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Ana Paula Maia: "Pienso que mis libros son más oscuros que violentos"

Y su nueva novela, Entierre a sus muertos

Después de la publicación de De ganados y de hombres y de Así en la tierra como debajo de la tierra, la brasilera volvió a Buenos Aires para presentar la traducción de su nuevo libro. "No es una violencia típica: mis personajes no matan aleatoriamente", explica sobre ese universo masculino.

 

Por Valeria Tentoni.

 

Entierre a sus muertos es la nueva novela de Ana Paula Maia (Nova Iguaçu, Brasil, 1977) traducida por Cristian de Nápoli y publicada por Eterna Cadencia Editora, después de De ganados y de hombres y Así en la tierra como debajo de la tierra. El universo rural de aquél país vecino regresa en esta entrega y también, como en aquellas, el sistema de personajes que se van prestando entre sí sus libros, como si los atravesaran por pasillos invisibles. Hombres como Bronco Gil y Edgar Wilson vuelven, mencionados o protagónicos, e insisten en ocupar roles que los fuerzan a una violencia que les cae como un mazazo de aturdidor sobre la cabeza.

Entierre a sus muertos avanza en una escenografía de pueblitos pequeños y polvorientos de Brasil, interconectados por rutas de las que los trabajadores del sistema de recolección de animales tienen que levantar cuerpos y más cuerpos, tantos como quepan en sus camiones antes de dirigirse a las trituradoras. ¿Pero qué ocurre cuando entre los restos animales aparece un hombre o una mujer? Un cuerpo que nadie reclamará nunca y quizás nadie logre levantar antes de que los cuervos se lo coman. Wilson, ahora, cuenta en estas faenas con un compañero: Tomás, un sacerdote excomulgado que se especializa en acompañar a los seres hasta el umbral que separa la vida de la muerte. "Nadie nace solo, nadie debería morir solo", sabe.

Maia visió Buenos Aires para participar de la Feria del Libro, pero regresó pronto: tenía que volver a Brasil para seguir escribiendo el guion para la primera temporada de una serie cuyo rodaje comenzará en semanas. Un drama sobrenatural, dice. Mientras estuvo en la ciudad, conversamos con ella:

 

¿Este libro cierra una trilogía con los anteriores?

No, no forman exactamente una trilogía, pero casi: los libros están dentro de un espacio común, en los tres hay un elemento de horror, algo que ocurre y no sabemos exactamente por qué, algo del orden sobrenatural. Muy sutil, pero eso está.

Y el tema de la muerte, que se repite.

En todos mis libros hablo sobre la muerte, en general; sobre aspectos distintos, pero siempre está. En mi libro Carbón animal hablé por primera vez de la muerte, la muerte en los crematorios. Es la historia de dos hermanos: un tipo que crema los cuerpos, y otro hermano que es bombero. Ahora, este libro tiene un aspecto un poco distinto porque en aquél no había nada de sobrenatural.

En una entrevista anterior, decías que te interesaban los trabajos del Brasil rural. ¿Cómo identificaste ese interés? ¿Lo habías visto antes en algún autor?

No había nade escribiendo sobre esto. Hay dos líneas en la literatura, quizás ahora cambió un poquito, pero en general se escribe o sobre los marginales de las favelas o sobre lo relacionado a los más burgueses —profesores universitarios, personas que van al terapeuta, ese tipo de personas; escritores importantes, personas que pueden distinguir una obra de arte, por ejemplo—. Hay esas dos líneas: o hablamos de las favelas o hablamos de los ricos. Pero no había nadie hablando sobre ese espacio que no es exactamente ni una cosa ni la otra. Ni sobre los espacios rurales, que a mí me encantan. Y las historias que cuento no ocurren exactamente ahora: son de 1980, 1990; es por eso que no hay tanta tecnología, no porque los personajes sean pobres. A mí me gusta mucho ese periodo, el periodo en el que yo fui niña. Era una época más permisiva, había más cosas clandestinas. Ahora sigue habiendo, pero había más. Todo lo que aparece en este libro es, de hecho, real. No hay nada que sea ficción. Y eso que no pude poner todo lo que encontré en mis investigaciones, porque era demasiado. Historias que yo sé que ocurrieron en esta época, relacionadas a cadáveres. Guardé esa información para explorarla en otro momento, para ahondar más en esas historias y no solamente mencionarlas rápidamente en este libro, porque son cosas muy impresionantes.

¿O sea que las escenas de tráfico de cadáveres son reales? ¿La escena de la lista de partes de cuerpos encargada es real?  

Sí, es real, yo copié esa lista. Conversé con una persona cuya identidad no puedo revelar, y esa persona me explicó cómo son las cosas ahí. Es una persona que es tanto taxidermista como encargada de preparar los cuerpo de ese modo, hace las dos cosas. Me contó muchas más cosas clandestinas, porque está en la profesión desde hace más de treinta años. 

En el libro anterior habías tomado por referencia una colonia penal agrícola del interior. No son exactamente las capitales de Brasil las que te interesan, ¿no?

No, los espacios de mi literatura son espacios rurales. En aquella novela yo quería hablar del sistema carcelario, pero no quería escribir sobre prisiones de ciudad, porque no me interesa. Cuando decidí escribirla, leí La colonia penal de Kafka; había leído sus demás libros pero ese no y quería ver si se parecía a mi idea, si estaba copiándolo, pero no, aunque sí haya una referencia. No había un libro de ficción sobre la población carcelaria en Brasil, si bien en mi país tenemos la segunda o tercera mayor población carcelaria del mundo. Estados Unidos tiene la primera. Así que había una laguna sobre eso en la ficción brasilera. Yo escribo sobre esas cosas. Escribo sobre los bomberos, sobre los cremadores de cuerpos, sobre el sistema carcelario, escribo sobre esta profesión —que existe en todo el mundo— que es la de los acarreadores de animales en ruta. En Brasil se llama exactamente "Removedor de animales muertos en calles y rutas". Es una profesión. Yo quería nombrar así al libro, de hecho, pero en la editorial me dijeron que era demasiado técnico. Y entonces usé Entierre a sus muertos, que es una frase que dice uno de los personajes.      

¿Y cómo te hacés de esas historias rurales? ¿Cómo entrás en contacto con ellas para luego investigar?

A veces estas historias están en los periódicos locales, y yo leo periódicos del interior de Brasil, de las zonas fronterizas. Ahora, con internet, eso es posible; leo por ejemplo noticias sobre las plagas de jabalíes, sobre la caza de jabalíes. Lo que pasa es que a las personas no les interesa eso, les interesa Bolsonaro. Y a mí no me interesa Bolsonaro, ¡me interesan los jabalíes! Las personas están sometidas a un flujo de información muy grande, pero yo sólo leo las cosas que me interesan y escribo sobre las cosas en las que estoy directamente interesada. La parte de la ciudad no me interesa tanto. Yo prefiero escribir sobre el campo, y cuando estoy en el campo puedo explorar todas las cosas que están ahí, que son muchas.

¿Sentís que en ese espacio de la literatura no tendrías compañeros?

En Brasil no tenemos muchos escritores con un interés real en estas cosas, pienso que en este momento ninguno, sólo yo. Por ejemplo, yo escribo con muchos diálogos, muchos guiones, pero cuando empecé muchos me decían que no era una buena literatura, que los diálogos no se hacían así sino en estilo indirecto, que tenía que hacer una cosa más subliminal. Y a mí me encantaba. No me importa mucho lo que me digan los otros. Yo tuve un editor, cuando publiqué mi segundo libro, que me pedía que en las entrevistas no contase que me gustaban las películas de Chuck Norris. Pero a mí me encantan esas películas que no tienen nada que ver con los filmes europeos. Me gusta Chuck Norris, me gusta Charles Bronson, ¿por qué no puedo decirlo? Así que yo lo decía en las entrevistas, y mi editor se quería morir. Nací a la sombra de la Guerra de Vietnam, porque cuando nací recién había terminado. Toda la producción del cine de Estados Unidos en la década del 80 es sobre la Guerra de Vietnam, y yo era niña y esas eran las películas que pasaban que pasaban en la televisión. Mis padres me dejaban ver esas películas, íbamos con mi hermano. Es importante decirlo, yo no puedo decir ahora: "Sí, yo leía a Clarice Lispector", porque a mí no me gusta mucho Lispector. A mí me gusta por ejemplo Campos de Carvalho, que es un escritor brasileño muerto que tiene solamente cuatro libros pero es genial. No es conocido y es increíble.

O sea que la violencia estaba en tu televisor desde muy chiquita, en esas películas, por ejemplo, ¿no? Porque en tus libros hay mucha violencia.

Sí, pero esa violencia que hay en mis libros es una violencia construida también, por los espacios mismos a veces. No es una violencia directa, ni contra las mujeres, contra los niños, no es eso. Es la violencia del far west. Los hombres tienen relaciones de hermandad, son amores fraternales, y la violencia está antes en la actividad, en el trabajo que les toca. Entierre a sus muertos es violento en la actividad, en el trabajo de recoger animales muertos. Y cuando encuentran a un hombre o a una mujer que queda muerto en la ruta, y no hay nadie que pueda recogerlos, eso también es muy violento. Pero la violencia es propia de la actividad, es la violencia del mundo, es algo más sutil. Pienso que mis libros son más oscuros que violentos. No es una violencia típica: mis personajes no matan aleatoriamente.

Y siempre hay una idea de justicia, ¿no?

Sí, hay acuerdos entre ellos. Hay una idea de justicia, pero es una justicia que funciona dentro de los libros, de ese universo, que se parece como decía un poco al lejano oeste. Mis personajes, además, viven en lugares en los que no hay justicia estatal; el estado está ausente en esos lugares. Hay partes incluso en la capital en las que el Estado no entra más, hay lugares en Río de Janeiro a los que no llega ni siquiera el correo. Entonces estos personajes de algún modo organizan su propia justicia, porque cuando el Estado aparece lo hace de modo desfasado. Por ejemplo, en la novela, no hay coches para levantar los cuerpos, o si los hay no les queda nafta, y los cuerpos se pudren al costado del camino o en el Instituto Médico Legal no tienen espacio para los cuerpos. Pero estas cosas son así también en otras partes del mundo, no sólo en Brasil.  

¿Por qué siempre la idea de cuerpo es tan importante en tu literatura? Desde los cuerpos de los animales aturdidos hasta estos cadáveres.

Si yo estuviese escribiendo algo que ocurriese en una ciudad, con una persona que vive en Palermo, donde estamos ahora, que tiene una vida de clase media, tranquila, no sería posible escribir sobre los cuerpos de este modo, sino del sentimiento de la pérdida, de la muerte. Pero estoy hablando de cosas más físicas. De personajes que manejan en rutas lejanas, en las que si hay un animal muerto quizás tengan que bajarse a sacarlo del medio para poder cruzar. Aquí vendría un bombero, un policía; pero en los espacios rurales, el vínculo es más visceral. Y no importa si tiene o no dinero: la muerte es distinta allá. Un cuerpo puede quedar tres días en el campo que nos vamos a enterar solamente si los buitres comienzan a rondarlo. Si alguien muere en la calle, en la ciudad, es distinto. En el campo las cosas son más directas. Vos podés criar un cerdo en el fondo de tu casa y al año matarlo, asarlo. En la ciudad no. Mis personajes son más rústicos, hablar de cuerpos es muy natural en sus espacios.

¿Qué leías cuando empezaste esta serie de libros? ¿Qué lees?

Leí los clásicos, leí a Dostoievski, leí mucha filosofía, Airstóteles, Platón, Foucault; cosas así a mí me gustan, siempre me gusta leer filosofía y cuando empiezo un libro es necesario para mí leer algo, y la filosofía siempre me ayuda a pensar. Nunca leo cosas directamente relacionadas con los libros que escribo, sino otras. Leí mucho a Nelson Rodrigues, mucho teatro, pero nada vinculado directamente a mis cosas. Para mí eso es importante, no leer muchos autores que se parezcan a mí. A veces me dicen ¡es necesario leer a fulano! No para mí, respondo. No es bueno para mi escritura. 

¿Creés que tu literatura es tan particular porque, en ese sentido, la preservás? Y preservás el momento de escritura, ¿no?

Sí, mucho. Es un mundo particular al que puedo ir. Pero yo no puedo hablar desde una visión de los ochenta, porque era una niña, entonces puedo hablar de ese mundo desde una visión actual. Estoy hablando de otro espacio, de otro tiempo, pero a la vez es acerca de todas las cosas que están ocurriendo. Pero de otra forma, nunca escribo directamente. Nunca hago militancia de nada, nunca hablo directamente de política.

Sin embargo son muy críticos tus libros. ¿Los pensás como alegorías?

Sí, a mí me encantan las alegorías. Las alegorías no están cerradas en el tiempo, se pueden leer hoy o a cien años y tienen un impacto. Son un poco más difíciles, pero un poco más poderosas también. A mí me gusta este espacio. A veces escribo cosas muy simples y me encuentro con interpretaciones enormes que jamás hubiese imaginado. Eso me ocurre todo el tiempo. La forma de pensar es muy simple, trabajo de modo muy simple, y quizás eso es lo que hace que el lector busque estas interpretaciones más complejas. Y tal vez sea más complejo y yo no lo sepa. Cuanto menos, más, y consigo producir un efecto mucho más grande.

 

 

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