Adorno y el sentido que cae bajo sospecha de inexistencia
Por Mariana Dimópulos
Jueves 06 de junio de 2019
Leé el arranque de Sobre la teoría de la historia y de la libertad, última novedad de Eterna Cadencia Editora. Con traducción de Miguel Vedda y prólogo de Mariana Dimópulos, que aquí reproducimos parcialmente.
Por Mariana Dimópulos.
Vivimos y actuamos. Lo que hacemos está en el tiempo y nos pertenece. Esta doble pretensión, de autonomía y de temporalidad de los actos humanos, esconde un problema antiguo de la filosofía, un problema “de la mayor dignidad” según se dice en estas clases. Adorno, quien siempre consideró el campo filosófico como aquel determinado por las dos grandes figuras de la tradición alemana –Kant y Hegel– dedicó buena parte de su obra especulativa principal, la Dialéctica negativa, a dilucidar esta falsa simpleza. Para esto, incluyó en ese libro dos largos capítulos que llamó “modelos”. A la luz de Kant había que pensar la autonomía –o no– de lo que hacemos, a la luz de Hegel, esos mismos actos articulados en la sucesión del tiempo humano. La primera pregunta corresponde a la esfera de la ética; la segunda cae en lo que, desde el siglo xvii, se piensa como Filosofía de la Historia. Otra tradición filosófica, teológica y heredada de la Antigüedad, había pretendido englobar ambos problemas en el célebre del libre albedrío.
Los años de redacción de la Dialéctica negativa, que según el propio autor se extienden desde 1959 a 1966, fueron para Adorno una época de consolidación dentro de la universidad y la opinión pública alemana y, al mismo tiempo, de fecunda articulación teórica. Estas clases de 1965, que solo veladamente sugieren en su título la oposición que las inspira, contienen reflexiones mayores para aquellos dos modelos (los capítulos sobre Kant y sobre Hegel) del libro que, por entonces, estaba escribiendo. La historia, que es colectiva, y la libertad, como promesa constituyente del individuo en la tradición ilustrada europea, deben ser de algún modo, en conjunto, posibles. ¿Cómo? Todo gira en torno a construir esa posibilidad, que conjugue la pertenencia de los actos a un sujeto (libre) y la necesidad de las leyes del mundo del que ese sujeto es irremediablemente parte.
La filosofía de la historia, que había hecho su aparición tardía en la tradición alemana hacia fines del siglo xviii, en forma eminente con los escritos de Herder, consigue en el siglo siguiente la formulación que le será determinante, esto es, la de Hegel. Esta contundente afirmación de una filosofía de la historia, disciplina cuya legitimidad había sido puesta en cuestión, articula todo su pensamiento. Una vez que este pensamiento fue puesto en cuestión por sus sucesores, seguirá su trabajo de dominio en forma negativa. Tanto Marx como el historicismo, y hasta el positivismo científico en general, pueden leerse como respuesta a esa formulación determinante y dominante que proviene de Hegel. Para que aquella historia dejara de contarse en plural (las historias destinadas al registro colectivo), y pasara a ser una sola y en mayúscula, había hecho falta atarla a una estructura de necesidad. Que sea a la vez producto de un proceso de secularización, reflexiona Adorno en estas clases, es un hecho indubitable pero de bajo poder de elucidación. La Historia es una y es necesaria, e impone a la reflexión filosófica la pregunta por la existencia de los medios y los fines. En el devenir del siglo xix, el arquetipo de esa necesidad pasará a convertirse en el de las ciencias naturales, por entonces en comparable expansión; la disciplina histórica es deudora de este desarrollo, se entiende en oposición a la ciencia, y hasta Adorno llega en forma de su activo y constante deslinde respecto del positivismo que le fue contemporáneo.
Como hemos dicho, esta necesidad inherente a la historia era heredera tanto del proceso de secularización, es decir, subsidiaria de la idea de providencia, como de la entronización de la ciencia de la naturaleza; estos dos “otros” del hombre, cuyo rasgo indeclinable es, al menos desde el idealismo, la libertad. Ante la necesidad de los fines de la naturaleza y ante la necesidad de los fines teológico-históricos en el orden del tiempo, el hombre funciona como recordatorio de que la relación entre la parte y el todo no siempre es de perfecta integración. Él es parte de ese todo, pero pretende no subsumirse completamente a sus leyes. Es decir que este conjunto, que incluye al hombre en el tiempo y en la naturaleza, está signado por el conflicto. “Antagonismo” es el término que el escrito de Kant que sirve de guía a estas clases, tal como el mismo Adorno explicita, esto es, la “Idea para una historia universal en sentido cosmopolita”, elige para describir el medio por el cual se da el desarrollo en la naturaleza y en la historia de la comunidad de los hombres, léase, la sociedad.
Tanto Kant como Hegel, ambos “la filosofía” en palabras de Adorno, daban por sentada la idea de sistema, fuera en el reino de la naturaleza o en el devenir del espíritu. Esta unificación fue llamada “sentido” en la filosofía de la historia. Tempranamente, cuando Adorno empezaba a ligarse al Instituto de Investigación Social, Max Horkheimer publicó un texto sobre los comienzos “burgueses” de esta disciplina, donde leemos: “Mientras que la filosofía de la historia contiene aún [esto es, ya desde Vico] la idea de un sentido de la historia oscuro, pero actuando de forma autónoma y soberana (el sentido que se intenta representar mediante esquemas, construcciones lógicas y sistemas), conviene oponerle que no hay en el mundo sentido ni razón sino en la estricta medida en que los hombres lo realicen en ese mundo”. Esta restricción sobre la existencia de un sentido de la historia, enunciada por Horkheimer en 1930, se convertirá en Adorno en un principio a seguir. Así, en muchos de sus trabajos, el sentido cae bajo sospecha de inexistencia. Los individuos, sus vidas contingentes y a la vez marcadas por el destino (la contingencia como destino), forman una conjunción carente de sentido por la ausencia de un sujeto total que otorgue coherencia al todo en el proceso histórico, y que convierta a aquello que los hombres hacen en aquello que necesariamente deben hacer.
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