Cruzar la frontera de los géneros
La novela del crítico Terry Eagleton
Lunes 24 de abril de 2017
Santos y eruditos es la única novela del crítico literario inglés. Al momento de su publicación declaró: “Algunas personas dijeron lo valiente y absurdo que era para un académico escribir una novela porque ahora tenía que salir a la cancha".
Por Leonardo Sabbatella.
Terry Eagleton suspende el tiempo durante el trayecto de las balas de un fusilamiento para abrir un paréntesis. La novela Santos y eruditos (El Cuenco de Plata) será ese paréntesis, ese intervalo que le permite al autor inglés desplazarse de un lado a otro como si ahora las coordenadas de espacio y tiempo fueran un plano sin relieves en el que se puede mover igual que en el tablero de un juego de mesa.
Cierto eco del Milagro secreto de Jorge Luis Borges (ahí el tiempo físico se detiene para que Hladík pueda terminar su obra) y también de El instante de mi muerte de Maurice Blanchot resuenan en el planteo de Eagleton. En este caso la escena del fusilamiento se pone en pausa para recuperar los itinerarios de vida y la red de ficciones que desembocarían en la pena capital de James Connolly, líder de la insurrección de Irlanda en 1916 (tema que quizás no le sea ajeno al autor por ser hijo de inmigrantes irlandeses).
Eagleton utiliza una galería de personajes que podríamos denominar reales para montar una novela de tramas políticas, diálogos filosóficos y aventuras imaginarias. Específicamente, el ensayista inglés toma las figuras de Mijaíl Bajtín y Ludwig Wittgenstein como fichas principales de su juego de roles. Si bien el libro no es pura fantasía, Eagleton ha partido de un hecho mínimo (la amistad entre el ruso y el austríaco) y de cierto paisaje de época para expandir y conjeturar una historia fractal.
Santos y eruditos es la única novela del autor de Cómo leer un poema. Al momento de su publicación declaró: “Algunas personas dijeron lo valiente y absurdo que era para un académico escribir una novela porque ahora tenía que salir a la cancha". Sin embargo pareciera que a Eagleton poco le importó cruzar la frontera de los géneros y redactar una novela de corte narrativo clásico que le hace lugar al paisaje intelectual. Los momentos más frágiles aparecen al leer los diálogos y las voces de quienes actúan de Bajtín y Wittgenstein (Eagleton además incursionó en el teatro con una obra sobre Oscar Wilde).
La costura del ensayista se ve en las cincuenta notas que se acumulan al final del libro aclarando datos, citando fuentes y reforzando la erudición o al menos el conocimiento duro y heterogéneo que hay detrás del libro. Para caracterizar ciudades y países el crítico inglés tiene cierta maestría. Así lo hace con Rusia, Viena y Dublín a través de descripciones precisas que se desmarcan de los lugares comunes. Breves mapas narrativos que le dan identidad y extrañeza a cada lugar. Eagleton podría escribir una guía turístico-intelectual de las ciudades europeas.
“Era un personaje de ficción, y lo único que tenía de real era que lo sabía” escribe Eagleton en un pasaje de Santos y eruditos confesando la clave secreta del libro.