El cerebro húmedo: un ensayo de Siri Hustvedt
Pensamiento contemporáneo
Martes 22 de junio de 2021
"De la gran cantidad de datos acumulados y de las innumerables conjeturas que se han hecho sobre el funcionamiento del cerebro-mente o de la mente-cerebro —dependiendo de dónde se ponga el énfasis—, no sabemos cómo funciona": un ensayo de la escritora estadounidense, tomado de Los espejismos de la certeza (Seix Barral).
Por Siri Hustvedt. Traducción de Aurora Echevarría.
Sin embargo, preguntémonos desde un punto de vista en tercera persona si el cerebro, el verdadero órgano húmedo de las neuronas, las sinapsis y las sustancias químicas, es un dispositivo computacional digital o si se parece siquiera a uno. Por supuesto, si esa materia etérea, la información, es superior o más profunda que la biología, o si la psicología puede separarse por completo de la biología, si realmente hay dos sustancias, el cuerpo y la mente, entonces la pregunta se vuelve menos apremiante. Pero me interesa el cerebro que se encuentra dentro del cráneo de un mamífero, del mismo modo que me interesa por qué la teoría computacional de la mente dejó de ser una hipótesis en la ciencia cognitiva y llegó a estar tan ampliamente aceptada que muchos la consideraron y todavía la consideran un hecho. ¿No nos previno Goethe exactamente de eso?
Es importante entender que, a pesar de los enormes avances que se han realizado en la neurociencia durante el pasado medio siglo, de la gran cantidad de datos acumulados y de las innumerables conjeturas que se han hecho sobre el funcionamiento del cerebro-mente o de la mente-cerebro —dependiendo de dónde se ponga el énfasis—, no sabemos cómo funciona. Sin embargo, decir que no existe un modelo teórico consensuado sobre el funcionamiento del cerebro no significa que los científicos no sepan nada. Actualmente se sabe mucho más que hace cincuenta años, pero la mente como máquina procesadora de información modular, tal como es concebida en varias ciencias y algunas filosofías, no es un hecho ni una teoría científica, y el concepto de la psicología evolucionista de la modularidad masiva es aún más controvertido. Aunque los psicólogos evolucionistas se apoyen en la genética conductual y en la neurociencia para apoyar su tesis de cómo funciona la mente, el modelo masiva-mente modular de la mente no se basa en la biología, sino en la hipótesis de que nuestra mente está compuesta de módulos diferenciados y la mente como un todo se comporta de forma igual o parecida a un ordenador, una idea que surgió de la lógica y la cibernética, y que puede que tenga menos que ver con los procesos orgánicos reales que con los modelos idealizados de cómo funciona un sistema en cualquier material, ya sea humano o máquina. Según esta teoría que describe Georg Northoff, el cerebro no constituye estados mentales. «En cambio —señala—, cualquier tipo de dispositivo (un cerebro, un ordenador o una máquina) puede, en principio, ejecutar el programa requerido para producir estados mentales.» Northoff llama a esta posición la denigración del cerebro.1
¿Existen módulos o algo parecido a los módulos en el cerebro húmedo? Los defensores de las versiones de localizacionismo/antilocalizacionismo están todavía entre nosotros; unos hacen hincapié en cualquiera de las regiones específicas del cerebro que están vinculadas a ciertos estados o funciones, y otros se inclinan hacia modelos más conectivos. Por ejemplo, se han llevado a cabo un buen número de investigaciones en el córtex visual y en sus partes, cada una de las cuales está implicada en las diferentes «tareas» que conlleva ver un objeto en el mundo: la forma, el movimiento, el color, la ubicación, etc. Durante mucho tiempo, el córtex visual se consideró un buen ejemplo de localización de una modalidad sensorial en el cerebro, la visión. La evidencia empírica, sobre todo durante la última década, ha sugerido algo más complejo. Parece ser que el córtex visual recibe estímulos no sólo visuales, sino también auditivos, y entre el córtex auditivo y el visual hay bastante interacción. Esto suele conocerse como interacción intermodal, modalidades sensoriales que se comunican entre sí. Los estudios han demostrado que lo que oímos afecta lo que vemos. Del mismo modo, lo que oímos puede afectar nuestras sensaciones táctiles. En un artículo de 2010, Ladan Shams y Robyn Kim señalan: «Por lo tanto, no parece que el procesamiento visual tenga lugar en un módulo al margen de otros procesos sensoriales. Todo apunta a que interactúan enérgicamente con otras modalidades sensoriales en una amplia variedad de dominios».2
La investigación intermodal continúa, y sirve para apoyar una hipótesis sobre el desarrollo humano que sostiene que podemos nacer sin percepciones sensoriales radicalmente diferenciadas, que en los recién nacidos los sentidos están difuminados y que a medida que crecen se separan. Esto ayudaría a explicar las numerosas formas de sinestesia que experimenta la gente que oye colores, ve letras y números como colores, o siente sonidos.3 Las personas con sinestesia retienen experiencias intermodales que otras personas pierden. Pero, en mayor o menor grado, la percepción intermodal forma parte de toda nuestra vida consciente. La metáfora salta continuamente a través de los sentidos. Me siento gris. Escucha ese sonido dulce y suave. Qué color tan triste. O unos versos de la inimitable Emily Dickinson: «’Twas such an evening bright and stiff», «And a Green Chill upon the Heat», y «They have a little Odor—that to me / Is metre—nay—’tis melody—».*4
Sabemos que ciertas partes del cerebro están relativa-mente maduras al nacer; el tronco encefálico, por ejemplo, que es una parte del cerebro protorreptiliano de Mac- Lean. Controla la respiración, la frecuencia cardiaca, la temperatura corporal y otras funciones autónomas, y es, en términos evolutivos, una parte antigua del órgano más grande, que tenemos en común con otros muchos animales, como las ranas. De hecho, es apropiado pensar en este aspecto de la función cerebral como en un autómata. Sin embargo, sorprende que el neocórtex de mamífero, la parte que ha evolucionado más recientemente en nuestro cerebro y en el de otros animales, parezca plástico, y es probable que más en los seres humanos.
El córtex humano se desarrolla en gran medida después del nacimiento, y existe un consenso considerable en torno a que se desarrolla en parte a través de la expe-riencia.5 Pero ¿significa eso que podemos establecer una «relación entre naturaleza y crianza como entidades se-parables, que la sensación de privilegio de M., por ejemplo, puede encontrarse en su naturaleza (genes vigorosos de buena cepa), y no en su crianza (es hijo de unos padres que lo adoran)? ¿Tiene eso siquiera un sentido lógico? ¿Qué es lo innato y qué es lo adquirido en este caso? ¿Diríamos que el córtex innato es el cerebro al nacer, uno ya formado antes del parto a través del entorno uterino, y que su desarrollo sináptico después del parto es adquirido porque su forma orgánica dinámica no puede entenderse sin la experiencia de la persona? No, porque aquí también intervienen disposiciones genéticas y la experiencia afecta a la expresión o la supresión de los genes.
¿La experiencia del organismo, que afecta las conexiones sinápticas del cerebro, no es inseparable de su naturaleza? ¿No refleja este pensamiento el papel del gen en contexto, pero extrapolado al nivel de todo el organismo? Sin el entorno, que abarca los alimentos y el aire, los padres que mecen, gritan, tocan y hablan, así como todo tipo de interactuaciones con el mundo y con los demás —en pocas palabras, sin la experiencia—, no hay ningún ser humano reconocible. Eso no significa que no tengamos rasgos hereditarios ni historia genética. Pero, como hemos visto, esa historia, en lo que se refiere a la supresión de los genes, puede estar influenciada por lo que le sucede a un animal. Sin este desarrollo dinámico, una narrativa que comprenda una gran variedad de influencias, nunca habrá un filósofo pensando solo en su habitación.
En el córtex visual de las personas que nacen ciegas se observa una plasticidad singular.6 El córtex visual es reclutado para otros sentidos —la audición y el tacto—, pero al parecer también para habilidades cognitivas, como el lenguaje.7 Por otra parte, un niño puede perder todo un hemisferio del cerebro y seguir creciendo hasta convertirse en una persona «normal». Pinker habla de la plasticidad con cierto detalle en La tabla rasa, pero insiste en que «no demuestra que el aprendizaje sea crucial para moldear el cerebro ni que los genes no puedan moldearlo».8 La plasticidad, sin duda, implica factores genéticos aún inciertos, pero muchos neurocientíficos creen que el aprendizaje es crucial para «moldear» el córtex cerebral, entre ellos uno en cuya investigación Steven Pinker ha fundamentado uno de sus libros más recientes, Los ángeles que llevamos dentro, y autor junto con Mark Solms del artículo sobre el ello y el yo: Jaak Panksepp.
En «The Seven Sins of Evolutionary Psychology» [Los siete pecados de la psicología evolucionista], Jaak y Jules Panksepp sostienen que la plasticidad cortical no sugiere una serie de «módulos guiados genéticamente» sino un «“patio de recreo” cognitivo, lingüístico y cultural de uso general» y que depende de la experiencia «para regular las tendencias afectivas y motivacionales básicas que se organizan en otros lugares».9 Por otros lugares entienden la parte afectiva subcortical del cerebro, donde Solms y Panksepp sitúan una conciencia primitiva, más antigua que el neocórtex en términos evolucionistas, que nos vincula anatómica-mente a otros mamíferos, como las ratas. Jaak y Jules Panksepp se refieren en concreto a las regiones del cerebro involucradas en la emoción, que son menos plásticas. «Creemos que algunas versiones de la psicología evolucionista que están actualmente de moda se aproximan bastan-te a una visión de la mente humana neurológicamente inverosímil», escriben.10 Quince años después de la publicación de su artículo, yo diría que esas opiniones parecen aún más inverosímiles. Los Panksepp señalan que esto puede ser especialmente cierto para el desarrollo del lenguaje, y que no se sabe si nuestra capacidad lingüística surge de influencias genéticas o de una reconfiguración de las adaptaciones. Stephen Jay Gould consideraba que el lenguaje podía ser un simple subproducto accidental de nuestro gran cerebro humano, lo que llamó una exaptación.
En otras palabras, nadie duda de que los seres huma-nos aprenden a hablar y a usar símbolos de formas en que las ranas y los ratones nunca lo harán. Esto debe de implicar una capacidad innata, pero cómo se consigue exactamente sigue siendo un misterio abierto a múltiples explicaciones. El biólogo evolucionista Terrence Deacon ha argumentado que la plasticidad cerebral es en sí misma una adaptación. Él y muchos otros rechazan el «instinto» o módulo del lenguaje de Pinker, una idea que se basa en la teoría innovadora de la gramática generativa de Noam Chomsky. Ha habido un fuerte movimiento en contra de la idea de Chomsky de un «órgano» del lenguaje innato en la lingüística contemporánea.11 Yo no soy de las que creen que las últimas ideas son siempre las mejores. Al contrario, el estudio de la historia de la ciencia a veces me ha dado una perspectiva algo hastiada sobre la noción de progreso. Sin embargo, está casi universalmente aceptado que hay un periodo crítico para el aprendizaje de un lenguaje. Si a un niño se le priva de los estímulos del lenguaje entre el nacimiento y los diez años (el intervalo de tiempo cambia dependiendo de la investigación), por mucha enseñanza que reciba no habrá forma de compensar el déficit.
Es interesante que Chomsky se refiriese a sus prime-ros trabajos sobre la teoría sintáctica como la lingüística cartesiana. Basó en los procesos lógicos y matemáticos su explicación de una gramática universal, que dejaba forzosamente de lado el significado y el contexto del lenguaje. Como Michael Tomasello señala en una reseña sobre El instinto del lenguaje de Pinker, el modelo de Chomsky parte de un «enfoque matemático» que «resulta de las estructuras iniciales que se caracterizan por ser formas platónicas abstractas e invariables».12 El deseo es llegar al fondo del asunto, apartar las distracciones y descubrir una esencia que pueda describirse en términos puramente lógicos. Las discrepancias sobre el desarrollo del lenguaje son continuas y profundas, y siguen sin resolverse. En todo caso, hay motivos para sospechar que nuestra mente no es del todo modular y no está determinada por la selección natural, que no es lo mismo que decir que la selección natural no ha desempeñado un papel en nuestra realidad actual o que los seres humanos son como tablas rasas al nacer, algo que ni siquiera creía John Locke, a quien se le atribuye la frase. Por otra parte, si la plasticidad cortical es tan omnipresente como parece, establecer una división clara entre naturaleza y crianza empieza a parecer bastante extraño.
* «Fue una tarde tan brillante y formal», «Y un verde escalofrío sobre el calor», «Desprenden un pequeño Olor—que para mí / es ritmo—no—es melodía—». (N. de la t.)