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Aldo Giacometti: "Cada libro nuevo que traducís te amplía la visión"

Serie de entrevistas a traductores / Giacometti & Child

"Yo apuesto a que el lector de la traducción tenga una experiencia de lectura lo más parecida posible a la que tiene el lector que está leyendo ese mismo texto en el idioma original", dice el autor de HM y traductor de las obras de Lee Child en Argentina.

Por Valeria Tentoni.

 

 

Lee Child, autor de libros como Noche caliente, Mañana no estás, Luna azul y Sin segundo nombre ha sido traducido a cuarenta y ocho idiomas y lleva vendidos más de cien millones de ejemplares en todo el mundo. En Argentina, sus libros aterrizaron con la editorial Blatt & Ríos, sello que siguió el consejo y el entusiasmo del escritor Elvio Gandolfo, e incluso en Tiempo pasado la publicación fue compartida con Eterna Cadencia Editora.

Entonces y también ahora, con Luna azul, la traducción fue de Aldo Giacometti, autor de HM, también por Blatt & Ríos. Nacido en Buenos Aires en 1978, Giacometti también publicó Qué no hacer La guitarra sin cuerdas, ambos en 2015 y por Fadel&Fadel. Trabaja como corrector, traductor y lector para distintas casas editoriales y medios gráficos, y le enviamos algunas preguntas por correo electrónico para que nos cuente cómo es la tarea de traducir a un mismo autor durante tantas páginas. ¿Qué ocurre cuando, de libro a libro, el traductor se mantiene fijo junto al nombre del autor? 

 

 

Sos el traductor de Lee Child desde varios libros, ahora acaba de salir Luna azul pero también lo fuiste de otros. ¿Cómo te aproximaste a su obra, cómo fue aceptar este trabajo y qué afinidades identificaste que te permitieron completar las traducciones?

Mi madre es una gran lectora de Lee Child, por lo que mi primera aproximación a su obra fue a través de algunos de los títulos que había en la casa de ella. Tiempo después me llegó el entusiasmo de Mariano [Blatt] y de Damián [Ríos], contagiado a su vez por el entusiasmo que Elvio Gandolfo y César Aira venían irradiando por entre el círculo de lectores amigos. A partir de ahí se empezaron las negociaciones para ver de traducirlo acá y fue cuando todo esto se puso en marcha. Yo ya venía trabajando como traductor con el equipo de Blatt & Ríos, y aceptar este trabajo fue simplemente un placer. Hay afinidades con proyectos literarios que se han venido desarrollando acá desde hace algún tiempo, proyectos en los que se hace uso de un género literario para establecer un mundo autónomo, comunicarlo con el nuestro y jugar a desdibujar un poco los límites entre las cosas.

¿Qué podés contar de la experiencia de traducir a un mismo autor tantas veces? ¿Qué efectos tiene sobre las traducciones, sobre los libros resultantes?

Puedo contar que es una experiencia gratificante, porque te da la posibilidad de recrear en el tiempo lo que al autor le llevó tiempo crear. Y eso te permite jugar a entregarte a los vaivenes de la obra y a sintonizarlos con los vaivenes personales. Si todo sale más o menos bien, eso debería ir aumentando la empatía entre la traducción y el texto de partida. El efecto que tiene sobre las traducciones es que abre cada vez más las chances de que se expanda el universo que propone el autor. En el caso particular de Lee Child o de los escritores de sagas o de escritores con un proyecto literario muy marcado o muy definido, suele haber una tendencia a trabajar con elementos que se repiten y que de una u otra manera conscientemente o no van formando un sistema. Que un mismo traductor vaya traduciendo la obra de un mismo autor hace que sea más fácil que eso se vea reflejado en las traducciones. Eso da libros en los que al lector de las traducciones capaz esas cosas le terminen resultando más evidentes que si entre un libro y otro va variando el traductor.

¿Y sobre tu propio ejercicio del oficio?

Sobre mi propio ejercicio del oficio el efecto que tiene es de enriquecimiento de la experiencia. Cada libro nuevo que traducís te amplía la visión y te da más espalda para traducir el siguiente. Y así como es enriquecedora la experiencia de traducir en el tiempo a un mismo autor también lo es la de traducir muchas cosas muy variadas.

Has traducido para varios sellos argentinos, ¿cómo es el universo de las traducciones? ¿cómo ves el estado de cosas? 

Es bastante diverso. Por las diferencias que hay, por ejemplo, entre dedicarse a las traducciones literarias o a las traducciones públicas, o entre traducir para una colección de ensayos o para una multinacional o para una editorial pequeña o mediana o para el mercado local o el extranjero etcétera. En cada proyecto lo que se espera del trabajo de traducción suele ser distinto. Y los diferentes ámbitos y las distintas expectativas proponen también diferentes relaciones entre los colegas y diferentes maneras de moverse por ese universo. Veo que es un momento de mucha efervescencia, en el que hay mucha excitación, mucha intensidad y muchas ganas de que circulen las voces. Y al mismo tiempo 2020 vino a dejar en claro el estado de precariedad, incertidumbre e impotencia por el que ya veníamos pasando.  

¿Quiénes son tus referentes en el campo?

Siento una debilidad especial por Consuelo Berges. Rodolfo Walsh, Juana Bignozzi, Enrique Pezzoni, por mencionar solo unos poquísimos sin alejarnos del campo de las traducciones al castellano y al español. (Marthe Robert y la constelación de autores que tradujo del alemán al francés, y su feliz y no tan frecuente combinación de crítica literaria y traducción.) Hoy en día hay muchos y muy buenas traductoras y traductores en activo. La traducción es un aspecto de la industria y el trabajo editorial que siempre que se puede se descuida cada vez menos.

¿Recordás experiencias de primeras lecturas de traducciones? ¿Cuándo identificaste el peso de esa tarea sobre las obras que leías? 

Recuerdo mi sorpresa al leer el final de los hermanos Grimm para “Blancanieves”, en el que a la reina malvada con unas tenazas le ponen en los pies unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo y la hacen caminar y bailar con los zapatos puestos hasta morir. Cuando descubrí lo que se podía esconder atrás de una traducción: desde una obra de arte completamente nueva y original hasta una ficción, una excusa, una broma alegre o una estafa, el ejercicio de la censura o la manipulación, o incluso un deporte extremo que te puede costar la vida, como en el caso del japonés Hitoshi Igarashi, al que mataron a cuchillazos por ser el traductor de Los versos satánicos de Salman Rushdie.

¿Hay traductores a los que “sigas”, a los que prestes atención en especial? ¿Se pueden pensar a su vez a los traductores como generadores de un catálogo paralelo?

Hay traductores a los que “sigo”. Muchas veces compré libros porque estaban traducidos por tal o cual traductor. A veces los traductores funcionan un poco como un certificado de calidad, por así decir. Como algunas editoriales o algunos editores o algunas editoras. Por lo que sí, se puede pensar a los traductores como generadores de un catálogo paralelo. Si uno hace una lista de “todos los libros que tradujo tal traductora o tal traductor” ya se conforma un catálogo. Igual los traductores que por lo general me despiertan más curiosidad, que son los que tienen la traducción como oficio y fuente de ingresos, el catálogo paralelo que arman suele ser pintoresco. Distinto es lo que pasa con traductores que se acercan o llegan o desarrollan la actividad desde otra perspectiva o con otros intereses. En ese sentido, sobre todo en el mundo de la poesía pasan cosas muy interesantes. O con los editores que son a su vez traductores, algo que es bastante frecuente en el mundo de las editoriales autogestivas. Aunque en este último caso no sé si podríamos hablar de un catálogo paralelo generado exclusivamente por un traductor.

¿Cómo te formaste en el oficio? ¿Cuáles fueron tus primeras traducciones?

Me crie en una comunidad bilingüe, por lo que mi relación con el ida y vuelta de distintas lenguas me ha acompañado durante toda la vida. Igual fue recién después de terminada la secundaria que incorporé la traducción como manera de ahondar en el estudio de lo que estuviera leyendo y en el conocimiento del idioma en cuestión. Creo que mi formación empezó ahí, cuando empecé por las mías a traducir para profundizar. En lo que respecta a la industria editorial, en la primera editorial en la que trabajé me tocó hacer de todo: editar, leer, corregir, maquetar, ser jurado de concursos… y traducir. Ya para cuando empecé a trabajar de manera independiente, por mis curiosidades y mis intereses desarrollé este oficio. Mis primeras traducciones fueron de adolescente; traducía para mis amigos poemas que leía y que me gustaban y que por uno u otro motivo quería ver cómo sonaban en palabras elegidas por mí y compartirlos con otras personas y ver qué pasaba.

¿Cuál es la misión del traductor, según vos?

De haber una misión diría que es que algo circule y crezca en un idioma distinto al idioma en el que ese algo se produjo o se dio a conocer. Esa sería la parte de la voluntad. Y donde termina la parte de la voluntad empezaría la parte de la práctica. Ahí es donde la tarea se vuelve rica y variada y compleja. Yo apuesto a que el lector de la traducción tenga una experiencia de lectura lo más parecida posible a la que tiene el lector que está leyendo ese mismo texto en el idioma original. Mientras más me acerque a eso más contento estoy.

 

 

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