El archipiélago: cómo leer a Japón
Ensayos
Miércoles 16 de enero de 2019
Un libro que busca criticar la idea de la cultura japonesa como bloque monolítico y reivindicar su condición de construcción histórica, en permanente movimiento. Aquí, el texto con que sus editores lo presentan.
Por Paula Hoyos Hattori y Ariel Stilerman.
A menudo, Japón es pensado como un conjunto fijo de elementos siempre estables (la ideología del bushido, el teatro kabuki, el Genji monogatari, o, más recientemente, el anime), que lo definen esencial y definitivamente. Sin considerar la dimensión histórica, las modulaciones sociales ni las regionales, esos abordajes tienden a evadir las tensiones y a enfatizar una supuesta e infundada unicidad de “lo japonés”. Este libro busca criticar esa idea de la cultura japonesa como bloque monolítico y reivindicar su condición de construcción histórica, en permanente movimiento. Episodios como la conformación del japonés como lengua literaria moderna, la migración hacia América Latina o el desarrollo de una literatura anti-imperialista en ese idioma manifiestan que no es posible hablar de una cultura japonesa en singular.
Los trabajos aquí reunidos, en tanto conjunto, proponen entender el archipiélago de múltiples “Japones” como la intersección de tres movimientos fundamentales: las búsquedas en y a través del lenguaje, la construcción de la espacialidad, la exploración de lo lúdico y los placeres estéticos. Así, palabras, espacios y placeres son los tres pilares de estas indagaciones acerca de la historia cultural japonesa.
El primer eje, entonces, remite al esfuerzo de inteligibilidad a través de barreras lingüísticas, a la traducción de textos pero también de imágenes, visiones, experiencias, sensaciones. La cuestión de la traductibilidad se plantea como una serie de preguntas del lado tanto del visitante (¿es posible exportar ideas de una cultura a otra?) como del local (¿cómo expresar nociones hasta ahora inexistentes en mi sociedad?). Experiencias como la influencia recibida de China en los siglos VI y VII, la consolidación de culturas de élite y populares en el período Edo, el arribo de viajeros ibéricos a mediados el siglo XVI o la diversidad lingüística y tradicional entre distintas regiones, sugieren un derrotero complejo para el idioma que hoy llamamos “japonés”.
En su ensayo “Género, idioma nacional y literatura en el Japón moderno”, Suzuki Tomi analiza el debate sobre el futuro del idioma, que surgió en la década de 1880 y se prolongó durante la primera mitad del siglo XX, y se centraba en los primeros intentos de unificar el japonés literario y las formas de hablar populares de los grandes centros urbanos (en particular Tokio). Para reponer los términos del debate, Suzuki investiga las ideas del escritor Tanizaki Jun’ichirō (1886-1965), quien concebía dos formas diferentes de escribir en japonés: una era precisa, lógica, exacta, producto de la amalgama del uso coloquial con expresiones chinas y conceptos occidentales; la otra era primordial, emotiva, y estaba preñada de alusiones a poemas antiguos y evocaciones de pasajes de la literatura clásica. El japonés completo y riguroso era una invención reciente, que formaba parte del proyecto de construcción de una nación imperial moderna. Tanizaki contrastaba su virilidad y masculinidad con lo que él percibía como los aspectos más femeninos y auténticos del idioma, preservados en obras antiguas como La historia de Genji (Genji monogatari) y el Libro de la almohada (Makura no sōshi), ambas creadas en los primeros años del siglo XI. En cambio, el novelista Mishima Yukio (1925-1970) veía en el japonés clásico tendencias feminizantes y castrantes, que buscaba contrarrestar a través de una síntesis de “ideas masculinas y emociones femeninas”. En este contexto, Suzuki destaca el rol fundamental, con frecuencia pasado por alto, que tuvieron las traducciones de obras literarias occidentales en la creación de un idioma nacional. Así, este ensayo recrea los inicios de lo que se conoce como “estilo escrito moderno coloquial normativo” (genbun-itchi), ofreciendo claves para comprender el origen del idioma que se escribe (y se habla) hoy en día en Japón.
El segundo eje a considerar es la organización del espacio. Las fronteras nacionales, las diferencias étnicas, las barreras culturales delimitan espacios que son tanto geográficos (separaciones territoriales) como sociales (distancias de clase, género, grupo o edad). Los lugares que se exploran en este volumen tienen tanto que ver con los movimientos migratorios del siglo XX como con la separación entre lo divino y lo secular, o entre naturaleza y cultura. Se enfatizan a lo largo de estos ensayos los efectos que sobre los cuerpos tiene y sostiene cada específica construcción del espacio.
En “Poesía y naturaleza en Japón” Shirane Haruo revisa uno de los mayores mitos de la cultura nipona: la ideología de la “armonía con la naturaleza”, la creencia de que los japoneses tienen una relación privilegiada con lo natural. Tal como desarrolla Shirane, esta idea ya estaba vigente en el Japón antiguo y alcanzó gran importancia durante la modernidad. El autor ubica su origen en el período Nara (710-784) y rastrea su desarrollo tanto en la cultura refinada y aristocrática de la capital metropolitana (Kioto) como en la cultura del poblado rural (satoyama), con sus creencias en el carácter divino –y al mismo tiempo amenazador– de la naturaleza. El investigador argumenta que el ambiente natural recreado en la poesía cortesana constituye una “naturaleza secundaria”, utópica, en la que la rigurosidad del clima japonés es sustituida por la imagen artificial de un ambiente elegante y plácido, creada a través de elementos lingüísticos, visuales, táctiles y olfativos. A la vez, la naturaleza del poblado rural de provincias también es “secundaria”, ya que es producto de la presencia humana: la caza, la producción agrícola y la deforestación de las montañas. De esta manera, Shirane explora una de las cuestiones más enigmáticas e importantes para los lectores de literatura japonesa: ¿cómo llegaron estas naturalezas secundarias a convertirse en características fundamentales de la cultura y la literatura del Japón?
Por su parte, el ensayo “La literatura de colonias bajo el imperio japonés” de Christina Yi aborda un corpus literario que se ha dado en llamar “de colonias”, pero cuyo análisis abre una exploración de cuestiones que subvierten y ponen en peligro las certezas de la lengua madre. Cuando Japón incorporó a Taiwán y a Corea como colonias a principios del siglo XX, nadie sospechó que los escritores más radicales de esos territorios aprenderían y utilizarían la lengua japonesa para crear obras críticas del imperio y de la colonización. En los años treinta, escritores taiwaneses como Yang Kui (1905-1985) y coreanos como Chang Hyŏkchu (1905-1998) publicaron cuentos en la revista japonesa Bungaku Hyōron (Crítica literaria). A medio camino entre la literatura proletaria y la lucha anticolonial, escribían en japonés –la lengua oficial del imperio– para dar batalla contra los abusos que el centro imperial imponía a la periferia colonial. Yi nos ofrece un detallado relato de las aventuras de estos escritores coloniales de la literatura japonesa y cuenta la historia de los intelectuales comprometidos que cambiaron para siempre la cara del idioma japonés.
En “La cultura japonesa del omikujii”, Hirano Tae explora un fenómeno que todo aquel que visite santuarios sintoístas o templos budistas en Japón ha de experimentar. Los omikuji son, a primera vista, tiras de papel anudadas que anuncian la fortuna. Hirano muestra cómo tradicionalmente estos breves textos rituales eran considerados mensajes divinos, y cómo en muchos casos tomaban la forma de un poema, ya fuera en japonés (waka) o en chino (kanshi). El antiguo vínculo entre poesía y adivinación constituye así una clave para entender esta costumbre japonesa de larga data. Entre lo sagrado y lo profano, los omikuji han mutado a lo largo de la historia y, en este trabajo, Hirano nos presenta los momentos clave de esa transformación, que se remontan a los orígenes mismos de la poesía tradicional japonesa. En su recorrido, demuestra la cualidad proteica de los omikuji, que se convierten en verdaderos prismas para entender la cultura japonesa y sus modulaciones históricas.
En “Frontera e historia: Cuando la cultura japonesa cruza los mares,” Cecilia Onaha explora los procesos de inmigración desde el archipiélago japonés, para lo cual se centra en consecuencias que la adaptación a una cultura distinta implicó sobre las construcciones identitarias e ideológicas y sobre la producción de cultura material. Su trabajo comienza con el desarrollo histórico del concepto arquitectónico y cultural de “jardín japonés”: surgido de la tradición europea y norteamericana de las World Expositions de fines del siglo XIX, ese dispositivo reconstruye en ultramar tradiciones paisajísticas imaginadas como representativas de la cultura del Japón premoderno. Elementos como los faroles de piedra, las pagodas y los portales rojos (torii) se vuelven emblemáticos y pasan a representar la cultura tradicional nipona. Onaha revela la historia poco conocida del Jardín Japonés de Buenos Aires como elemento integral del proceso de inmigración hacia Latinoamérica, y como un material moldeado por construcciones identitarias vinculadas con la recepción de la cultura tradicional japonesa.
Por último, consideramos la idea de juego, que a menudo es concebido como una forma secundaria o tangencial de experiencia humana. A caballo entre el prestigio de la búsqueda estética y la ignominia de la actividad improductiva, conjuga ocio y placer sensorial. Desde el haiku y el teatro de kabuki hasta los fenómenos del anime y el manga, la lógica del juego se esconde detrás de una pluralidad de productos culturales que funcionan como embajadores de la experiencia japonesa contemporánea. Se abordan aquí dos constelaciones de imágenes, palabras, sonidos y gestualidades ligadas a la exploración del placer. Por un lado, el juego de cartas más tradicional y popular, conocido como Utagaruta (o también Karuta Hyakunin isshu). Por el otro, el diálogo entre poesía y pintura que signó el pasaje desde las formas de placer de la modernidad temprana hacia configuraciones que hoy reconocemos como modernas y globales.
En “La cultura del Hyakunin isshu” (Cien poetas, un poema cada uno), Yoshino Tomomi narra la evolución de esta colección de poemas que se ha convertido, quizás, en el texto más influyente de la poesía clásica japonesa. Su relevancia surge de los poemas de cien autores diferentes que el gran poeta Fujiwara no Teika (1162-1241) eligió y reunió con el objeto de explicar a sus alumnos el secreto de la creación poética, pero también de los modos en que la colección fue leída, interpretada, copiada y parodiada a lo largo de la historia. Yoshino desentraña sus secretos y nos ofrece una breve historia cultural del Hyakunin isshu. Su investigación echa luz sobre la poesía japonesa como también sobre la forma en que los japoneses se relacionaron con el lenguaje, la naturaleza y la política a través de los siglos.
En “Entre la novela y la poesía tradicional: el género shaseibun y la representación de los sentimientos en el Japón del período Meiji”, Daniel Poch aborda las transformaciones en el campo literario japonés disparadas por la reapertura de las fronteras japonesas que tuvo lugar en 1854, tras la presión del Estado norteamericano. Comenzó entonces un proceso histórico único, que daría lugar a la Restauración Meiji, pues arribaron a Japón novedades tecnológicas, artísticas, científicas y culturales que el resto del mundo había cosechado a lo largo de los dos siglos anteriores. En ese lapso, Japón había mantenido un control estricto de sus vínculos con el extranjero, en un período de relativo aislamiento nacional denominado sakoku. Como señala Poch, durante el período Meiji las transformaciones se sucedieron en todos los ámbitos, incluido el literario: emergieron nuevos modos de ver y representar el mundo, se exploraron novedosas formas de la ficción y se renovaron los temas a la luz de las tendencias de la literatura en Occidente. Poch aborda este proceso a partir del análisis de las teorías literarias de Tsubouchi Shōyō (1859-1935), Masaoka Shiki (1867-1902) y Natsume Sōseki (1867-1916). Así, logra ubicar en el género shaseibun, inspirado originalmente en los bocetos que un pintor hace al preparar un cuadro, un espacio híbrido entre la poesía tradicional y la novela moderna.
Finalmente, en “Teatralidad y auto-invención en la ficción de juventud de Tanizaki Jun’ichirō”, Pau Pitarch aborda las formas en las que los escritores de la primera mitad del siglo XX exploraron respuestas a preguntas fundamentales como “¿qué es un artista?”. Tanizaki Jun’ichirō, hoy escritor consagrado y canónico, debió luchar durante su juventud para establecerse como escritor profesional. De acuerdo a la nueva economía de la producción literaria en el Japón moderno, cuanto mayor fuera el éxito editorial de una obra, menor valor artístico se le otorgaba. Pitarch estudia las posibles versiones del artista con las que Tanizaki experimentó en su narrativa, en particular vinculadas con las nociones del artista torturado y del masoquismo sexual como fuente de creatividad.
La idea de crear un volumen de ensayos sobre estas problemáticas tan diversas pero a la vez estrechamente vinculadas surgió durante el Coloquio Japón Interculturas, que tuvo lugar en la Universidad de La Plata en agosto de 2014. A lo largo del encuentro, un público diverso y sorprendentemente numeroso dialogó con veintiséis investigadores provenientes de una decena de países de Asia, de Europa, de Sudamérica y de Norteamérica. Los debates se dieron desde perspectivas muy diversas, como la crítica literaria, la historia, la antropología, la sociología, el estudio de las religiones, la historia del arte, la historia intelectual y del lenguaje. La imposibilidad de capturar el diálogo intelectual y espontáneo del Coloquio en un libro nos sugirió la siguiente estrategia: en lugar de publicar un volumen que reuniera las habituales “actas” o transcripciones de ponencias, buscaríamos trabajar durante algunos años más con un número reducido de investigadores para consolidar una serie de ensayos escritos (y reescritos).
Sin contar los trabajos de Cecilia Onaha y Pau Pitarch, el resto de los ensayos fueron redactados en inglés, por lo que también nos encargamos de su traducción al castellano, con dos excepciones: el texto de Shirane Haruo fue traducido por Gustavo Mercado y Avery Michael; el de Suzuki Tomi, por Gustavo Mercado. En todos los casos realizamos la tarea final de edición y corrección para su inclusión en el presente volumen. Incluimos, además, un anexo final con las etapas históricas de Japón para facilitar la labor de los lectores.
El proyecto del coloquio había nacido dos años antes durante una serie de charlas entre Buenos Aires, Tokio y Nueva York con un horizonte en común: la tenaz voluntad de fomentar los estudios académicos sobre Japón en Argentina, campo que en la actualidad, felizmente, se encuentra en una faceta de desarrollo pleno y prometedor. Hoy, cuatro años después del coloquio de La Plata, nos alegra y enorgullece ofrecer estos artículos de investigaciones originales con la certeza de que los diálogos continuarán y las perspectivas críticas para pensar el archipiélago de múltiples “Japones” seguirán creciendo.
