Cosas no negociables en ninguna narración
Presentación de Tres monedas, de Jorge Consiglio
Viernes 09 de noviembre de 2018
Francis Ponge, Andy Warhol y Tom Lupo, presentes en la presentación que Gabriela Borrelli Azara hizo de la nueva novela de Jorge Consiglio, pensándolo como un libro hecho de "cadenas de casualidades ligadas a objetos que permanecen".
Por Gabriela Borrelli Azara.
Hace unos días me acordé del momento exacto en que Tom Lupo me dio Gramática de la sombra. "Te va a hacer llorar, o no", me dijo, "pero leélo, rubia". Yo era una pendeja y leía todo lo que me decía Tom. Unos años después llegó a un programa de radio que teníamos con él un libro de Consiglio, no recuerdo exacto cuál, pero era uno de poesía. Lo que sí recuerdo es que estábamos tomando una Coca-Cola con Tom en el pasillo de la radio al lado de un cuadro de Cacho Fontana o de Antonio Carrizo cuando llegó.
Me pregunto por qué vienen estos recuerdos con objetos tan precisos a mi memoria después de leer Tres Monedas, después de que Jorge, al que considero una de las personas con las que mejor se conversa en Buenos Aires, me invitara a presentar su libro. Soy fanática de su literatura, de sus libros que algunos llamarán obra: poemas, novelas, ese libro de relatos pequeños, de cajitas con cosas que publicó Excursiones y ahora Tres Monedas. También aparecieron en mí, después de la lectura de este último, el bar en el que leí su anterior Villa del Parque: tomaba un negroni en un bar de la calle Caseros, cerca de Parque Lezama. Y recordé también el bar sobre la calle Río de Janeiro donde charlábamos con Tom de libros mientras tomaba un café chiquito y negro y él sostenía el pucho en la mano sin prender como apurándonos a los dos. Recuerdo todos esos objetos porque Tres Monedas es una novela o un libro plagado de objetos que crean la casualidad o el azar: la Heineken, el Toyota, La Sprite, el Uber. Cosas no negociables en ninguna narración. La instancia de la narración o del recuerdo es susceptible de la versión pero no la marca precisa de un objeto. No un nombre, no una calle, no una plaza, un subte, la hora de un tren. Se pueden modificar las palabras de una conversación, el hilo de la misma, pero no la marca de la birra que tomamos. Ese mecanismo casi judicial que Jorge aplica en esta historia estrellada donde otra marca-nombre tampoco es negociable: Marina Kezelman. La única con nombre y apellido para saber que ella tampoco puede ser otra, que su historia se va a encadenar con otras que posiblemente se abran en objetos negociables, pero no su nombre. Esta impronta en la historia del libro, esta historia plagada de detalles que hacen a la cuestión, me hace pensar en un poeta, en el gran poeta de los objetos: Francis Ponge. Y traigo un poeta acá, para hablar de un libro de narrativa porque sé que a Jorge le importan tres carajos las limitaciones de los géneros y también digo carajo porque es una palabra que Jorge dice mucho y que también escribe mucho en sus libros. "Carajo", otra palabra no negociable, no reemplazable. Digo que el objeto funciona tal vez como una estética, la marca comercial como marca de época, como símbolo de lo mínimo pero también de lo que no cambia, de lo que no puede ser versionado. El nombre de algunos lugares o la marca de cigarrillos o de birra me hacen pensar también en el aire pop, al estilo Warhol de Tres Monedas, un Warhol triste, melancólico, medio porteño, porque el aire de desencuentro o de cosa que no alcanza, de objetos que no satisfacen está en toda la novela. Las conversaciones donde se habla de otra cosa pero por debajo se puede oler lo que va a suceder. Lo acechante. Los personajes que parecieran formar un círculo ante un sacrificio que nunca sabemos dónde está.
Pero volviendo a Ponge, hay un pasaje en su libro Parte de las cosas en que habla del cigarrillo. Por ejemplo, “la atmósfera a la vez brumosa y seca, desmelenada, donde el cigarrillo está siempre puesto de revés, desde el instante en que él mismo comienza a crearla continuamente./ Luego, su persona: una pequeña antorcha mucho menos luminosa que perfumada, de donde se desprenden y caen las cenizas”. Este fragmento me hizo pensar inmediatamente en este momento de la escritura consigliana, el momento en que momento en que Marina Kezelman “desde la ventana de la cocina veía a la gente en la parada del colectivo, se llevó los dedos a los labios como si tuviera un cigarrillo y desvió la mirada, la casualidad hizo que distinguiera dos hormigas sobre un azulejo, a la izquierda de la alacena. Las barrió de un manotazo”. Y es el mismo Ponge quien parece saludar a Consiglio con estas palabras luego de leer Tres Monedas y notar la presencia casual de las hormigas que abren y cierran el relato: “¡Oh hombres! ¡Informes moluscos, multitud que sale a las calles, millones de hormigas que los pies del tiempo aplastan! No tienen por morada más que el vapor común de su verdadera sangre: las palabras”. Hormigas, pequeñísimos insectos ni siquiera animales que podrían llegar a transformarse en objetos, como nuestro amigo Amer, cigarro y taxidermismo: transformar lo que alguna vez tuvo vida en un objeto, otra cosa más para permanecer. Porque claro, todo Tres Monedas tal vez se trate de lo que no permanece, de la contraposición de la permanencia de los objetos y lo que se nos va: una mirada en un tren, un polvo en un hotel, esa palabra que quise decir y no pude, la nota del oboe, todo lo que no permanece en una lucha con lo que se va a quedar después de nosotros: la ciudad, las calles, la birra vacía. Por ejemplo tus libros Consiglio cuando no recordemos ya que birra o vino podamos tomar, o tampoco cómo Tom nos unió. En todo eso me hizo pensar Tres Monedas, en cadenas de casualidades ligadas a objetos que permanecen. Esa lucha con la que pareciera abrir tu libro: el oso quieto enorme, estático y las hormigas pequeñas que huyen y sobreviven.