El síndrome de la segunda novela
Por Natalia Gelós
Viernes 13 de marzo de 2020
Después de El corazón es un cazador solitario, Carson McCullers se vio ante el vértigo de la segunda novela. "Existe cierta predisposición en la crítica a retirarte su apoyo, una tendencia tan inmediata y natural que casi podría formularse como una ley física”, parecía saber. Por suerte, McCullers siguió escribiendo. Y no fue la única. ¿Qué dudas abren las segundas novelas luego de un éxito en la primera? ¿En qué estado se escriben?
Por Natalia Gelós.
Hay quienes lo han llamado “síndrome”: el síndrome de la segunda novela. Después de publicar Matar a un ruiseñor (1960) y obtener un éxito rotundo, Nelle Harper Lee, la ladera de Capote en A sangre fría, la que alguna vez dijo que había querido ser la “Jane Austen de Alabama del Sur”, ganó un Premio Pulitzer, se volvió bibliografía obligatoria en las escuelas, y se borró del mapa. Sólo escribió ensayos, un par de perfiles. Luego de muchísimos años, medio siglo más tarde, apareció con una novela que, en realidad, había escrito antes de dar a conocer a Atticus Finch, el protagonista de su gran éxito. Cuando Gregory Peck ganó el Oscar a mejor actor en la adaptación al cine, Lee dijo que quería desaparecer. No desapareció del todo, pero nunca entregó nuevo material al mundo, que es otra de las formas de perderse en la bruma.
Luego de Memorias de una geisha (1997), Arthur Golden prometió una segunda novela que nunca apareció. Según Tennessee Williams, Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers, era una segunda novela que al momento de su salida fue considerada “tan decepcionante como habitualmente lo son las segundas novelas”, y explicaba: “Cuando el libro que precede a una segunda novela recibe grandes alabanzas, como ocurrió con El corazón es un cazador solitario, existe cierta predisposición en la crítica a retirarte su apoyo, una tendencia tan inmediata y natural que casi podría formularse como una ley física”. Por suerte, McCullers siguió escribiendo. Y no fue la única. ¿Qué dudas abren las segundas novelas luego de un éxito en la primera? ¿En qué estado se escriben?
Antonio Santa Ana logró con su primera novela, Ojos de perro siberiano (1998), lo que pocos: un éxito de ventas a nivel latinoamericano que implicó que, por ejemplo, fuera más conocida primero en otros países que en Buenos Aires. Para él fue cambio de vida: “Yo me iba al camping en La Paloma o alquilaba a una casa en doce cuotas en Santa Teresita y de golpe me encontraba en el Hilton de Caracas con la Bersuit, -dice- o en México, en un piso 40 de un hotel de 5 estrellas. Paralelamente, no tenía un mango y hablaba con mi mujer y me decía que si me pagaban viáticos ahorrara para comprarle zapatillas a nuestro hijo mayor”. Para su segunda novela, Santa Ana pegó el volantazo: “Yo estaba teniendo éxito con una novela juvenil con una primera persona que funcionaba para que lector se identificara con el narrador. Entonces, mi segunda novela fue una parodia a las novelas juveniles. Y después tardé diez años para publicar la tercera novela, porque fóbico se nace…”. Recién a fines de 2019, en una madrugada luego de una cena, Santa Ana se metió a escribir eso que tanto le habían pedido a lo largo del tiempo: la segunda parte de Ojos… se llamó Bajo el cielo del sur, y en ella buscó ir en contra de todo lo que se pudiera esperar.
Julián López recuerda que para él fue bastante intenso el tema de la segunda novela. Una muchacha muy bella agotó la primera edición en apenas semanas y conquistó reseñas buenísimas por todas partes. Al mes de publicarla, se cruzó con una señora en una librería. Ella lo abrazó y le preguntó cuándo saldría la segunda. “No, señora, no voy a volver a escribir. Fue un hobby”, respondió López. Y explica ahora: “Me parecía aterrador pensar que yo ya tenía que ponerme a escribir para responder una demanda”.
“La segunda novela -explica el autor de La ilusión de los mamíferos- supone empezar a pensarte en términos de producción, más como un productor de novelas que como escritor impresionista o expresionista. Y supone, y eso no es mejor para mí, la idea de la renuncia a un edén original: uno escribe su primera novela llevado por impulsos que desconoce o de los que solo tiene una manera de vincularse intuitivamente. Empezar a pensarse como escritor de novelas es pensarse como productor de narrativa”. López se refiere a una doble vía: “Querés escribirla pronto para pasar por el trance del cómo irá a ser recibida, para apurar el trámite de que te van a matar, y eso hace que retrases el trámite. La escritura de mi segunda novela fue traumática en ese sentido. Hay algo que sí se aquietó después de que la escribí: sí empezás a ser un productor de narrativa en esa forma, con lo cual algo de la escritura silvestre se pierde, pero eso a la vez te da un lugar importante dentro de vos mismo, y también podés pensar tu trabajo como un oficio y no solamente como el dictado de una impulsividad intuitiva”.
En 2018, Leila Sucari ganó el primer premio novela del Fondo Nacional de Las Artes por Adentro tampoco hay luz. Una novela que trajo una mirada fresca, una prosa bella y que levantó elogios por todas partes también. A ella le siguió, tiempo después, Fugaz. “El proceso de escritura de Fugaz fue muy distinto. La primera novela la trabajé en el contexto del taller de Fernanda García Lao, compartí con mis compañeros los descubrimientos, las angustias y las dudas que fueron surgiendo a medida que avanzaba con la historia. Cuando terminé, la mandé al concurso del FNA y ganó el primer premio de novela, así que para el momento de publicar ya venía con muchas lecturas y buenas críticas que de alguna manera me hicieron sentir más segura”, cuenta la autora que dice que, por el contrario, la segunda fue escrita en total soledad: “No quise leer ni compartir nada hasta no tener una primera versión final. Fueron dos años de trabajo y de lecturas en voz alta, pero a mí misma. Necesité ese aislamiento, cierto tipo de impunidad, alejarme de la mirada de los otros y conectar con la oscuridad que me pedía esta historia. Empecé a escribirla al poco tiempo de terminar la primera novela, cuando todavía no había ganado el premio ni había publicado”. Sucari intentaba no caer en la comparación de la primera con la segunda y por eso quiso el resguardo: “Escribir y abordar un mundo pensando en gustar, en que sea aceptado es lo peor que te puede pasar. Publicar Fugaz me provocó mucho más vértigo porque casi no tenía lecturas previas, porque la exposición no fue paulatina, sino que pasó de mi Word a las librerías. Además una segunda novela, después de que a la primera le fue bien, llega con más pretensiones, hay que con qué comparar. Muchos esperaban una suerte de continuación de la primera, un registro parecido, y encontraron otra cosa. Pero insisto con que hay que poder salir del exitismo, no volverse un escritor o escritora complaciente. La escritura para mí es una búsqueda que tiene que ver con el juego, con las fisuras, con el placer y también con el desgarro”.
Cuando en 1989 Almudena Grandes publicó Las edades de Lulú, su primera obra, en la que contaba la España de los 80, ganó un prestigioso premio a la novela erótica, tuvo veinte traducciones a otros idiomas y adaptación al cine de la mano de Bigas Luna. Su vida se puso patas para arriba y luego de preguntarse si quería ser “escritora o famosa”, se puso a trabajar, a buscar la dichosa segunda novela. En una entrevista de El Tiempo recordó aquellos días: “El mundo está lleno de escritores de una sola novela. Mientras no demuestres lo contrario, tú puedes acabar siendo uno de ellos. De manera que me senté a escribir”. Así rompió sus temores con Te llamaré Viernes, en 1991. Fue muchísimo más discreta su llegada a las librerías, pero le siguieron tantas que quedó claro que la máquina funcionaba. En esa misma entrevista, ya consagrada, autora prolífica, tiró una de esas frases que lo dicen todo: “Nunca vas a volver a ser tan libre como en la primera novela. Y nunca vas a estar tan preso de tus miedos como en la segunda". Suena con algo de nostalgia, como una más de toda esa legión que vive para escribir un día más, como quien cruzó hace rato la línea de llegada.