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"Veo lenguaje en la teatralidad"

Couceyro, descollante en Constanza muere
Entrevista a Ariel Farace

Vuelve a las tablas Constanza muere, obra en la que se cruzan Beckett, Sui Generis, Bowie y Plath. La intertextualidad como procedimiento y el teatro como el montaje de un ahora duradero.

Por Valeria Tentoni.
Foto Maia Verona.

Es increíble lo que puede un cuerpo: esa sorpresa es la que se dispara en la cabeza del espectador durante los primeros tres, cuatro, cinco, ¡¿cuántos?! minutos de Constanza muere, la obra de Ariel Farace (autor también de Luisa se estrella contra su casa y Ulises no sabe contar, entre otras) que acaba de ser repuesta en El portón de Sánchez y se puede ir a ver los jueves por la noche. Es increíble lo que puede el cuerpo de Analía Couceyro, la Constanza en cuestión, bajo el texto y la dirección de Farace, ante los dos cuerpos inertes de Matías Vértiz y Florencia Sgandurra, que no dirá una sola palabra durante toda la obra. 

Las visitas de Constanza están de pie, a la derecha del escenario, tan quietos que entre las sombras tardan en despegarse del fondo. ¿Cuánto dura el ahora? ¿Cuánto dura el ahora específico que esa mujer habita en una inminencia desesperante, cuando se agita y descubre que la muerte también es una danza? 

El dramaturgo que la ideó teoriza que "la escritura dramática construye presentes que son espacios en el tiempo", y en acción esa idea es el débil saco de huesos de esta vieja que no se resigna a abandonar su domingo, su sillón, sus plantas, la ceremonia del té con masitas y sus libros. Ahí es donde busca a los "poetastros": enlazan versos que, le parece, podrían ser para ella. Versos de Sylvia Plath, por ejemplo: "Morir / es un arte, como cualquier otra cosa / yo lo hago excepcionalmente bien". En cierto momento de la obra, la mujer dirá que a veces se le da por pensar que antes de ella no había nada. Nada, nada de nada: el vacío, el misterio. Nada. Que es el primer eslabón de una cadena que terminará ahí mismo, cuando se decida a despegarse del universo conocido. ¡Qué pena, una cadena tan bonita, un domingo tan tranquilo! ¿Cuánto dura la muerte? ¿No lo podemos dejar para más tarde? "Si ahora estoy viva entonces muerta he estado", podría haber leído en el mismo libro de Plath, si pasaba de hoja, Constanza.

La obra, que dura un poco más de una hora, tuvo como origen una adaptación libre de otra de Cervantes. Los de Plath no son los únicos poemas que se recitan durante su curso, y Farace ya había trabajado antes con disparadores de la literatura (¿existe, en verdad, ese dique entre la literatura y el teatro?), como con el Ulises: "El teatro es, de por sí, intertextual", arranca diciendo en el capítulo que le toca dentro de la antología que preparó editorial Excursiones, Detrás de escena. "Sabemos que los griegos trabajaban partiendo de los mitos. Sabemos que Shakespeare trabajaba a partir de otras obras y textos diversos. Nosotros mismos trabajamos a partir de libros, películas, pinturas, y otros estímulos. Y esto es así porque el teatro es un hecho social, es un arte que se produce en —y para— un contexto social, cultural y político determinado: entre personas y para personas", continúa.

La muerte, que está personificada en un hombre burro con guadaña, una muerte que se sabe los temas de Sui Generis, le reclama una y otra vez a su víctima que le recite. A la víctima le conviene, porque mientras lo pueda entretener se queda con su vida, y su domingo se vuelve mil y una noches. Ese burro es también la aparición de un animal de la infancia de Constanza —infancia que deambula también por esa casa, tocando el piano—, el animal que la salvó de ahogarse en el río la vez que decidió, a los once, asomarse a la curiosidad que le daba el fin de la vida. Así, Farace hace ingresar al sistema de la obra elementos provenientes de fuentes diversas y los funde en un continuo intenso, obcecado.

"En cuanto a la escritura, esta cae a mis brazos, sin más. A veces la caída es lenta, melódica. Otras, cae como un rayo. Y, como tal, quema, fulmina. Cuando escribo me politizo, me poetizo. Yo trabajo con la poesía, con las palabras, en mi casa, el tren, el bar. Y es un trabajo solitario. Lo que escribo surge de mi lucha diaria, doméstica, enigmática; de la lucha sin gloria de estar vivo. A veces en algo oído al pasar, una canción o una frase en la panadería; el regreso alcohólico de una noche larga; una pelusa en la piel de un durazno; un gesto de mi madre, mi abuela; la historia de amor de un amigo; el erizarse de una rosa ya florecida o una foto familiar; en un recuerdo certero o difuso; allí nacen las palabras que escribo. La escritura me hace ver que sé cosas que yo no sabía que sabía", también dice en "La contrucción del presente" este director nacido en Lanús en 1982.

Alrededor de esta obra que ahora vuelve a estar en cartel, y que dejamos recomendada, le enviamos tres preguntas. Estas son sus respuestas:

1. Cada obra construye o echa de sí una idea sobre el teatro. Esa idea no es conocida por mí hasta que la obra existe. Puedo tener aproximaciones, ideas, reacciones previas que se ponen en juego en el proceso de creación y que de algún modo definirán esa idea que se desprenderá de la obra como de las flores se desprende un aroma. Intento escapar de lo que creo saber. Me atraen las voces singulares, las provocaciones sobre lo instituido, la creación de comunidades efímeras. Hacer de las palabras un objeto desconocido, sorprendente, del ahora una materia sensible que compartir.

2. La literatura es la base de mi trabajo. Escribo en dialogo con mis lecturas. Creo que los textos dialogan entre sí, en una suerte de teatro de la literatura. Lo vivo con absoluta naturalidad. Cada proceso me encuentra rodeado de una serie de autores y textos a los que llego por intuición, tema, voluntad o accidente. Constanza muere dialoga con Malone muere de Samuel Beckett de manera directa y, a la vez, con la enorme tradición poética alrededor de la muerte, que es vasta como el mundo. Quizá la poesía sea el nexo que, en mí, vincula teatro y literatura. Leo teatralidad en el lenguaje, veo lenguaje en la teatralidad. 

3. En lo que se llama una función teatral, el mundo podría reducirse a los presentes: actores, espectadores, operadores y demás involucrados en la reunión. Y en cada uno de ellos: paisajes, tránsitos, estados, palabras, cuerpos muertos y vivos. Esa ocasión, el estar juntos, construye realidad, historia, crea un ahora que compartir. Quizá las obras puedan hacer del mundo algo cierto, un llanto o risa que nos iguale, un imaginario-poema que resulte acontecimiento colectivo, algo tan banal como trascendente, tan burdo como exquisito, tan mágico y real. 

***

* Constanza muere se presenta los jueves a las 21.15 en El portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034), CABA.

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