Cynthia Rimsky: "Le perdí el miedo a la página en blanco"
Y su nuevo libro, La revolución a dedo
Viernes 10 de junio de 2022
"A mí lo que me gusta es pensar escribiendo, no es escribir historias". Entrevistamos a la escritora chilena por La revolución a dedo (Random House) y nos adelanta algo de La vuelta al perro (Tenemos las máquinas).
Por Valeria Tentoni.
"De mis viajes siempre regresé con uno o más cuadernos en los que dejé consignados los alojamientos en los que pude haber dormido, personas a las que no llegué a conocer, gastos, situaciones que me ocurrían u observaba, y de vez en cuando, un intento por ir hacia las cosas que no se mostraban o quedaban sin vivir": así comienza La revolución a dedo (Random House), lo último de la escritora chilena radicada en Argentina, Cynthia Rimsky.
La narradora se reencuentra con unos diarios de su juventud y lee desde el presente a la joven idealista de 22 años que parte en viaje de la dictadura de su país a la revolución en Nicaragua. Más tarde, la joven de 22 se convertirá en una mujer que regresa al mismo lugar, pero distinta. Ninguna de las dos son la misma que la que las lee, absorta, cotejando versiones y despejando olvidos con ayuda de amigos a quienes consulta por correo electrónico.
Mientras aparece La revolución a dedo, también se proyecta La vuelta al perro por Tenemos Las Máquinas: de la misma autora antes habían salido, en nuestro país, otros libros como Poste restante (Entropía) y reediciones como Los perplejos (Leteo).
La revolución a dedo salió en pandemia, ¿cuándo lo escribiste?
En realidad, todo comenzó cuando Lina Meruane me pidió para una colección de Brutas Editoras un texto sobre algún viaje mío, y le ofrecí Nicaragua. Salió Nicaragua al cubo, una versión anterior de este texto. Después, Melanie Jösch de Random House me lo pidió. Ahí escribí la coda, y reversioné la primera versión.
¿Trabajaste efectivamente con cuadernos tuyos?
Sí, con un cuaderno en particular. Estaba en un baúl en lo de mi mamá, después me enteré por ella que eran 6 ó 7 cuadernos en realidad, pero los otros nunca los encontré.
¿Era tu primer viaje?
No, para nada. Yo había salido de la universidad y me había ido a Valparaíso, porque quería ser escritora, pero lo único que hacía era emborracharme y caminar. Tenía un novio, Pablo, con quien convivíamos. Él estaba cesante y se nos ocurrió viajar, primero a España pero no teníamos un peso. Después decidimos ir a la revolución nicaragüense, y convencimos a nuestros padres de que no había viaje directo desde Chile y teníamos que llegar hasta México primero y tomar el avión a España desde ahí. No sé cómo nos creyeron, pero nos pasaron un poco de plata. Al llegar a Honduras ya no teníamos nada. En esa época había Travel Check, era lo único que teníamos, y conocimos a un futbolista de Tegucigalpa que tenía un restaurante y dormíamos en una piecita del restaurante, nos daban de comer y estábamos ahí, esperando el dinero. Ese viaje a México fue muy arriesgado, hacerlo a dedo fue una locura.
¿Recordás la primera vez que hiciste dedo?
Ya había hecho antes, al sur. Partimos por Perú, hicimos casi todo a dedo. Llegamos a Colombia y el papá de una compañera de escuela estaba en la armada colombiana y consiguió meternos en un barco petrolero. Pasamos vomitando todo el viaje hasta la isla de San Andrés. Quedamos varados de nuevo, y conseguimos un avión correo hasta Honduras. Viajamos con todas las cartas... Demoramos seis meses en llegar a Nicaragua.
¿Cómo estaba Chile en ese momento?
Bueno, Chile se estaba moviendo, había muchas manifestaciones, fue la época en que Pinochet sacó a los militares a la calle. Alcanzó a sacar unos 18000 efectivos, una cosa tremenda. Hubo muchos muertos en esa época. Salí de la universidad en el 84 y Pinochet se fue en el 90.
¿Cómo era leer en esa época?
Por una parte, en las bibliotecas te miraban como sospechosa. Las habían limpiado, y te controlaban lo que leías. Por otro lado, uno era de izquierda, muy ideologizado, entonces eso restringía también tu lectura. Básicamente consistía en Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, marxismo, Cómo leer al Pato Donald... Esos libros se movían entre nosotros, los pasábamos, no los comprábamos. No había librerías. Con Pinochet había censura, la cultura estaba totalmente controlada. Yo era militande de izquierda en la universidad, y ya empecé a tener una visión crítica: me daba cuenta de que solo hablaban, había mucho discurso al respecto y quise ir a ver de verdad lo que era una revolución, qué era eso por lo que tú tanto estabas luchando. No luchábamos solo para que cayera Pinochet, sino que también queríamos la revolución socialista.
¿Es un libro también acerca del desencanto?
Este libro tiene dos momentos, la pregunta es la misma: cómo contar. Cuando fui a Nicaragua empecé a trabajar en una radio estatal, y me preguntaba qué contar, cómo hacerlo, porque no sabía qué contar de lo que estaba viendo. Una se daba cuenta de que había problemas, por otro lado, era una extranjera, una pequeñoburguesa, ¿quién era yo para criticar? Me daba cuenta de que solo podía captar una pequeña parte de la realidad. Por eso nunca me atreví a contarlo, en treinta años, y cuando tomé el cuaderno tanto tiempo después la pregunta fue la misma: ¿cómo cuento esto? Pero había una diferencia, porque el mundo se había transformado. Ya no existía la "Verdad", y ahora la pregunta era cómo contarlo formalmente. Yo leía mi cuaderno, donde había escrito mis aventuras, y notaba que eran de una ingenuidad increíble. Puedo percibir recién ahora el riesgo que corrí. Lo que me interesaba era volver a sentir eso, ponerme en un momento en los pies de esa joven, y todo el texto está construido para eso, para que los lectores y yo nos podamos poner por un segundo en los pies de esa joven. Quería lograr eso. No era contar el pasado, sino revivirlo.
Hablás de una especie de liberación de contar la "verdad", que es una búsqueda del periodismo, la carrera que estudiaste. Me pregunto cómo fue pasar de ese pacto de verdad a este otro, al de la literatura.
Bueno, yo quería escribir antes de entrar a Periodismo, y después de entrar, nunca más. Es tremenda la carrera en ese sentido. De hecho había un profesor que nos decía: si usted entró acá para hacerse escritor, váyase inmediatamente. Sobre todo porque el periodismo no sólo busca o buscaba la verdad, sino la escencia de las cosas, y creo que la literatura busca los detalles, contar a partir de los detalles. Es radical la diferencia. Estuve trancada mucho tiempo. Y me destrabé en Poste restante, leyendo los cuadernos de viaje de Walter Benjamin, porque él observa y logra convertir esas observaciones en pensamiento. Es una experiencia sensible. Él logra eso. Ahí pasé de la verdad y la esencia a la experiencia. Sólo la experiencia sensible. Creo que ese fue el traslado. Con Benjamin descubrí la posibilidad de no ser literal, la idea de que puedes estar mirando el poste y a partir del poste trabajas otra idea. Después ya lo hago en La vuelta al perro, donde me planteé el desafío de que el poste esté lo más alejado posible de la idea. Y la escritura es el modo de zurcir, de cabalgar esa distancia. Me costó muchísimo.
¿Por qué?
Quizás porque partí de la dictadura y de los medios de comunicación chilenos, donde siempre me criticaban todo lo que entregaba porque era muy literario, porque me iba por las ramas. Lo que más me decían era: "Lo leí de un. tirón, me encantó, pero cuando terminé no supe de qué se trataba". Eso me trabó durante mucho tiempo, hasta que un día dije: basta, hago esto.
¿Qué es eso? ¿Qué es lo que te gustaría producir?
Cautivar. Me gusta mucho la coquetería, la seducción de la escritura. Llevar. Que se rindan los lectores y que los puedas llevar a cualquier lugar, aunque no tenga una coherencia, por decir así. Una amiga me decía que mi escritura era muy cercana, que producía mucha cercanía. A mí de la escritura lo que me gusta es el momento de creación, llegar a un lugar sin plan, descubrir cómo llegar. No tengo idea cómo se me ocurren las cosas, pero creo que es más bien estando en el texto y muy poco en la mente. Prestando atención al material. Los detalles salen de ahí.
El libro tiene juegos de tiempo entre la narradora y las dos mujeres que fue, ¿cómo lo pensaste?
Creo que es un libro sobre el tiempo, sobre los espejos del tiempo. Decidí hacer una conversación de una mujer que ya tiene cincuenta con esa joven, para empezar, conversar con el pasado, con el material del pasado.
¿Cómo fue en La vuelta al perrro?
Las cosas que escribo siempre están en el borde, coqueteando con lo real, con observaciones reales, pero quiero que se queden en la literatura. Estoy todo el tiempo en lucha permanente para que no se me vaya a la literatura realista ni al periodismo, y por otra parte que acoja estas observaciones reales de las que no quiero prescindir. El trabajo más grande es ir en esa línea, dejándome tentar cada tanto, pero ir en esa línea. Creo que le perdí el miedo a la página en blanco. No sé lo que va a venir, y creo que los lectores y las lectoras saben eso: que están conmigo en ese borde. Hay una cierta complicidad. Y en este tipo de relatos admiro a María Moreno, a John Berger, a Bejnamin, Sebald, algunos chilenos como José Santos González Vera. Y eso quise trabajar en La vuelta al perro, la permanente sensación de abismo, no la asociación fácil. A mí lo que me gusta es pensar escribiendo, no es escribir historias. No estudié filosofía y soy super mala para la abstracción, cada cual piensa como puede. Y encontré que pienso escribiendo. Quien piensa es alguien que se está preguntando, no alguien que sabe. Lo que soy, fundamentalmente, es una curiosa.
¿Creés que eso fue lo que te llevó a viajar así?
Sí, era hambre. Hambre. Y mientras más arriesgado, y mientras más lejos, con las personas con las que nadie hablaba, ahí iba yo.
Pero un poco todavía sos así, ¿no?
Bueno, sí; cuando converso con la carnicera del pueblo donde vivo... Y eso lo aprendí de Benjamin, de nuevo. Que todo tiene valor. La carnicera tiene una experiencia, y si tu haces las preguntas adecuadas, y te pones con ella y no sobre ella, se te abre un mundo. Y claro, como una es escritora se fija en el lenguaje, las palabras que usa, los modos de decir. Trabajo en restarme, no aparecer tanto, como una acupunturista que deja las agujas y desaparece en las sombras.
Por último: ¿en qué estás ahora?
Estoy alucinada con la imaginación, con inventar, inventar, inventar. La novela que voy a publicar en septiembre se llama Yomurí. No hice viaje con este libro, tiene un viaje totalmente inventado. Estoy encantada con inventar.