Por una “escucha de relación”
Viernes 19 de diciembre de 2025
Gabriel Giorgi presenta la obra reunida de Caístulo y Dani Zelko en Un texto camino. El puente espejo. Ritualizar el tartamudeo.
Por Gabriel Giorgi.
Entro a los textos reunidos en el libro de Caístulo y Dani por la pregunta por la escucha, que es, creo, una de las preguntas sensibles y políticas de nuestra época. Nos hacemos esta pregunta en un momento histórico en el que el aturdimiento, la provocación, la instigación al odio y la obturación de la conversación pública se vuelven un modo de gobierno; ahí volvemos a interrogar la escucha, sus éticas y sus políticas, pero también sus territorios sensibles y sus vías de conocimiento. Creo que los textos de Caístulo y las “reuniones” de Dani Zelko precisan y amplifican esa zona de resonancia e indagación que se juega en torno a la escucha.
En Caístulo la escucha es antes que nada un arte de la atención, justamente eso que nuestro presente pone en disputa y bajo el signo de la captura permanente. Una escucha y una atención que se sitúan en otro registro relacional: una escucha de relación, va a decir Caístulo.
“Nos encontramos, nos paramos sobre el pecho de la madre y nos oxigenamos. Nosotros dos nos ponemos una atención. Ponemos las dos orejas. Una oreja cada uno. Y la escuchamos. Y parpadeamos. Y trabajamos como los otros trabajadores que buscan una vida en la palabra, donde se comunican fuerzas internas. Pero en este caso nosotros hemos puesto las dos orejas en el grito de las madres”.
Así explica Caístulo “cómo hicimos este libro”: las dos orejas, una cada uno –Caístulo, Dani—en el grito de las madres, que, luego explicará, equivale a “lo que ustedes llaman árbol”.
Un primer desplazamiento que me parece clave: la escucha deja de ser esa posición subalterna, siempre en segundo plano respecto de la anunciación, la voz, la centralidad social, política, siempre teatral de la toma de la palabra. Donde el protagonismo inequívoco es el de la enunciación, el sujeto de la palabra. Aquí, en cambio, se trata de escuchar la escucha. Ese desplazamiento es clave. ¿Por qué? Porque ahí la escucha se abre a un campo de resonancia y de vibración más que al foco o la captura en la voz. Expansión de la escucha como punto de partida. Estar en el lenguaje a partir de la expansión sensible que viene con la escucha y no a partir del foco en la voz, en la enunciación. Desplazamiento del propio lugar en el lenguaje a partir de la escucha. Estar en el lenguaje a partir de la escucha, y no de la enunciación.
La tarea, dice Caístulo, es buscar una vida en la palabra, una vida hecha de “fuerzas internas”: ahí estamos en otro umbral, que no es el de la identificación entre interlocutores humanos, dialógicos, espejados en el diálogo. Aquí hay un movimiento haya esas fuerzas internas que serán las madres y sus mensajes. Hacia lo que inaudible en una configuración social, política, sensible, se canaliza a partir de cierta pedagogía de la escucha.
Así empieza Un texto camino:
Yo me comunico con los animales
A través de una madre
A través de las madres hablan los animales
La madre
Lo que ustedes llaman árbol
Es mi antena
Yo le pido
Que me ayude a informar
A los seres que quieren saber
Cómo aprender
Y luego sigue:
Las madres
Se comunican terrestremente
Caminan por debajo
Del corazón de la tierra
Cada mensaje de las madres
Es una mezcla de los pensamientos
De todas las madres de la tierra
Parece exagerado
Pero es así
Caístulo no traduce entre mundos. No es un mediador cultural. Es un agente del lenguaje que nos instala en un cosmos: el de las madres que se comunican en el corazón de la tierra y producen pensamiento. No nos habla de su “cosmovisión”, nos habla del cosmos, de la infraestructura de la vida compartida con los agentes de la tierra y del cosmos. Esto es importante en muchos sentidos: no estamos ante un “indio” que nos habla de su “cultura”, de su “cosmovisión”, con todas las inflexiones de alteridad, exotización, distancia cultural, privilegio epistemológico (entre, por caso, “saber” y “sabiduría”, “creencia”, etc.) que ese tipo de posicionamiento opera en las culturas occidentales; estamos ante un indio que nos da herramientas para operar en las coordenadas básicas de nuestras vidas: los territorios, las lenguas o el lenguaje, las relaciones entre los seres. Caístulo ahí entra en una serie de intelectuales indígenas, como Ailton Krenak o Davi Kopenawa. Pero lo hace desde una intervención única en la lengua, entre la poesía, la visión, el canto, un enunciado y una voz que nos desorienta y nos inquieta respecto de nuestra posición ante lo que estamos leyendo y escuchando. Un tipo de saber que desarregla y descompone los lugares reconocibles:
¿Qué dicen la gente cuando miran esto?
Creen que son palabras, ¿no?
¿la gente piensa que esto son palabras?
¿memorias?
¿solo libro?
En esa desestabilización, que es también una apertura de la lengua, de la escritura y del libro hacia otras posibilidades, Caístulo nos embarca en una tarea: la de poner la oreja ahí, en ese límite de lo audible, abriendo otros canales de escucha contra el presente de bloqueo. Una escucha de relación, dice, hacia territorios, formas de vida, formas de memoria que hablan de otro tiempo, paralelo al nuestro, simultaneo, otro presente hecho de tramas de vida, que abren otras vias sensibles y otros modos de hacer mundo, otros modos de situarse en el lenguaje y en los territorios. Otro saber regido no por las palabras terratenientes –las palabras del dominio, de la propiedad, de la destrucción—sino por palabras árboles. Es una forma de memoria, pero sobre todo una tarea: la posibilidad de otro tiempo.