Carrusel Benjamin
Leé el arranque del libro de Mariana Dimópulos
Jueves 23 de marzo de 2017
"Entendido como horizonte de expectativa, todo futuro puede volverse promesa de redención; entendido como espacio de experiencia, todo pasado puede volverse tradición (...) Esto no deja de comportar graves riesgos. Pero el pensamiento de Benjamin nunca los evadió".
Por Mariana Dimópulos.
Además de conceptos y saberes, la filosofía lega imágenes. Como la lechuza de Minerva que levanta vuelo al atardecer, una vez terminado el día. Esta cualidad figurativa de la palabra del pensamiento también cabe a un autor como Walter Benjamin. De las suyas, es probable que la mayor de su legado esté al comienzo de su último escrito, donde un muñeco llamado materialismo histórico juega al ajedrez y gana siempre las partidas porque quien lo comanda es una teología mínima en forma de enano, es decir, una teología donde se ha obrado, pacientemente, una reducción.
La convivencia entre estas dos figuras, la del materialismo y la de la teología, plantea desde entonces una incógnita. Este libro se propone quitarle algo de su sorpresa, volver esa con- vivencia concebible. Y esto solo se consigue progresiva y constructivamente, sin dejarse guiar por la cronología. Se plantea entonces un principio triangular, el que une a la crítica como pensamiento del arte y del presente, con la historia y con cierta herencia de la filosofía alemana, en lo que tenga también de metafísica. Porque el saber del arte era al mismo tiempo un saber de la historia, y el saber de la historia un saber del presente. Este triángulo adoptó varias formas en la obra de Benjamin, fue cambiando sus trazos con el tiempo, y resulta reconocible en diversas estaciones, ante las que se gira lentamente, como en un carrusel. Dada la ausencia de una cronología sostenible, no es posible decir que haya un primer Benjamin, o un segundo o un tercero. Los planos se cruzan, aparecen y desaparecen para volver a resurgir más tarde. Por eso, le corresponde una presentación a través de conceptos, que avance en capas, por superposición.
De los planos de la crítica, de la reflexión especulativa, del pasado y del presente como política, se pueden hacer diversas combinaciones. Una de ellas da como resultado el saber sobre el hacer de la historia. Antes de ser un libro sobre los románticos alemanes, la tesis de doctorado de Benjamin había sido pensada como un libro sobre la filosofía de la historia de Kant. Ese término, “filosofía de la historia”, había quedado muy desacreditado durante la segunda mitad del siglo xix, cuando se expandió el historicismo. Esa filosofía de la historia, que abrevaba en una totalidad imposible y había tenido en Hegel a su último y mayor representante, había dado paso al protagonismo de los datos, a la filología, al estudio crítico de las fuentes. El problema del “todo”, sin embargo, se mantenía. El historicismo fue una herencia que recibió la generación de Benjamin y que empezó a discutirse en la época de la Primera Guerra Mundial. Desarticularlo significará: dar por tierra con la idea de progreso, acabar con la acumulación de datos, desarmar el esquema de la causa-consecuencia, pensar en múltiples temporalidades. Había que regresar al pensamiento especulativo, y a esa dimensión de la historia de la que los historicistas habían abjurado. Antes de esa potenciación filosófica sobre la historia, que es un fenómeno a su vez datable en el siglo xviii, había estado la historia como magistra vitae. Esta dependía aún de los órdenes temporales que se habían instaurado, en diversas versiones, desde la profecía bíblica del profeta Daniel –que dividía las edades del mundo en cuatro monarquías, a partir de la figura de un hombre, con la cabeza de oro y los pies de barro, según el sueño de Nabucodonosor– hasta la periodización de Bossuet, que dividía el pasado en siete edades. Esa historia maestra, que estaba para enseñar cómo vivir a los hombres, compartía su misión didáctica con otras formas de la prosa, porque también en las caballerías medievales y en las narraciones renacentistas había exempla. Esta multiplicidad de las historias, que aún no había sido unificada en la Historia –en singular– establecida recién en la Ilustración, solo hallaba unidad en otro orden, el de la historia sagrada. Era gracias a esa división entre lo profano del orden del mundo y lo sagrado del orden divino, donde se hallaba lo eterno, que se lograba un sentido unívoco construido sobre la idea de revelación y la idea de salvación. Esta diferencia entre eternidad y tiempo del mundo, aunque absoluta, dio lugar a diversas temporalidades, antes de que la filosofía de la historia lograra unificarlas.
El Renacimiento imaginó una tripartición del pasado en historia de la naturaleza, historia del mundo e historia divina; hoy se habla de una historia cósmica, de una historia de la Tierra y una historia de la vida humana que se reparten diversamente, a diferencia del esquema renacentista, su prioridad una sobre las otras. Puestos a pensar la tarea actual sobre el saber del pasado, sus teóricos encuentran diversas fases: la reunión de documentos, las explicaciones, la exposición. Toda narrativa de la historia tiene un modo de exponerse, un modo de explicar, y unos datos en los que basarse, del testimonio oral al documento del archivo. También supone una idea del historiador y de su relación con el propio presente –en su nombre más genérico, esta relación fue llamada modernidad. A lo largo de su obra, todos estos problemas fueron pensados por Benjamin, desde sus ensayos de juventud, pasando por el libro dedicado al Barroco, hasta el Libro de los pasajes, cuyo corolario teórico, las “Tesis sobre el concepto de Historia”, abren con la imagen del muñeco materialista unido por unos hilos al enano de la teología. Muchos, priorizando al primero, quisieron anular esta convivencia. Pero un acceso unívoco desde el materialismo se convierte en una trampa, al igual que el inverso, desde una supuesta creencia, pertenencia, teología. Se trata más bien de reconversiones. Quien quiera hacer de la obra de Benjamin exclusivamente una filosofía de la historia, o una teoría crítica del arte, o una rehabilitación de la mística más o menos teológica, habrá quedado fuera del carrusel. Solo en reconversiones son transitables, una cosa a la luz de la otra. Incluidos su compromiso político temprano y su intento de reformulación del materialismo histórico, donde conviven modelos renacentistas e iluministas con la urgencia revolucionaria del presente. Entendido como horizonte de expectativa, todo futuro puede volverse promesa de redención; entendido como espacio de experiencia, todo pasado puede volverse tradición (que es el otro nombre de la ley divina). Y también todo triunfo del materialismo histórico, sea hacia delante o hacia atrás, puede verse bajo el amparo de los saberes obrantes de lo teológico. Esto no deja de comportar graves riesgos. Pero el pensamiento de Benjamin nunca los evadió. Para esto desarrolló esa lenta dialéctica, que casi es mutua determinación de opuestos. Solo en esta lentitud forma imágenes como la del enigmático jugador de ajedrez, que no solo lega su estampa, sino el modo específico, raro, del movimiento en que hace sus jugadas maestras.