no podrán ignorar. Y, por último —y este es quizás el logro que Pound considerará menos significativo—, ha dado pruebas de (iv) una inmediata y generosa apreciación de autores cuyas obras uno no hubiese esperado que él juzgara con simpatía. Es por esta última razón que he incluido viejas reseñas de poemas de Robert Frost y de D. H. Lawrence. Por el mismo motivo, he resuelto anexar un antiguo ensayo sobre Lionel Johnson que de otro modo habría sido imposible conseguir, ya que la edición de los poemas de Lionel Johnson —a los cuales el mencionado ensayo servía de prólogo— fue retirada de la venta inmediatamente después de su publicación. Me dice Pound que esa crónica suscitó hostilidad. Me cuesta creerlo, y presumo que otro tanto le ocurrirá a los lectores de nuestros días. Es un ensayo de gran atractivo, no solo debido a las opiniones que Pound formula sobre Johnson, sino por los mismos juicios de Johnson sobre sus contemporáneos, juicios que por el solo hecho de haber sido citados nos inducen a creer que Pound les otorgaba su implícita aprobación.
Para poder apreciar cualquier antología retrospectiva de dictá- menes literarios, es necesario prestarle atención a la fechas en que fueron escritos. He tratado de consignar, con la mayor fidelidad, las fechas de todos los trabajos que aquí se incluyen, lo que ha sido factible gracias a la valiosísima cooperación del señor Hugh Kenner1 de la Universidad de California y del señor Norman Holmes Pearson de la Universidad de Yale, a quienes expreso públicamente mi agradecimiento. La cuestión de las fechas es esencial. Los críticos inescrupulosos echan mano a dos recursos bien conocidos: citar y cotejar cláusulas aisladas, arrancadas de su contexto, y repetir lo que el autor manifestó veinte o treinta años atrás como si acabara de expresarlo en estos momentos. Toda compilación de conceptos expresados en distintas épocas y en distintos textos debe, en lo posible, protegerse contra semejante tergiversación. El criterio de un escritor, siempre y cuando su mentalidad madure y evolucione, cambia o se modifica en virtud de los acontecimientos: un razonamiento determinado puede perder la vigencia que tenía en el instante en que fue promulgado; pero si fue válido para ese lugar y ese tiempo, entonces, podría quizás aún poseer un valor definitivo. En gran medida, la permanencia de la crítica de Pound se debe simplemente al hecho de haberse percatado con tanta lucidez de qué era lo más apropiado para expresar en el momento preciso. La dedicación que le profesó a su época —y a las necesidades que de ella surgían— lo ha impelido a expresar muchas cosas que tienen un valor permanente que tal vez no logren percibir aquellos lectores tardíos que no son capaces de situarse en la historia.
Es inevitable que con el paso del tiempo un crítico de la talla de Pound —quien jamás experimentó el temor de sus propias con- vicciones— parezca haber exagerado en demasía la importancia de ciertos principios o de ciertos autores, mostrándose injustamente despectivo con respecto a otros. Pound ha enriquecido la crítica literaria interpretando autores y literaturas que habían sido relegados al olvido y reivindicando escritores que habían sido subestimados. Y en cuanto a los escritores renombrados que tan agresivamente atacó, recordemos la reacción que tuvo lugar contra la era de Augusto, iniciada por los poetas lakistas.2 Cualquier pionero de una revolución en el ámbito de la poesía —y nadie más responsable que Pound por la revolución de la poesía en el siglo xx— atacará de seguro algunos nombres venerados, ya que un genuino blanco para ese ataque lo constituye la idolatría que los críticos infradotados profesan por un eximio artista y la mediocridad con que los poetas desposeídos de toda inspiración procuran imitarlo. Un gran escritor, en un momento determinado, puede ejercer una influencia perniciosa, o simplemente negativa, influencia que puede llegar a ser eficientemente contrarrestada recalcando defectos que no se deberían imitar y señalando virtudes que resultaría anacrónico tratar de emular. Estoy convencido de que, por ejemplo, el menosprecio que Milton le inspiraba a Pound fue sumamente eficaz dos o tres décadas atrás. Concuerdo con Pound y su antagonismo contra los admiradores académicos de Milton, aun cuando, a mi modo de ver, la situación ha variado.
Es menester considerar los juicios literarios a la luz de las circuns- tancias en que han sido divulgados, tanto para captar los alcances de la revolución del buen gusto y de las normas que gestaron como para interiorizarse con la índole especial de crítica de la cual Pound constituye un ejemplo tan preeminente. En primer lugar y por encima de todo, Pound ha sido un pedagogo y un propagandista. Siempre se ha sentido impulsado no solamente a investigar por sus propios medios cómo debe escribirse en verso, sino también a transmitir a los demás el resultado de sus descubrimientos, no con el único propósito de que sus conclusiones fueran bien aprovechadas, sino también para que fueran llevadas a la práctica. Inducía y exhortaba a los hombres de letras a escribir bien, tanto que muchas veces se nos antoja el desesperado que se desvive por hacer entender a un sordo que su casa está en llamas. Cada movimiento que propugnaba lo tomaba como un asunto de urgencia extrema. Esto no se debía tan solo a la idiosincrasia del maestro: representa también su apasionado deseo de ser un buen escritor y de poder vivir una época en que le fuera dado rodearse de mentalidades igualmente talentosas y creadoras. De ahí su impaciencia. Descubrir un genio en un escritor novel significa para Pound una experiencia tan grata como para el escritor de escaso vuelo suponer que ha creado una obra digna de un genio. Pound se ha preocupado profundamente de que sus contemporáneos y los jóvenes de la nueva generación lleguen a escribir correctamente, restándole importancia a sus éxitos personales frente a la magnitud del arte y de las letras. Una de las lecciones que nos imparte a través de su prosa crítica y de su correspondencia es que hay que consagrarse sin egoísmos al arte elegido.
La crítica de Pound va dirigida, implícitamente y en primer lugar, a sus colegas de métier, a todos aquellos que escriben en lengua inglesa, aun cuando su mayor interés y preocupación se vuelca a sus camaradas de letras de Norteamérica. Es precisamente esa arenga al escritor lo que confiere a la crítica de Pound un valor perdurable y excepcional para el lector. Con él aprendemos a apreciar la literatura, a comprender en qué consiste el entrenamiento, el estudio y el aprendizaje al que todo escritor debe someterse. Si Pound otorga mayor atención a la enunciación de principios generales, o a la revalorización de autores olvidados y a la exhumación de literaturas ignoradas, o si está destacando los méritos de escritores noveles —correspondientes a las tres secciones en las que he dividido este volumen—, la causa es esencialmente la misma: el rejuvenecimiento de la literatura de nuestro tiempo.
Ya significa algo, aunque no demasiado, calificar la crítica de Pound ubicándola junto a otras notables contribuciones de poetas a la crítica literaria: los ensayos y los prefacios de Dryden, los dos prefacios de Wordsworth, la Biographia literaria de Coleridge, todos quienes compartían la preocupación de Pound por crear algo nuevo. (Para satisfacción propia hubiera deseado agregar a Samuel Johnson; para complacer a Pound, a Walter Savage Landor.) Pero ninguno de ellos se mostró tan consecuente en su inquietud por enseñar a otros el arte de las letras, y de ningún otro se puede aseverar tan categóricamente que sus ensayos críticos y su poesía, su teoría y su práctica, componían una sola oeuvre. Es preciso leer la poesía de Pound para comprender su crítica, y leer su crítica para poder apreciar su poesía. No tengo
interés —no es esencial para la finalidad que persigo— en aseverar que un género determinado de crítica literaria sea superior a otro. Lo que estimo justo y creo imprescindible destacar es que los ensayos de crítica literaria de Pound, aun hallándose dispersos y sin compilar, constituyen el conjunto de críticas literarias contemporáneas del cual sencillamente no podemos privarnos. Se iniciaron justamente en momentos en que más indispensables resultaban. El nivel de la poesía en 1909 o 1910 se había estancado en un grado que el joven poeta actual no podría llegar a imaginar. El mismo Pound tenía ante sí un largo camino por recorrer: y, efectivamente, recorrió el camino trazado. Si comparamos sus versos más recientes con sus más tempranas poesías, tendremos la legítima evidencia del caudal de enseñanza que ha extraído de sus propias reflexiones críticas y del análisis de los autores cuya obra investigó.
Afirmar que cualquier especie de crítica tiene sus limitaciones no significa disminuirla, sino contribuir a definirla y a comprenderla. La limitación del tipo de crítica de Pound estriba en su concentración en el quehacer literario y muy especialmente en el poético. (El hecho de que haga caso omiso del verso dramático, que, en su opinión y con justa razón, constituye una forma o aplicación distinta del verso —un molde que no le ofrece atractivo alguno—, implica una restricción deliberada que, aunque de relativa importancia, merece ser tenida en cuenta.) Por otra parte, paradójicamente, esa misma limitación le brinda una esfera de acción más amplia: la contribución de Pound, que desvía nuestra atención a las bondades de la poesía de comu- nidades remotas y foráneas —anglosajonas, provenzales, italianas primitivas, chinas y japonesas, por no mencionar su desdén por los valores preestablecidos en las literaturas griegas y latinas, desdén beneficioso, aunque irritante y en ocasiones rebatible— es inmensa. Pero cuando nos esforzamos por comprender qué significado tiene o ha tenido una literatura extranjera para el pueblo al que pertenece, cuando pretendemos compenetrarnos con el espíritu de toda una civilización por conducto de su literatura, tenemos que recurrir a otras fuentes. En lo que atañe a la provenzal, estimo que puede ser convenientemente exhibida con los ejemplos que Pound aconseja estudiar al escritor de la lengua inglesa contemporánea. Para aquellas literaturas que tienen en el drama su representación máxima, la exclusión del drama es cosa seria: pero Pound jamás ha abordado una forma de verso que él mismo no tuviera interés en adoptar. Y —para referirme a la literatura extranjera que mejor domino— Pound ha rendido un valioso servicio (especialmente en The Spirit of Romance) al lector de habla inglesa al poner de relieve la grandeza de Villon: captó prontamente, con perspicacia, la originalidad de Laforgue y de Corbière; reveló un sentido discriminatorio hacia los poetas menores del movimiento simbolista. Pero ignora a Mallarmé, no se interesa en Baudelaire y se muestra indiferente ante otros poetas, tales como Malherbe y La Fontaine. En cuanto a los isabelinos, aparte del drama y de los poemas líricos que tanto elogió, ¿qué pasa con tanta otra poesía, como la de Jonson o Chapman? Menciono esas omisiones, sin desmedro de mi admiración por Pound, para encomiar mejor lo que su crítica significa. No hay nadie a quien pueda exigírsele todo: los literatos académicos fomentaron la idea preconcebida de que existe tan solo un género de crítica, la que se rige por las normas académicas que luego se publican en las «actas» o en forma de folletín.
Debo aquí agregar unas palabras sobre las notas al pie de página. He procurado evitar notas (con la excepción de una modesta correc- ción que lleva mis iniciales), salvo en lo concerniente a las fechas. Las notas que han sido suministradas por Pound recientemente llevan las iniciales E. P. Las notas que no llevan esa indicación son las del autor, tal como fueron publicadas en el texto original.
Pound lamenta la omisión —de la cual el compilador es culpa- ble— de un ensayo sobre René Crevel; deplora no haber escrito aún un ensayo sobre la obra de Jean Cocteau, y no haber presentado un estudio más amplio y reciente sobre la producción de Wyndham Lewis. Tengo entendido que últimamente ha volcado sus inquietudes hacia Sófocles —incursión a un terreno inexplorado cuyos frutos han de resultar de sumo interés—. Otros trabajos que hubiera preferido que yo incluyera me han parecido poco oportunos para un volumen que lleva por título Ensayos literarios.
Debo añadir que, entre los escritos que han sido descartados de este libro de crítica literaria, figuran los referentes a la música, a la pintura y a la escultura, con dos excepciones: las notas sobre Dolmetsch y sobre Brancusi, que he agregado como broche final para recordar al lector la existencia de los otros ensayos sobre arte que no corresponden al espíritu de este volumen.