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El relato de los síntomas

Por Alia Trabucco Zerán

"Vivir es padecer, parece decirnos esta importante novela". Sistema nervioso, el nuevo libro de Lina Meruane publicado por Eterna Cadencia Editora, fue presentado en Chile con este texto de Alia Trabucco Zerán (Santiago, 1983), autora de la novela La resta y de relatos y ensayos aparecidos en diversas antologías.  

Por Alia Trabucco Zerán. Fotografía de Lisbeth Salas.

 

 

“La genética no es siempre un destino”, escribe Lina Meruane en esta novela vertiginosa, donde la enfermedad no es ya un conjunto de síntomas, un manojo de células bajo el microscopio, ni un destino trágico y fatal sin importar el cuerpo en que se aloje. La enfermedad, en Sistema nervioso, tampoco es metáfora de un mal colectivo ni una excusa para indagar en el duelo o la muerte, en la vejez o la soledad. En los fragmentos que componen esta poderosa novela, que viene a completar un corpus, un cuerpo, sobre enfermedad y literatura integrado también por los brillantes libros Fruta podrida, Sangre en el ojo y por el ensayo Viajes virales, la enfermedad da un vuelco de la mano de una escritura incisiva y se transforma en un código íntimo, un habla compartida, una manera de estar juntos que desafía el estrecho mandato de los genes. Los protagonistas de este libro no solamente están enfermos. Son su enfermedad y se relacionan unos con otros a partir de sus padecimientos.

Ella: pérdida de sensibilidad en el hombro, nuca, cuello. Sin diagnóstico preciso.

Él: tímpano perforado.

El Padre: próstata. Desmayado de dolor.

El Primogénito: huesos pulverizados.

La Madre: pecho carcomido.

La Madre biológica: encefalograma plano.

Con humor negro y una prosa hipnótica y siempre singular, Lina Meruane subvierte buena parte de las convenciones que proliferan en materia de literatura y enfermedad. En Sistema nervioso enfermar no es el clímax del relato, ese momento clave, que marca un antes y un después y permite desde curiosas epifanías hasta soporíferas solemnidades. Los síntomas, en estas páginas, se manifiestan en cada oración, en cada zona del cuerpo, en cada uno de los personajes y en cada momento de sus vidas. Ese es el primer hallazgo de esta novela no apta para hipocondriacos: enfermarlos a todos y, de ese modo, volver sinónimos vida y enfermedad. “Porque lo raro es vivir”, anota Meruane, “Porque el dolor es la conciencia de estar vivo”.

En un mundo cada vez más empecinado en la preservación del cuerpo y en el culto a la salud, la protagonista sin nombre de esta novela, Ella, arroja al universo, ese otro sistema que estudia obsesivamente para su interminable tesis doctoral, un deseo casi indecible: enfermar. Enfermar para ganar tiempo. Para ganarle al tiempo. Para detenerlo y así asomarse a esas estrellas que han perdido su luz, esos agujeros negros que han devorado demasiados años de su vida y se han traducido en una investigación frustrada y en un secreto que se propaga como un virus entre Ella y su Padre: el secreto de su propio fracaso. Esta pulsión enfermiza es el punto de partida de la novela y se hace realidad sin tardanza y sin clemencia: “un calambre repentino le recorre la espalda”, escribe Meruane, “y entonces, la quietud”.

Su piel arde y, sin embargo, no hay una herida. Ella deja de sentir su hombro, su brazo, pero ahí están, en apariencia sanos, de aspecto absolutamente normal. “No había rastro del daño pero ahí estaba el dolor como otra piel”, apunta Meruane, y ese dolor despunta como la primera rama de un árbol genealógico que hunde sus raíces no en la casa familiar sino en hospitales, laboratorios y salas de exámenes donde cada integrante de esta insólita familia es auscultado. La búsqueda de un diagnóstico (y cito: “un diagnóstico no es más que una etiqueta sobre el cuerpo”) lleva a esta novela desde el país del presente al del pasado, y desde parientes cercanos hasta remotos romances, pero, sobre todo, permite a su autora indagar en el sistema familiar, en el sistema corporal, en el sistema solar, y también en el literario, blandiendo un lenguaje que se alza como uno de los grandes aciertos de este libro: porque la lengua de la enfermedad es, en estas páginas, también la lengua de los afectos. Solo una vez enferma y sin diagnóstico, es decir, sin nombre, sin etiqueta, la protagonista alza el teléfono, marca un número del país de su pasado, y renueva, así, el orden de un mundo que la vuelve a ubicar a Ella como paciente y como médico, nada menos que a su Padre.

En esta novela llena de urgencias y emergencias, afecto y enfermedad se entrelazan, engendrando vínculos donde la dicotomía entre cuerpos sanos y enfermos, entre cuidadores y cuidados, entre médicos y pacientes (es decir, entre hija y Padre) se desmorona, dejando a todos los personajes al amparo, o al desamparo, de sus comunes padecimientos. Así, aunque Sistema nervioso esboza un orden familiar, este se dinamita una y otra vez. La familia enferma. Cada uno de sus integrantes se fractura, se infecta, se desmaya. Y a partir de ese colapso se configuran vínculos que ya no tienen a la sangre como intermediaria. Ella y una madre que no la parió, Ella y Él, su pareja, no comparten cromosomas sino la ansiosa experiencia de la enfermedad. Y compartir padecimientos, en este libro, es compartir algo tanto o más poderoso que la sangre: es compartir una lengua.

Un lenguaje contaminado por los síntomas de los tiempos, nervioso, fracturado, que sufre espasmos poéticos, cortocircuitos que abren la escritura y la fugan del sistema cerrado que puede llegar a ser una novela hacia una zona de riesgo presente no solo en este sino en todos los libros de Lina Meruane. “Caminos, carteles, panales derretidos”, leemos. “Calcio, cloro, amnésicas polillas”. Ese lenguaje-otro que irrumpe como una protuberancia en el párrafo, y que deja como huella una marca en cursivas en el cuerpo del texto, una imborrable cicatriz provocada por el estallido de esa lengua salvaje que es la lengua de la enfermedad.

Gracias a una estructura porosa, dendrítica como nuestro sistema nervioso, esta novela permite además leer un momento contemporáneo igualmente nervioso. Separados por tres asteriscos, tres pequeñas estrellas sin luz de un universo que asoma como una de las grandes preocupaciones de la protagonista, los párrafos de este libro transitan de un inquieto presente al pasado imperfecto y al tiempo futuro, en un orden que invita a conexiones de sentido no causales. La hija, por ejemplo, sufre un síndrome similar al de la madre que no la parió y sus rostros se empiezan a emparentar pese a la falta de parentesco. Y así como la sangre no determina la herencia, el pasado y el futuro pierden sus coordenadas ante la presencia de una enfermedad. Porque la enfermedad, y esto lo sabe cualquiera que haya sufrido un desmayo, una cirugía, una larga convalecencia, la enfermedad solamente existe en el presente. O, en palabras de Lina Meruane, “cualquier dolor en el presente (es) siempre el peor dolor imaginable”. La protagonista de Sistema nervioso no solo experimenta el dolor sino que habita ese tiempo presente, ese eterno presente, que es el dolor. Y lo habita sin aparentes deseos de recobrar la salud. Porque el tiempo del dolor, en Sistema nervioso, es el tiempo de la vida.

Y me detengo en el tiempo, ya cerca del final, porque se trata de otro de los ejes de esta novela. Un tiempo que se manifiesta en las estrellas y en el polvo de los huesos, en la vejez del padre y en las obsesiones de su hija, en la estructura del libro y en el modo de nombrar sus geografías: el país del presente y el país del pasado. El primero, asolado por la violencia y donde los cuerpos desconocidos, los cuerpos migrantes, son expulsados o asesinados como si también ellos fueran una letal enfermedad; y el segundo, el nuestro, el país del pasado, donde cada síntoma es reminiscencia de una violencia dictatorial y patriarcal que brota en los cuerpos de las mujeres y en el cuerpo presente de la protagonista. Entre estas dos geografías, es decir, entre estos dos tiempos, Ella enferma. Y mientras indaga en esa enfermedad sin marcas visibles, en ese dolor sin herida y cuyo diagnóstico se vuelve cada vez más esquivo, todo a su alrededor refleja distintas formas de la herida: la herida en el cuerpo del Padre, la herida en la pareja, la familia herida, la herida en cursivas enquistada en cada página del libro, e incluso la herida en el territorio: porque qué es una fosa sino una herida abierta en el paisaje.

 

Sistema nervioso, entre sus muchas lecturas posibles (y este es un libro que, como el universo que representa, se abre a múltiples lecturas) admite concebir el cuerpo colectivo y el individual en una relación contaminante y, por eso, profundamente viva. Y permite vernos como los cuerpos que somos, habitando este tiempo doloroso que es el presente de la enfermedad y que Lina Meruane, una vez más, nombra con maestría. Porque lo que no se nombra, dice Meruane, corre el riesgo de desaparecer, y Sistema nervioso apuesta por nombrar o tal vez re-nombrar la enfermedad ya no solo como amenaza sino como un elemento fundante de lo humano. Vivir es padecer, parece decirnos esta importante novela. Y ante tamaña subversión de lo que es una vida, ante esta equivalencia entre vivir y enfermar, Sistema nervioso nos formula una propuesta radical: padecer, pero esta vez, padecer juntos.

 

 

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