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Editorial

El otro tiempo de la voz

Por Gabriel Giorgi

"Eso que está entre el lenguaje y el cuerpo, entre humano y animal, entre sonido y sentido: ahí, la voz. La voz es lo que retorna, lo que sobrevive con potencia indómita, lo que incluso ocupa cuerpos ajenos, lo que irrumpe y disloca el presente". El segundo texto de la presentación de En el cuerpo una voz, de Maximiliano Barrientos, novedad de Eterna Cadencia Editora. 

Por Gabriel Giorgi.

 

Hay una cualidad de la novela como género que el texto de Maximiliano Barrientos lleva hasta un nuevo límite y una nueva potencia. La novela, o, si quieren, “lo novelesco”, es la herramienta por la cual le damos forma al tiempo, el mecanismo o el procedimiento por el cual, al menos desde la era moderna, las temporalidades que funcionan como el marco de nuestras vidas cobran formas determinadas, modulaciones y texturas propias. Más que una forma específica, un género demasiado definido, la novela es antes que nada un procedimiento para darle forma al tiempo y para desplegar ese movimiento entre las historias de los individuos, de sus cuerpos y ese otro magma que es el tiempo compartido con otros, la historia común, colectiva.

      En el cuerpo una voz trabaja esas formas del tiempo pero en un registro muy específico, porque lo hace  en torno a la distopía, es decir, el tiempo del después. Reconstruye una guerra interna —que es una guerra de razas y un genocidio—, que la novela llama, insistentemente, “colapso” y luego la reposición de una nueva y tensa “normalidad,” la reconstrucción de memorias y de los intentos de justicia. Seguimos las alternativas de un protagonista que sufre la violencia de la masacre, y que luego, “después”, cuando se reorganiza la nueva “Nación Camba”, recibe el encargo de rescatar testimonios para una políticas de la memoria. Como verán, es una distopía que reitera, con ligeras variaciones, las historias de nuestros Estados nación: las masacres, los genocidios, los testimonios, la demanda infinita de justicia.  Aquí esa historia retorna en loop , en una repetición distorsionada, oblicua y circular. Es el gesto  de lo distópico: la historia de un después, una pedagogía sensible del cómo se vive y cómo se narra en ese “después” que aquí es una repetición sin cierre.  Porque la clave de esto es que esa temporalidad deja de estar clivada hacia un futuro, hacia una progresión: al contrario, es yuxtaposición, superposición de tiempos, acumulación de secuencias que ya no se terminan de ordenar en una sucesión sino que conviven y se superponen como capas geológicas, o mejor dicho, como fragmentos de tiempos bajo el signo de una sincronicidad nueva. Lo que esta novela de lo post-histórico piensa es una temporalidad —la nuestra— que ya no se organiza  en relación al futuro, cuando lo futuro como centro de gravedad del tiempo se debilita, cuando el futuro ya no absorbe el movimiento del tiempo. Eso es la distopía: una pedagogía del tiempo sin la trampa del futuro. Cómo narrar las historias —y la Historia— sin gravitar hacia una teleología como resolución y condensación. (Sería interesante pensar la novela de Barrientos, en este sentido, como una nueva vuelta de aquellos textos que Ludmer marcaba como “tonos antinacionales”, los textos del fin de cierto ciclo de lo nacional: esta novela le da una vuelta a ese fin porque trabaja con otro tiempo. )

Darle forma a una nueva co-temporaneidad es, creo, una de las posibilidades de la novela o de lo novelesco en el presente: ahí tiene lugar En el cuerpo una voz. Aquí la novela es composición: no tanto de una trama (que la hay, pero no voy a spoilear) como de un cuadro de tiempos simultáneos. Menos un palimpsesto a descifrar que una contiguidad inestable, llena de zonas ciegas, de líneas negras.

Leemos en el texto:

      “Esa amalgama era el subsuelo de la memoria. A veces las piezas rotas se colaban en el campo de la conciencia, aparecían como flashes, imponían lugares de una vida que fue mía y de la que ya no       reconocía casi nada. Un mundo inservible hecho de electricidad fantasma.” (130)

La memoria no repara, no termina de armar una narrativa como sutura: esa reparación fallida de antemano es lo que se vuelve materia de la escritura. Porque la escritura es aquí es esa electricidad fantasma que, si no sirve para reparar las heridas del pasado, traza los contornos de las formas del presente.

Hay, sin embargo, otra clave en la novela que piensa la cuestión de la escritura y que me parece condensa mucho de la potencia de este texto. Haciéndole caso al título, me gustaría leerla como una novela o una escritura de la voz. Aquí la voz es una protagonista decisiva, no porque sea una novela de la polifonía, de los registros verbales (es interesante igual esa dimensión, pero no pasa por ahí) sino porque lo que el texto hace es preguntarse, todo el tiempo, qué es una voz. Cómo vive, cómo sobrevive, cuál es el tiempo de la voz. Porque aquí la voz está siempre, interesantemente, despegada de los cuerpos. Flota, como en un limbo, y ese limbo es aquí la “novela.”

Leo: “Hay que romper los cuerpos para liberar a las canciones”, dice una muchacha que visita en sueños al narrador.  En una novela donde los cuerpos son reducidos a cosas, donde el cuerpo es carne “sin misterio”, donde la vida y la muerte del cuerpo es simplemente el cálculo en la logística del terror (y ahí vemos las huellas  de la distopía como género: no pude no pensar en The Road, de Cormac McCarthy, pero aquí con una torsión más interesante porque no se queda en el colapso sino que repone el Estado, la vida después, la nueva “normalidad”) , en ese universo donde los cuerpos son reducidos a carne y cosa, allí la voz es lo que conserva el misterio de los cuerpos. La voz “da vueltas por cartílagos y huesos, me arrastra por glándulas y vísceras, mueras y fluidos. No deja marcas, sólo un ruido finito a su paso.” Ese ruido, eso que pasa entre los cuerpos, los cuerpos rotos, quebrados, eso que sobrevive es la voz (más incluso que el nombre propio: la voz es anónima, es impersonal.) Sigo leyendo: “La voz seguía moviéndose, no se iba. Fluía por mis dedos y por mi pecho, circulaba por mis ojos y mi garganta. Se propagó por los tejidos y los nervios y las arterias, se volvió cuerpo.” (164)  Eso que fluye por los cuerpos, que da vueltas, que no se afinca en un cuerpo sino que permanece, persiste, en un limbo, un tiempo virtual, entre lo vivo y lo muerto, eso es aquí la voz.

La voz es espectral y a la vez orgánica, se mueve en ese terreno donde condensa los retornos de la memoria y el afecto de los cuerpos. Es el lugar del lenguaje, pero a la vez lo excede: compartimos la voz con los animales, en una continuidad donde la forma humana se desmorona en un paisaje hecho de cuerpos y de voces. (La cuestión de lo animal aquí será central, fundamentalmente como lugar de ambivalencia de lo humano: es la carne como continuo entre humano y animal, pero también los animales son la familia, el afecto más preciado, el refugio. No quiero spoilear pero como verán cuando lean la novela la cuestión del animal es central para el universo de narración y de sensibilidad.)

Eso que está entre el lenguaje y el cuerpo, entre humano y animal, entre sonido y sentido: ahí, la voz. La voz es lo que retorna, lo que sobrevive con potencia indómita, lo que incluso ocupa cuerpos ajenos, lo que irrumpe y disloca el presente. Hay, en este sentido, una dimensión conceptual en torno a la voz en el texto de Maximiliano que me interesó mucho, justamente porque la vuelve materia del pensar. Es alli donde En el cuerpo una voz sitúa la escritura: lo escrito es, aquí, paradójicamente, la instancia de una escucha, cuando todo, pero todo, parece estar en silencio.

En la mudez de los cuerpos, una voz. Ahí se sitúa la apuesta de esta novela y de la escritura de Barrientos.

 

 

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