Ariel Bermani: "Estoy consiguiendo una síntesis"
Y sus novedades: Tenemos que hablarlo, Anita y Messina
Martes 11 de junio de 2019
El autor de Veneno vuelve a librerías por partida triple con dos novelas y un libro de poesía: "Me gustó volver a entrar a la poesía después de haber hecho novelas. Creo que tuve que esperar, porque lo que en realidad quería ser de chico era poeta, y finalmente ahora puedo sentir que tengo un vínculo más intenso con la poesía. Pero tuve que hacer todo ese recorrido: dejar la poesía para entrar en la narrativa primero".
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
"Desgrasar la escritura hasta que sólo quede lo imprescindible. Si es necesario, hundir el cuchillo hasta el hueso", escribía Ariel Bermani en Procesos técnicos (Paisanita), un conjunto de observaciones sobre el oficio de escribir que este autor nacido en 1967 en el Gran Buenos Aires −Lomas, Burzaco, Adrogué− fue desarrollando en sus talleres de escritura, que dicta desde mediados de los noventa. Autor de novelas como Leer y escribir, Veneno, Furgón y Agua, Bermani también publicó poesía en sus principios, así como crónicas y relatos breves, y forma parte de la Editorial Conejos.
Ahora reaparece en librerías con novedad por partida múltiple: un libro de poesía −que comparte en edición doble con Gabriela Luzzi− publicado por Club Hem, Tenemos que hablarlo, y dos nuevas entregas de narrativa, con Messina (Ediciones Desde la Gente) y Anita (Paisanita Editora). Además, acaba de llegar de una gira por Europa a la que lo llevó la traducción al francés de su novela El amor es la más barata de las religiones, después de la traducción de Veneno. "Son cosas que se fueron dando solas, sin agente ni nada. Medio de casualidad", dice. Entre esas novedades, quizás la más inesperada sea la de su regreso a la poesía. Un regreso renovado, asegura, con el que parece responder a aquél consejo con el que se abre esta nota.
Veneno fue ganadora del Premio Emecé de Novela, y en 2003 habías recibido una segunda mención en el Premio Clarín por otra novela, Leer y escribir. Fue un arranque premiado, ¿te sirvió para algo?
Sí, me sirvió para todo. Yo era inédito. Yo escribía poesías y cuentos, como todo el mundo, y la primera novela que escribí fue Leer y escribir; pensando en ese momento en presentarla al Premio Clarín. Y bueno, le fue bien, porque quedó tercera, y cuando se va a publicar esa novela un par de años después, justo se da lo de Emecé. Salieron los dos libros juntos y estuvo buenísimo, porque entré. Ahí entré al sistema literario, de alguna manera.
¿Y antes de eso? ¿Conocías escritores?
Antes de eso hay escritura. Yo estaba medio aislado. Empecé a vincularme a partir de eso, porque no conocía tantos escritores. En 2002 empecé a hacer un correo literario, al que le puse Kordon, y mandaba selecciones de textos por mail. Y ahí me empecé a escribir con escritores, que incluso me mandaron cosas; Leopoldo Brizuela fue uno de los primeros en mandarme materiales. Copiaba cosas que me gustaban de la web, o transcribía de mi biblioteca; estuvo bueno, entrar en contacto con otra gente, antes de eso estaba como muy encerrado. Pero recién después de los premios aparecieron las posibilidades de publicar.
¿Cómo fueron esos años?
Primero empecé a conocer gente de las editoriales grandes, por haber publicado en Planeta, pero a los pocos años, cuando armamos nosotros Conejos, entré en el mundo de las independientes, que me pareció maravilloso y me encantó.
¿Y por qué hiciste ese movimiento hacia este universo más pequeño?
Porque no me sentí del todo bien, digamos; igual el contacto fue brevísimo, un mes te diría, lo que fue la edición del libro. Después ya no. Y es lógico, digamos: están interesados en libros que vendan rápido, que tengan una circulación importante. Si a vos te sacan un libro y tu libro tarda en venderse, y bueno... Es natural. Forma parte de las reglas del juego. Es muy raro que después te sigan dando bola, salvo los autores que enseguida se ubican y se convierten en bestsellers, que son muy poquitos. El grueso de los que publican en los grupos entran y salen. En mi caso fue fuerte lo de Veneno, yo no sé si estaba preparado para eso; fue un golpe a mi sensibilidad, digamos. Yo venía de ser un tipo mucho más tranquilo, tímido, y de repente todo eso me shockeó un poco, me bloqueó. Necesité correrme también de eso, más allá de que igual no iba a poder sostenerme mucho en ese espacio porque a mí no me gusta entablar algún tipo de competencia.
¿Dejaste de escribir en ese tiempo?
No, no dejé de escribir, pero estuve un poco más hacia dentro. Pero ya había conocido a varias personas y después cuando armamos Conejos, en 2010, ahí ya estalló: ahí encontré el espacio donde me siento más cómodo. Y ahí sí empecé a conocer otra gente y a tener una relación distinta con la literatura, si querés menos mercantil, más pasional. No digo que las grandes editoriales no tengan una relación pasional, pero el hecho de que hagan tantos libros a los tipos un poco los aleja de esa cosa artesanal de pensar un libro de una manera obsesiva, de pensar al libro de otro autor como si fuera el tuyo. Y eso me gustó, empecé a sentir que me estaba haciendo amigos entre la gente de la literatura, algo que antes no me había pasado. Lo que había vivido antes era una cosa mucho más profesional. Esto está a mitad de camino entre lo profesional y lo amateur; conservar esa cosa amateur está bueno. Esto de no estar tan preocupado por que se vendan libros.
¿Y cómo lo lográs? ¿Haciendo tiradas más chicas?
Hacemos menos ejemplares, y es otro circuito. Hay un circuito de editoriales independientes: el fenómeno de la Feria de Editores no es casual. Hay un público lector interesado en las editoriales independientes. Y a veces las independientes, en volumen, terminan haciendo circular mejor los libros que las grandes.
Es un mundo a otra velocidad, una que quizás tenga más que ver con la velocidad de la lectura y la escritura.
Hay que darle tiempo a los libros. No puede ser que un libro salga y que el editor o el librero lo saque si en un mes no se vendió. Un libro necesita dos años, tres años, diez años: esa es la concepción de las independientes, la de que al catálogo hay que cuidarlo y mantenerlo. Un libro tiene que estar disponible siempre, siempre hay que ofrecerlo, porque tiene que encontrar sus lectores y hasta que los encuentra lleva tiempo. Esa lógica, que se corre un poco de la competencia, a mí me tranquiliza. Lo otro era esa sensación de que vos eras una especie de tenista, un deportista, y yo no puedo ser deportista. No me siento cómodo en ese lugar. Para mí escribir no es un trabajo. Eso lo decía Onetti: si escribir fuera un trabajo, ninguna línea, nunca. Es otra cosa.
¿Qué es para vos?
Es un lujo, ¡un lujo! Es un placer. Es algo que tiene que ver con mi sensibilidad y mi cuerpo, va más allá de una cuestión externa. Es una necesidad interna. Y bueno, se puede publicar o no, se puede leer o no, pero la escritura es una cosa que tiene que ver con mi relación conmigo mismo. Yo si no hago esto es como si no me bañara o como si no durmiera. Escribir es una cuestión vital. Cuando estoy escribiendo me siento mucho más útil conmigo mismo, siento que estoy haciendo algo que me cambia, en definitiva, que me da otra perspectiva, otra relación con el mundo. Necesito hacerlo porque me da placer, y como un pequeño sentido a las cosas. Si a mí me gusta hacer esto, tengo que escribir: a esta altura de mi vida no puedo boludear, ya.
Hay una escena en uno de los poemas de Tenemos que hablarlo en la que se narra un reencuentro con un viejo amigo de juventud, de militancia. ¿En algún momento creíste que la literatura podía cambiar algo de la realidad?
Sí, el mundo.
¿Seguís creyendo en eso?
Sí, claro, todavía lo creo. Pero de otra manera. Antes, cuando era chico, pensaba que con la literatura se iba a hacer la revolución. Había conectado con una cosa nerudiana, primero, y gelmaniana, después.
¿En tu casa había biblioteca?
No, nada. Yo empecé a hacer un taller cuando tenía diecisiete, en Burzaco. Y ahí conocí a Veneno, un compañero de taller, que es el personaje de mi novela. Ahí empecé a leer un montón de cosas.
¿Y la poesía?
Yo siempre hice poesía, lo que pasa es que desde los veinte más o menos que empecé con la narrativa hasta los treinta y pico empecé a hacer cada vez menos, porque me fasciné primero con el cuento y después con la novela. Cuando llegué a la novela, con Leer y escribir, estaba tan fascinado con la novela que todo el tiempo quería hacer novelas. Y entonces necesitaba correrme de la poesía, porque sentía que la poesía me condicionaba. Tendía a resolver la situación narrativa en dos trazos, a cerrar, pero para hacer una novela tenés que darle un poco de tiempo a las escenas, a las situaciones, y la poesía me condicionaba en ese sentido. Así que la dejé. Y la retomé, hace algunos años, en parte también por Gabi [Gabriela Luzzi], porque yo la veía a ella tan enganchada escribiendo, y me leía los poemas, y me daban ganas de escribir también. Empecé a escribir de nuevo poesía casi tratando de contestar sus poemas, y empezamos a establecer un diálogo desde ahí. Nos juntábamos y escribíamos los dos, cinco, seis, siete poesías, así al hilo. Me gustó volver a entrar a la poesía después de haber hecho novelas, porque ya se me había abierto por completo el poema. Antes tendía a cerrarlos, a ser contundente; pero cuando llegué a la poesía desde la narrativa ya empecé a narrar. Son como cuentitos. Yo creo que tuve que esperar, porque lo que en realidad quería ser de chico era poeta. Y finalmente ahora puedo sentir que tengo un vínculo más intenso con la poesía. Pero tuve que hacer todo ese recorrido. Dejar la poesía para entrar en la narrativa primero; y la narrativa se fue haciendo cada vez más finita, mis novelas son cada vez más breves, entonces se parecen cada vez más a la poesía. Estoy consiguiendo una síntesis, pude conectar todo eso, se fue dando con el laburo.
¿Con qué parte de todo tu laburo creés que lo conseguiste?
Yo creo que fui empezando a tener cada vez más conciencia del oficio con los talleres, con los amigos escritores, con la editorial. Empecé a aprender cada vez más cosas de la literatura, de los otros y también de mí mismo. Empecé a pensar un poco cómo se fue dando mi secuencia de escritura en estos años. Mi poesía es muy distinta de mi narrativa, en un sentido. Igual mi narrativa se volvió más suave -ya no soy el de Veneno, Anita es un libro mucho más suave, más celebratorio. Es más lo que se dice que lo que se cuenta; hay reflexiones más sutiles, más chiquitas. Messina es la búsqueda de un desaparecido que supuestamente había sido entrenador de fútbol en Adrogué. Cuando escribí esa novela, pensaba mucho en Los suicidas de Di Benedetto. Con frases muy cortas, muy rápido, con alguien que investiga. Incluso los nombres de las chicas que aparecen en la novela, son los de los personajes de Di Benedetto. Me gusta mucho esa novela. Una vez por año la leo.
En este libro de poemas está el tema de la muerte, rondando, ¿no?
En mi poesía está todo el tiempo. Ahora tengo una relación cada vez más amable con la escritura, desde Furgón en adelante tengo una mirada más piadosa, si querés. Antes era más áspero. Me volví más blando. Y en la poesía tengo una mirada amable, amorosa si querés. Y hago poemas sobre cosas que me gustan, no sobre dolores y cosas que no me gustan. Pero aparece la muerte también, como algo que me rodea, que me acompaña; y la muerte aparece desde esa mirada más amable, más nostálgica. Pero siempre con una mirada de reconocimiento, de celebración. Es muy raro que haya llegado a esa mirada, porque yo venía de otro lado. Siento que es otra mirada la que tengo ahora.
¿Y qué diferencias sentís entre la escritura de poesía y narrativa?
Siento que en la poesía me expongo más, porque cuento cosas más personales. La poesía me funciona así: pasan algunas cosas y tengo necesidad de escribir sobre eso. A veces el poema te espera, por lo menos los poemas que me parece que me quedaron mejores son los que me esperan. Cuando los estoy buscando, no encuentro nada.
¿Qué esperás de un poema?
Espero leerlo y que me pasen cosas; que me interepele, que me emocione, que me den ganas de volver a leerlo, o de leer poemas del mismo autor, de compartirlo. De pasarlo y dárselo a otro para que lo lea. Poesía que me dice cosas directa o indirectamente, me conmueve más que la poesía de ideas; me gusta más la poesía de barricada. Que me movilice, que de alguna manera me obligue a hacer algo con ese poema, no sólo admirarlo estéticamente. Incluso que me haga escribir.
¿Y cómo es esta salida de varios libros juntos? No es la primera vez que te pasa.
Mis novelas fueron saliendo juntas. Hay una primera tarda con Leer y escribir y Veneno, con pocos meses de diferencia. Después, una segunda tanda de Furgón y Agua. El amor... queda medio en el medio. Y esta es una tercera tanda, que son Anita y Messina. Es una serie un poco distinta a las anteriores, las novelas son cada vez más cortas, más precisas y más suaves. Y estas dos son más melancólicas, Anita es una novela más de evocación o de recuerdo. Está bueno que vayan saliendo así, de a dos. Se van acompañando, hacen un sistema. Y a su vez yo voy un poco descartando cosas, porque publicar también es un poco descartar para seguir. Tengo muchas cosas inéditas, más novelas, entonces si van saliendo estas le van dando lugar a las otras. Hay algunas que se fueron muriendo en el camino, porque fueron pasando los años y se fueron quedando ahí. Publicar más que nada para poder seguir escribiendo. Después si se lee o no, se verá; siempre hay algún lector.