Anna Ajmátova, "una tímida mujer parecida a un árbol quebrado"
Por Ilyá Ehrenburg
Jueves 27 de agosto de 2020
Tomado de Retratos de poetas rusos, novedad de AñosLuz Editora en su colección de traducciones. "Sus poemas pueden ser leídos después de todos los demás, ya no leyendo, sino repitiéndolos en el delirio".
Por Ilyá Ehrenburg. Traducción de Nikita Gusev.
No conozco su rostro, ni siquiera su nombre. Frente a mis ojos solo hay una tímida mujer parecida a un árbol quebrado, el retrato de Altman. Ella está muy cansada, le gustan los bancos enmohecidos del parque de Tsárskoye Seló, tiene una cacatúa rosa y muy friolenta. Nunca la conocí, pero la conozco mejor que a muchos otros poetas con los que pasé muchos años. Conozco sus costumbres y sus caprichos, su departamento y a sus amigos. He estado en los estudios y salones de otros, en sus dormitorios y en sus capillas. Ella dejó que me acerque a su corazón. Yo también pequé. En la fogata de su amor de mártir yo calentaba mis manos congeladas en silencio, habiendo renunciado tres veces al amor de Dios. Atemorizado, veía el despegar de un alma herida, un ave baleada, vuela cinco pasos y vuelve a caer. ¡Ah!, cómo se habría avergonzado Leconte de Lisle si hubiese visto la desnuda piel de gallina de esta alma volando entre los paseantes indiferentes. Sin embargo, los paseantes tampoco son tan indiferentes; compran El Rosario y Ajmátova se queja con amargura de su «fama infame».
Ni una carta ni un diario, solo un corazón amante en el panóptico junto a los tropos asirios de Briúsov y a las flagelaciones de Núremberg de Sologub. Qué se le va a hacer, por las reglas del ser no debemos beber agua corriente, sino sangre tibia, y no es la primera vez que el pelícano sacrificado picotea su propio pecho.
Sus brazos se soltaron sin fuerzas y ella habla consigo misma, como una persona que ya no puede exigir y no sabe suplicar. ¿Qué batalla perdió el caudillo? ¿Por qué razón después del ligero La Tarde y el ardiente Rosario llegó volando hacia ella la grave y nevada Bandada blanca? Para ella, el amor no era una fiesta ni un vino que alegrara, sino el pan de todos los días.
«Hay en la cercanía de las personas un límite sagrado» e inútil fue su intento por atravesarlo. El amor se convirtió en un atrevimiento, un pago sufrido. Las damas jóvenes, dulces poetas provincianas, imitadoras fervientes de Ajmátova, no entendieron qué significan esas arrugas en la boca cerrada con amargura. Intentaron probarse el chal negro que colgaba de sus hombros casi encorvados sin saber que se estaban probando una cruz.
Para ellas, el límite sagrado quedó muy lejos, una atractiva raya sobre el horizonte decorado por estrellas, sobre la que fantasean solo los astrónomos y los pilotos de avión. Pero Ajmátova, con virtud y honestidad, repitió el gesto de Ícaro y del hijo, que intentó atrapar el ave, de Prometeo y del loco, partiéndose la cabeza contra las paredes de su cámara.
Muchas veces durante la noche, miro con indiferencia mi repisa de largas hileras de libros que yo quería mucho y que me preocupaban. Del otro lado de la ventana, una noche extraordinaria. No hay vida y no hay fin. ¿Sobre qué leer? Si ya se cumplió lo predicho, se agotaron las profecías y se abolió el saber… Sí, pero «el amor no se detendrá jamás», y repito las tristes palabras de la huésped en la tierra llamada «Anna». Sus poemas pueden ser leídos después de todos los demás, ya no leyendo, sino repitiéndolos en el delirio.
Pasan los siglos, y ¿de qué me sirven el ónix o el pórfido del antiguo templo y toda la sabiduría del Eclesiastés? Pero en los ojos de la enamorada veo el brillo del fuego aún encendido de la pobre Sulamita. Más altos que el capitolio y que Cicerón reinan sobre el mundo los amantes de Pompeya, solo ellos huyeron de la muerte, solo ellos la vencieron. Quizás en el siglo treinta los eruditos discutan el significado de un soneto de Viacheslav Ivanov, pero algún viejo raro, al encontrar en una tienda un tomito medio consumido, se sienta al fuego, oculto entre las cenizas, calentará sus frías manos con el mismo gesto que yo: un corazón que ha dejado de amar, pero deseoso de volver a amar, de amar eternamente.
1919
POEMAS
La ternura verdadera no se confunde
con nada. Y es silenciosa.
En vano cubres con cuidado
mis hombros y mi pecho con abrigos de piel.
Y en vano dices palabras sumisas
acerca del primer amor.
¡Qué bien conozco esas persistentes,
insaciables miradas tuyas!
Diciembre de 1913
El olor dulce del enebro
flota por los bosques ardientes.
Sollozan las esposas de los soldados,
el llorar de las viudas resuena por la aldea.
No en vano se rezaron las plegarias,
por la lluvia languidecía la tierra:
de rocío rojo estaban cubiertos
los campos pisoteados.
Desciende el cielo vacío,
y la voz baja del suplicante:
“Se reparten Tu cuerpo sagrado,
echan suertes por Tu túnica”.
Julio de 1914
Hay en la cercanía de las personas un límite sagrado:
ni la pasión ni el amor lo pueden atravesar.
Que en el temible silencio las bocas se diluyan
y que el corazón se desgarre del amor.
Y la palabra aquí no tiene fuerza, ni los años
de una alegría elevada y ardiente,
cuando el alma es libre y ajena
a la lenta languidez de la lujuria.
Son dementes los que se precipitan allí,
golpeados por la tristeza los que llegaron.
Ahora comprendes por qué no late
mi corazón bajo tu mano.
Qué pesada eres, memoria del amor,
en tu humo debo quemarme y arder,
y para otros solo es una llama
que calienta el alma apagada.
Para calentar el cuerpo hastiado
necesitan de mis lágrimas...
Dios, ¿para eso acaso cantaba yo,
para eso, acaso, comulgué con el amor?
Dame de beber algún veneno,
para volverme muda,
y que mi fama infame
arrastre un olvido cegador.
¿En qué es peor este siglo que los precedentes?
¿Acaso en que en la niebla de la tristeza y las tragedias
se acercó a la úlcera más negra,
pero no la pudo curar?
En el oeste el sol de la tierra aún brilla
y los tejados de las ciudades brillan con sus rayos...
Pero aquí la muerte blanca marca las casas con cruces
y llama a los cuervos, y los cuervos llegan.