Emancipación
Por Martín Kohan
Miércoles 21 de diciembre de 2022
Otra columna del autor de Bahía Blanca alrededor de las crónicas de viaje de Roberto Arlt en Aguafuertes silvestres (HD Ediciones).
Por Martín Kohan.
En una de las Aguafuertes silvestres escritas y publicadas en febrero de 1930, Roberto Arlt ofrece a sus lectores una escena de neto corte patriarcal. El cronista viaja en tren hacia Sierra de la Ventana con unos cuatro o cinco compañeros. Y es en el tren, en pleno viaje, que advierten la presencia de unas jóvenes mujeres, para ellos muy atractivas, que van con su padre: “Venía un viejo con tegobis caídos, cara broncosa y dos menores bastante competentes. Como es natural, ¿quién no mira a una menor?”, anota Roberto Arlt. Esta visión, menos natural que naturalizada, se topa con una indeclinable resolución paterna: “Al viejo parece que no le causaba mucha gracia esta admiración, y las envió a dormir a las menores”. Es el padre, y no las hijas, quien toma la decisión. Y es que según parece es a él, antes que a ellas, a quien hay que convencer, a quien hay que persuadir: “Yo quería acercarme al viejo de los bigotes cabreros, para pedirle la moneda y preguntarle, de paso, si no tenía proyecto de casar a alguna de las menores”. El matrimonio es el punto de referencia inexorable, porque no es sino en ese marco, el de la regulación institucional de las leyes del Estado, que un deseo semejante debía inscribirse, en tanto y en cuanto a esas mujeres no se las considerara indecentes. Es doble el sometimiento, entonces, es doble la subordinación de las mujeres (pues no se trata, evidentemente, de una minoridad deleuziana): a la rígida legislación vigente y a la estricta autoridad del padre.
Ese padre es padre, tutor y encargado. Es padre y tutela, es padre y se encarga. Se encarga de expulsar a sus hijas de la escena de seducción. Es él quien desaprueba a los candidatos, por lo que, taxativo, las manda perentoriamente al camarote. Ellas le obedecen sin chistar. Calladas: en el tren y en el aguafuerte. Salen de escena sin decir palabra alguna. Por ende no nos enteramos de lo que pensaron o sintieron al verse miradas, al saberse deseadas: si atracción, si indiferencia, si repulsa o si otra cosa. No sabemos si, en ellas mismas, existió o no existió deseo, o si pudo llegar a existir eventualmente. El padre habla por ellas, el padre decide por ellas. Pese a haber dejado atrás la infancia, no cuentan como mujeres con el derecho de pronunciarse por sí mismas, de decidir sobre sí mismas. Tienen que esperar algún tiempo todavía (la cifra en cuestión queda establecida por el aparato legal del Estado) para poder emanciparse (ésa era la palabra, y ésa es). Emanciparse según los plazos y según las formas establecidas por el código vigente. Emanciparse del poder del padre, ese mismo que bien describe Arlt.
Contra esta emancipación digitada y concesiva, que no deja en verdad de ser parte del dispositivo de sometimiento, hemos visto erigirse luego la alternativa de una emancipación de otra índole, sostenida en la lucha política: una que habilita que las mujeres se sustraigan de esa infantilización que un padre (un patriarcalismo) les impone como puro ejercicio de poder, y que los propios viajeros del texto de Arlt admiten y reproducen de hecho; una emancipación radical que hace que ya nadie (nadie es nadie) pueda regular sus deseos, establecer cómo y con quién se validan, dirimir desde cuándo y hasta cuándo se admiten, o encuadrados en qué cifras. Esta aguafuerte de Arlt podría leerse tal vez en conexión con “Exvoto” de Oliverio Girondo, un texto de 1920 en el que “las chicas de Flores” salen a la calle a buscar hombres, también con el matrimonio como horizonte implícito, y llevadas literalmente “a remolque”, es decir, no del todo por su pura voluntad. Sólo que ya no por sus padres, sino por sus madres.