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Librerías de viejo, librerías de usados

"¿Dónde, sino en las librerías de viejo, se pone de manifiesto la cuestión del valor de cambio y el valor de uso?", se pregunta el autor de El país de la guerra a propósito de Ejemplares únicos (Bajo La Luna), de Patricio Rago.

Por Martín Kohan.

 

¿Dónde, sino en las librerías de viejo, se pone de manifiesto la cuestión del valor de cambio y el valor de uso? De hecho, en algunas hasta cuelgan letreros que dicen “Canje” y dicen “Usados”. Ya sabemos que hay quienes compran libros y no es para leerlos, sino para tenerlos; y a cambio, hay quienes no sienten la más mínima necesidad de conservarlos (retenerlos, atesorarlos) una vez que los han leído. Los primeros compran gustosos la edición particular de un libro que ya leyeron y ya tienen (pero en otra edición, irrelevante); los segundos van soltando los libros a medida que los terminan, como si el libro fuese el envase del texto que contiene, y que no es preciso guardar una vez que ese contenido se agotó. Las librerías de viejo se oponen en parte a las convencionales, en el contraste de lo viejo con lo nuevo; pero más sustancialmente se oponen a las librerías de saldos: en las de viejo, están los libros que alguien alguna vez ya leyó; en las de saldos, están los libros que casi nadie quiso leer (por eso, en ellas, la palabra clave es “oportunidad”. Que no lo es tanto para el comprador, en razón de los mejores precios, como para los propios libros, que son los que ahí encuentran una segunda oportunidad, y muy probablemente la última).

Los libreros de viejo, en general, saben. Patricio Rago sabe y mucho. En su propio libro, Ejemplares únicos, y en las crónicas de librero que lo componen, adopta dos tesituras claramente inspiradas en los dos modelos de detective que se recortan en la tradición del género policial: el sedentario (incluso el encerrado) que resuelve casos sin moverse de su sitio; el empírico, que sale al lugar de los hechos a buscar rastros y pruebas. En algunas de las crónicas de Ejemplares únicos, Rago permanece sentado detrás de su escritorio, en la librería, quieto, fijo; desde ahí, mira, ve, decodifica tipologías de clientes, de lectores, de escritores. En otras, sale a distintos sitios a comprar libros, mediante la  requisa de las bibliotecas enteras de las que alguien tiene que desprenderse, que alguien tiene que liquidar. Son las partes más tristes del libro: la historia de una vida de lector (es decir, la historia de una vida) se descompone y se desintegra, se deshace para siempre.

Se espera de un libro así que revele una fascinación absoluta por tesoros que no consisten sino en una versión muy curiosa, una edición primera o escasa o autografiada, de un libro que, por lo demás, sin ese algo (ese algo que no es otra cosa que el aura), se consigue fácilmente y a un precio mucho menor. Pero de esa eventual antología del fetichismo libresco se destaca, en Ejemplares únicos, no ya la búsqueda del libro difícil, del incunable, del imposible, sino la búsqueda (denodada, febril, inútil) de una contratapa. Rago ha conseguido una primera edición de Rayuela de Cortázar. A la que le falta, sin embargo, la contratapa. Para el libro en su valor de uso, eso no significa nada, pues el texto está íntegro. Para el libro en su valor de cambio, esa carencia es determinante. El libro, sin contratapa, vale por cierto bastante menos. La contratapa qué es: un rectángulo de cartulina negra. Que no puede, sin embargo, reemplazarse por otra (el reemplazo se notaría, el tamaño de las ediciones subsiguientes no fue el mismo, etc.). El libro, sin su contratapa, vale menos; pero la contratapa, sin su libro, no vale nada. No vale nada y no es nada. Un pedazo de cartulina cualquiera que puede no ser siquiera reconocida como la contratapa de un libro (y aunque lo fuera, llegado el caso, jamás podría serlo como la contratapa de ese libro). Raramente una cierta cosa puede llegar a valer tanto y tan poco, a ser tan significativa siendo tan insignificante.

Que una contratapa es una “tapa en contra” se dijo a propósito del texto de presentación que a menudo la ocupa. Pero en las librerías de viejo no solamente los libros, sino también, por lo visto, sus contratapas, se conciben ante todo desde el más riguroso materialismo. Contratapa, tapa en contra: ese pedazo de cartulina que se ha soltado y que faltará, probablemente, para siempre, es el motivo de mayor desvelo de las crónicas de librero de Patricio Rago.

 

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