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Dos libros sobre el doble

Diane Arbus, 1967

Gaiman & Venturini

"Nuestras dos mitades nunca pueden convivir del todo bien: siempre una mata, real o simbólicamente, a la otra", escribe Lamberti en esta columna, alrededor de dos libros: Coraline, de Neil Gaiman & Vida de un gemelo, del santafesino Santiago Venturini

Por Luciano Lamberti.

Leo Coraline, de Neil Gaiman, y aunque es lo que suele encuadrarse como “literatura infantil”, su lectura me devuelve, como siempre que encuentro algo realmente bueno, la esperanza en la humanidad, o en esa partecita de la humanidad que es la literatura. Como en toda pequeña maravilla, Coraline da la impresión de ser un libro de fácil escritura (aunque mi experiencia en el campo me susurra precisamente lo contrario) que da ganas de escribir y de vivir, un poquito más lo primero que lo segundo.

El argumento es sencillo y efectivo como el de los cuentos de hadas. Una niña, aburrida antes de que comiencen las clases, descubre, en la vieja casa a la que se han mudado (una casa inmensa dividida en departamentos, habitados por dos viejas actrices y un domador de ratones, para más señas) una puerta secreta. La puerta da a una casa idéntica, donde todo está ligeramente cambiado. Incluso hay unos padres allí, iguales a los suyos, con el detalle de que en vez de ojos tienen botones cosidos a las cuencas vacías. Poco a poco comprendemos que ese otro mundo paralelo es una creación de su “otra” madre, que busca desesperadamente alguien a quien amar, y a la que deberá engañar para arreglar las cosas y liberar a sus verdaderos padres, encerrados en una bola de cristal de esas que largan nieve al agitarse. Su ayudante, que será fundamental, es un gato que habla y que sabe muy bien lo que pasa. Todo esto transcurre en un par de días, la novela es corta y no tiene respiro, no hay ripios ni digresiones, y todo lo que sucede es tremendamente importante. La vida de los padres de la niña y la suya propia está en juego.

En un video que circula en internet, Neil Gaiman declara la forma en que se le ocurrió la novela, a partir de un error, de escribir “Coraline” por “Caroline”, y eso le da pie para pensar en las posibilidades del error, en las nuevos mundos que una falla de tipeo es capaz de desplegar frente a nosotros. Pareciera que ese mundo fantástico es la única forma de escape para decir ciertas cosas que en un texto realista serían, por lo menos, inadmisibles. La actitud de la madre, por ejemplo, que quiere amarla incluso a su pesar, o la visión en la que la niña ve lo que sería de la vida de sus padres sin ella: 

 

“…Los padres de Coraline entraron con unas maletas.

–Han sido unas vacaciones estupendas –dijo el padre.

–¡Qué agradable resulta no estar pendientes de Coraline! –añadió la madre con una sonrisa de felicidad–. Ahora podemos hacer lo que siempre habíamos querido, como viajar al extranjero, y nunca habíamos podido porque teníamos una hija pequeña”.

 

Si bien es una visión armada por su “otra madre”, pocas cosas hay tan verdaderas como esa escena. Pero no es imposible decir algo así sino es dentro del género, de la posible alucinación de la niña, de las posibilidades de la fantasía para simbolizar esa clase particular y única del dolor.

Como todo el mundo sabe, la literatura consiste en un puñado de temas que van cambiando de forma. Uno de esos temas es el del doppelgänger, el tema del doble, explotado una y otra vez y siempre capaz de mostrar un costado nuevo. 

Es lo que pasa también con Vida de un gemelo, el libro de poesía del santafesino Santiago Venturini publicado por Ivan Rosado en el 2014. El libro narra la supuesta relación entre dos hermanos gemelos que representan, en cierta manera, a los opuestos complementarios de la mitología y de la historia. Uno es precavido, razonable; el otro, un demente que altera a todo el mundo a su paso, por su falta de límites o escrúpulos sociales. Uno debe cuidar del otro como si fuera de sí mismo, sostenerlo para que no caiga al abismo y enderezarlo, más por razones de conveniencia propia que por las otras. Uno es pura energía salvaje desequilibrada; el otro, el que trata de adaptarlo a esta vida en este mundo. Ambos conforman, en realidad, una sola persona, escindida por esa clase de visión excéntrica que en el estado actual de la medicina se llama enfermedad mental. 

El “otro”, el que no narra, es el verdadero héroe del libro, aunque también sea un insoportable. Es el que puede ver, aunque sea el de terminar con los ojos arrancados, es el que anda por la casa con antiparras o una maceta en la cabeza para cortar con las “señales” que no deja de recibir, es el que dice lo que no queremos escuchar: “y nosotros / ya estamos podridos de ser otra vez / los humanos”. 

Lo que el libro hace es presentar con imágenes la lucha que se produce en el interior de cada uno. El fin de semana vi una película que recordó esa lucha. Genius, se llama, y habla de la relación entre el editor Max Perkins y el escritor Thomas Wolfe, que puede encuadrarse en todas estas manifestaciones del doble como opuesto. Colin Firth, que interpreta a Max Perkins, es el narrador del libro de Venturini, mientras que el desquiciado Jude Law interpreta a un Thomas Wolfe poético hasta la náusea, que habla como escribe y vive como habla. El editor será quien convierta al desequilibrado Wolfe, cuya segunda novela tiene más de cinco mil páginas, en un producto capaz de venderse en las librerías. El choque entre ellos, como no podía ser de otra manera, será trágico. 

Es que nuestras dos mitades nunca pueden convivir del todo bien: siempre una mata, real o simbólicamente, a la otra.

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