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En clave de Piglia

Foto: Alejandra López.

Ficciones de Estado, ficción paranoica: una nueva y afilada columna del autor de Dos veces junio.



Por Martín Kohan.



 

Viene a cuento la reformulación que propuso en su momento Ricardo Piglia, en términos de “ficciones de Estado”: que en vez de plantearnos cómo aparece el Estado en las ficciones, nos planteemos tanto mejor cómo aparecen las ficciones en el Estado: cuáles son, cómo funcionan. Ya es sabido que decir ficción no equivale a decir mentira. Y que la relación diferencial que toda ficción establece con la verdad y con la mentira la habilita a producir ciertos efectos específicos, ciertas formas igualmente específicas de adhesión o de creencia. 

Piglia habló de ficciones de Estado tanto como de ficción paranoica. Y si pensamos en Arocena, el personaje de censor del rosismo que aparece en Respiración artificial, queda claro que planteó igualmente esa instancia: la de una ficción estatal paranoica. Sarmiento había sostenido, en Facundo, que nada pasaba en el país sin que Rosas lo viera o lo supiera. Arocena vendría a ser entonces un agente primordial de ese afán, interceptando cartas, leyéndolas, interpretando o más bien sobre interpretando, queriendo agotar los sentidos, queriendo saturar las intenciones. Y eso lo lleva fatalmente a delirar ataques, alucinar complots, multiplicar enloquecidamente su figuración febril de enemigos al acecho, agazapados por todas partes.

La paranoia se activa así en el centro mismo del poder estatal, aumentada por su notorio componente de megalomanía, la del que cree que todo lo que se dice le está dirigido o que todo lo que sucede le está referido. La respuesta tiende a ser la agresión desbordada, que se cree defensiva; una violencia que en verdad ya estaba ahí, aunque pretenda ser reacción a un ataque. Munida del aparato de Estado, se resuelve en represión, y ni siquiera eso la calma. No será por sí misma que habrá de encontrar algún límite, porque la propia ficción paranoica por definición no lo tiene.

 

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