"Una máquina de hacer ver"
Por Ana Porrúa
Lunes 05 de diciembre de 2016
La poeta, ensayista y profesora Ana Porrúa presentó, junto a Pablo Schanton, el Diccionario de separación de Andrés Gallina y Matías Moscardi, a sala llena: "Una lengua de muchos filos: hay que leerlo, porque alguno de estos filos, seguro, te corta".
Por Ana Porrúa.
Empezar por el inicio: el título del libro tiene, en su primer tramo, dos sustantivos unidos por una preposición, de. Pienso en principio, demencialmente, en asociaciones tales como sánguche de miga, milanesa de pollo, sillón de eco-cuero, o helado de pistacho y crema del cielo. Como si la separación fuese algo concreto de lo que está hecho un libro, un atributo que califica y en esa calificación lo hace ser lo que es. Pero ese DE envía, de manera rápida, a los títulos de los libros que entran en esa categoría anunciada. Diccionario de inglés, Diccionario de latín; o también Diccionario de mitología, Diccionario de filosofía. Se trata de lenguas o de disciplinas. Lo que salta en un primer momento es una punta para empezar a pensar de qué se trata el libro de Gallina y Moscardi. Podríamos decir que la separación (ni siquiera tiene artículo, y en este sentido emula los modos de presentarse de los otros diccionarios ya mencionados) es una lengua (un idioma) o una disciplina, el marco de un saber acotado por ciertas pautas epistemológicas e institucionales. Sí, por qué no.
Un diccionario de la lengua de la separación, entonces. Tiene un vocabulario que, como todos, es en gran parte subjetivo, a veces arbitrario; arma una constelación singular que empieza con Amor (en realidad con Abismo, pero se desdibujaba demasiado la idea) y termina con Zombie pero que en medio tiene términos como Beso, Banalidad y Batman; Caverna, teoría de la, Cachivache y Caída; Depresión y Dantesco; Facebook, Fakir y Fuera de campo; Jabalí, Juntos y Jurassic Park, Langosta o Lástima. Un vocabulario representativo de una experiencia común y a la vez puntuado por palabras que rompen el casillero de eso que se llama comúnmente sentimientos, aunque en lo que ingresa a la entrada singular reaparezcan sus formas. Si fuese sólo un vocabulario común, en el que queden amor, corazón, depresión, sufrimiento, tristeza, unión se armaría (aún antes de leer el Diccionario) otro lector, un círculo de lo común porque se comparte y, a la vez, porque forma parte de los clisés del desamor, como de hecho lo hacen otras entradas metafóricas: naufragio, pozo o prisión funcionan en esta línea. Eso, ese círculo, lo acercaría a un texto de autoayuda. Pero en la red de palabras despuntan las que desordenan, las que traen la experiencia singular de lo colectivo o lo común, las que escriben otro poema -uno sin dudas más contemporáneo- de la separación, como quien junta al azar “te fuiste/ ansiedad/ fantasma/ langosta/ yoda/ zombie”. Además, lo que hay en Diccionario de separación es un desarrollo peculiar de las entradas. Los recorridos están hechos de diferentes materias: canciones de Ricky Martin o de Marta Sánchez (que canta, por suerte, “Desesperada”) se cruzan casi todo el tiempo con escritores (Camus, Conrad, Proust, Baudeliare, Giannuzzi, Gambarotta, Idea Vilariño), filología, teorías psicoanalíticas, Freud, Lacan, teoría política -está Marx, por supuesto-, teorías del arte o literarias, de Deleuze a Badiou, de Derrida a Groys, de Bajtin a Bergson y muchos más. Y también están las películas, Her, El día de la marmota (que no se llama así pero todos sabemos cuál es), Star Wars y más. El cruce no está hecho, y esto lo digo con la máxima certeza- bajo el gesto populista que enchastra la teoría o bajo el gesto culto que mete de manera canchera lo popular, lo hiperpopular, sino más bien porque todas las canciones, las películas y los teóricos están ahí a la mano, atravesando y atravesados -por qué no- por la experiencia posamorosa (porque en un punto y extrañamente, de La náusea de Sartre sale una sola frase: “Querer a alguien es una hazaña”, y de Brecht otra similar: “Yo sólo tenía una debilidad: amaba”. Y también Georges Didi-Huberman, puesto en el Diccionario a explicar el anacronismo en términos amorosos parece un enamorado, un abandonado. La experiencia de la separación, entonces, está abordada desde sistemas filosóficos, en su letra, con sus desarrollos y argumentaciones y a la vez, los teóricos, los escritores parecen enamorados que padecen.
Como dice el Diccionario, después de la separación todo nos habla de ese amor, de un Ex, y en este sentido también lo que viene de un lado o del otro lo hace; pero además, tanto las canciones de Ricky Martin como Maurette o Derrida, son herramientas necesarias para abordar esa experiencia. Por supuesto que en el cruce se pierde solemnidad (porque la escritura de la separación aún no tuvo tiempo para ser solemne, para adquirir ese estatuto), y la definición gana en aristas y a veces da vuelta el drama para hablar de su otro costado, como decía Leónidas Lamborghini, que es la risa: “Tanto dolor que hace reír”, decía L.L citando a Discépolo. Dos definiciones en tensión, en este sentido, ir de Proust a facebook, de ese retrato que su enamorado, Edgar Auber, le da a Proust con sentencias rotunas y encantadoras al dorso (“mi nombre es Habría podido ser”; “me llamo también Ya no, Demasiado tarde, Adiós”), a la inscripción expuesta, visible de la foto de Facebook. O la imagen en la entrada “Banalidad” cuando dicen: “ya no nos importa formar parte de la empresa titánica y tediosa del pensamiento: somos Derek Zoolander, descerebrados de alta gama, fundamentalistas del espejo”.
Me animaría a decir que éste es un diccionario atento al impacto de la imagen (más que a la explicación precisa), y filtrado todo el tiempo por la retórica. Por ejemplo, Diccionario de separación es hermosamente hiperbólico, como el amor o el desamor (dice en una de las entradas que lo posamoroso se rige por una sensibilidad barroca más que romántica); entonces el celular es “la figura de una cárcel en miniatura que ha logrado aprisionarnos en su interior por medio de un mecanismo simbiótico a partir del cual forma parte de nosotros”, y como si esto fuera poco, la definición se extiende en una hipérbole profética y apocalíptica, “En un futuro, los celulares no podrán apagarse”. Pero también, en la fuerza de la hipérbole, entra tanto la que bordea lo grotesco (la de Zoolander, entre otras) como la que nos hace reír: Beatriz muere a los 24 años y Dante la pierde tres veces, por edad (cuando era una niña), porque se casó y porque se murió.
La hipérbole también podría pensarse en el orden de la lengua, porque es una lengua que -muchas veces- no puede frenar, encadena metáforas a tal punto que, por momentos, sentimos que podemos desbarrancar; incluso, que lo cursi nos va a comer la cabeza. Pongo un par de ejemplos: “La materialización subterránea, invisible, secreta, de una separación que todavía no ocurrió: el anzuelo que saque al pez de la pareja fuera del agua, el cuchillo que lo descame y lo limpie, la mano enguantada que lo meta al horno”; o: “Son los misterios ocultos del mundo, las maravillas de lo inexplicable, los ungüentos brujos que tenemos que frotar en la piel del corazón para que empiece a cerrar la estocada y recuperar, así, todo su pulso”.
Una lengua que no puede parar de hablar y de mostrar, de hacer visible la experiencia, de armarla como escena, desde las películas y desde las imágenes que funcionan como analogías. En la culpa leemos, “sentimos que esta figura vertebral de la cultura judeocristiana nos oprime como una barra de pecho horizontal con demasiado peso, en un gimnasio vacío”, en “Yunque” -y dentro de la misma estela- luego del viaje, al abrir el bolso, “como el pecho de un muerto en una autopsia”, las pertenencias se han fundido como metales, como “plomo líquido” y finalmente “el aire se ha solidificado”.
Entonces, el Diccionario no es un diccionario habitual (se desborda todo el tiempo), tampoco es un libro de teoría (aunque ahí está fuertemente la teoría y en algunos apartados es reina y señora, como en “beso”), ni es un libro de crítica cultural. Tampoco es una autobiografía, porque Moscardi y Gallina no cuentan sus separaciones (aunque sostengan que ahí, en una separación casi simultánea empezaron a escribir el libro) y borran esforzadamente el género único. Creo que Diccionario de separación es una máquina de hacer ver y hacer hablar lo que ellos llaman experiencia posamorosa. Y en ese sentido, hace el gesto de suturar la separación, de llenar huecos con una lengua por momentos intelectual, por momentos más contemporánea, por momentos generacional, por momentos universal, por momentos popular y hasta cursi y hasta idiota. Una lengua de muchos filos: hay que leerlo, porque alguno de estos filos, seguro, te corta.