Extrañar el mundo, descolocar la ficción
Por Florencia Garramuño
Jueves 06 de setiembre de 2018
"Novelas - ¿hasta cuándo seguiremos llamando novelas a estos experimentos narrativos? – que buscan no tanto mostrar la multiplicidad de perspectivas para observar un acontecimiento sino señalar de modo radical la irreductible polifonía de mundos divergentes". El texto de presentación de En el cuerpo una voz de Maximiliano Barrientos (Eterna Cadencia Editora) que leyó Florencia Garramuño.
Por Florencia Garramuño.
En el cuerpo una voz: el título es bello por sugerente. ¿Por qué no Una voz en el cuerpo? El trastocamiento del orden de la frase, ese hipérbaton, habla de una voluntad por dar protagonismo al cuerpo – y no al sujeto, ni, con él, a la historia – y dentro del cuerpo, nuevamente, a la voz – y no al discurso. En el cuerpo una voz es también un modo de privilegiar lo orgánico, la carne (que ilustra la portada de la edición de Eterna Cadencia), y desplazar la primacía de la historia racional o lineal de los acontecimientos para detenerse y escarbar, con bisturí de cirujano, en los efectos y consecuencias que esos acontecimientos producen, en múltiples personajes, en varios tiempos diferentes.
Más allá de la superposición de tiempos y la desorganización significativa de la cronología, ese protagonismo inédito del cuerpo supone también una superposición de voces que desarman la novela en una polifonía especial. De allí la heterogeneidad de materiales con las que se construye la novela de Maximiliano: la historia de la disolución de Bolivia y las masacres que le siguieron dispone sobre el tablero un relato en primera persona concentrado primero en dos hermanos para luego girar la perspectiva y junto con el flashback volver sobre sus pasos y centrarse, ahora en tercera persona, en el general y los esbirros que perseguían a esos hermanos. Doce años después, Rodolfo, uno de los hermanos, toma la palabra para narrar la búsqueda de testimonios de los sobrevivientes del colapso que le ha encargado el Ministerio de la Cultura para descentrarse nuevamente de su voz hacia los testimonios que recoge y que se insertan, transcriptos, en la novela, pluralizando en otro remolino las voces sobre esa guerra y ese colapso. Cito:
“Querían armar una memoria colectiva, un mural de voces, gente que hablara sin ninguna clase de pudor, que tuviera la valentía de salir del anonimato, hacer visible su rostro y contar lo que le habían hecho.”
Si Rodolfo tiene su voz, también su hermano tiene su monólogo, en este caso interior, en el capítulo titulado, también sugerentemente, “En el cerebro del hermano”. Por último “En el cuerpo una voz” – el título del último capítulo- , relata el episodio que le dará título a todo el libro y que anuda un final sorprendente y radical donde cuerpos y voces se dislocan, donde el yo, sin perder el rostro, pierde toda interioridad y la interioridad habita el cuerpo de otro. El otro en el yo mismo. Los narradores, los monólogos, los tiempos se suceden y superponen y aunque resultan semejantes no pierden su singularidad. Una novela coral, como tantas novelas contemporáneas que han abandonado las historias individuales para concentrarse en cambio en la coexistencia, para acercarse al ser-en-común más acá o más allá de la comunidad (menciono apenas Voces de Chernobyl, de la nobel bielorrusa Svetlana Alexievich, a modo de ejemplo). Novelas - ¿hasta cuándo seguiremos llamando novelas a estos experimentos narrativos? – que buscan no tanto mostrar la multiplicidad de perspectivas para observar un acontecimiento sino señalar de modo radical la irreductible polifonía de mundos divergentes. Porque un coro no implica simplemente una serie de voces que se conjugan y combinan, sino voces que se dislocan y entre las cuales el sentido y los mundos divergen. Muchas voces, entonces: muchos mundos.
La novela se organiza así como un mosaico en el que las historias de los diversos personajes se intersectan y lo que se narra es precisamente esa intersección.La narración se vuelve rápidamente una distopía postapocalíptica, mutando a lo largo de un recorrido donde venganza y justicia, a su vez, se superponen y por momentos resultan indistinguibles.
Pero esa heterogeneidad de materiales no se queda solo en la voz, o en las voces: la constitución en mosaico de ese texto tiene que ver también con la utilización de algunos materiales que vienen también de mundos heterogéneos: el movimiento de la Nación Camba, el grupo separatista que surgió en Santa Cruz de la Sierra y que desafió el gobierno de Evo Morales, el “presidente indio” del proyecto neodesarrollista del estado plurinacional, el canibalismo de los indios americanos relatado por los españoles y europeos durante la colonia, el perro Renzi (homenaje oblicuo a Ricardo Piglia), restos de historia reciente y de historia pasada, de imaginarios quebrados y futuros posibles, de seres imaginarios y seres reales se intersectan, a su vez, con los delirios de los personajes, con episodios inverosímiles, con bolivianismos y regionalismos que no generan extrañeza ni tampoco apuntan a políticas de la identidad. ¿Qué nos dice ese modo inestable en el que la escritura, como una flecha desviada, intersecta mundos divergentes y “teóricamente” incompatibles? Hay siempre un retiro de la explicación, de la representación realista, a favor de una narración donde las fronteras abiertas de un tiempo fuera de gozne no permiten suturar las heridas. Esos vectores cruzados, siempre en intersección, al mismo tiempo que nos descolocan de la ficción nos extrañan, en un movimiento inverso pero simétrico, del mundo. En todo caso, la distopía de Maximiliano se parece mucho a la realidad no solo de Bolivia sino de muchos países latinoamericanos, así como la realidad distópica que vivimos en estos días en la Argentina se parece cada vez más a la peor de nuestras pesadillas más delirantes. Extrañar el mundo, descolocar la ficción: he ahí dos movimientos simultáneos y radicales.
El texto, me parece, define ahí la contemporaneidad de su intervención. Porque como En el cuerpo una voz, muchas de las escrituras más radicales de nuestro tiempo han abandonado el refugio del individuo y de la nación – dos de los sostenes fundamentales de la novela moderna – para concentrarse en la persistencia de la materia, de la naturaleza y de la historia olvidada, recuperando de la amnesia social restos e hilachas que al descentrarnos de historias lineales nos descentran también de humanismos conmiserativos para arrojarnos a la política intempestiva de la intemperie y del anonimato. Hay ahí, me parece, una potencia muy necesaria para nuestra supervivencia, en estos tiempos que corren.