"Las palabras van creando una realidad que no es la de la vida sino la de la escritura"
Valérie Mréjen
Jueves 25 de octubre de 2018
"En mi literatura hay un elemento autobiográfico y una realidad que intento enrarecer aunque a veces ella se enrarece sola, como si fuera difícil pronunciarla". Tras su paso por el décimo Filba Internacional, la escritora y cineasta francesa, autora de libros como Selva negra y El agrio responde a Ivana Romero algunas preguntas sobre los orígenes de su escritura y los libros que lleva publicados.
Por Ivana Romero.
"El origen de mi apellido parece estar en el nombre de un pueblo español, 'Morgan' o 'Moregón', transformado por las autoridades marroquíes en un término parecido a la palabra 'coral' en árabe. Cuando le preguntan de dónde viene su nombre, a mi padre le divierte responder que es escandinavo. Durante un tiempo, quiso cambiar la primera letra B para hacerlo más pronunciable" se lee en uno de los libros de Valérie Mréjen, escritora francesa que dice que sí, que su apellido tiene origen judío español y en siglo XVII se mezcló con el marroquí.
Sería caprichoso decir que el origen de la escritura de Mréjen está en su apellido, en ese mestizaje, en esa pronunciación algo dificultosa debajo de la que late una historia demasiado privada como para ser dicha a la ligera. Y sin embargo, los lectores y lectoras somos gente caprichosa. Por eso tejemos ideas personales en torno a la narrativa que se despliega frente a nosotros. A Valérie, la hipótesis sobre su apellido la divierte. "No lo había pensado pero bueno, sí, en mi literatura hay un elemento autobiográfico y una realidad que intento enrarecer aunque a veces ella se enrarece sola, como si fuera difícil pronunciarla", concede durante una entrevista que da en el marco de su visita a Buenos Aires para participar en una nueva edición del FILBA.
Toda su obra, editada por Periférica, se consigue en nuestro país. Su último libro Selva Negra, es una polifonía de voces o más bien, de ecos que de a ratos parecen emerger de un bosque espeso, de la muerte misma. De hecho, Selva Negra es un postre pero también un lugar escabroso de Japón, donde Mréjen vivió un tiempo, en el que viven fantasmas. En el libro, ella misma es fantasmática a distintas edades; como una niña, como una mujer de cuarenta y pico que dialoga con su madre muerta. La primera página se abre con una escena escalofriante (contada con parquedad) donde aparece su amigo, el artista Édouard Levé, quien se suicidó. Mréjen también es autora de Eau Savage, el monólogo de un padre capaz de la ternura y el hartazgo; Mi abuelo, con la historia de un señor desapegado, capaz de tener muchas esposas y amantes a la vez y de mandar desde Italia postales para el perro de sus nietos (aunque a ellos, nada) y de la hilarante El agrio, con un amante que aspira a ser artista de lo etéreo aunque sus gestos despectivos son de una vulgaridad pedestre.
Nacida en París en 1969, además de escritora, es una de las artistas visuales más destacadas de su generación. Y está sentada aquí, la mirada verde limpia, la sonrisa fácil, una hebilla sosteniéndole el flequillo como si fuera una niña recién llegada de excursión.
¿Cómo vas construyendo tus historias?
Escribo de lo que veo, de lo que vivo y aún, de lo que creo que vivo aunque no esté muy segura si es real o no. Pero cada libro tiene un contexto vivencial específico.
¿Trabajás con la escucha?
Sí. ¿Por qué lo preguntás?
Por libros como Eau Savage. Si bien hay un tono oral también es como si la voz del personaje adquiriera distintos colores, distintas texturas.
A veces me siento como una grabadora que va registrando lo que escucha a su alrededor. Eau de savage trata de oralidad, de lo que un padre le dice a una hija. Son cosas que escuché a lo largo de mi vida. "No eres vieja, ni inválida, ni retrasada, eres joven, guapa, inteligente", por ejemplo. Y también "mirate esos vestidos que te llegan al piso, no comprendo por qué te escondes ahí debajo. ¡Es una escafandra!". Y además "esos videos que haces ¿los puedes vender?". Pero también tiene momentos de ternura casi inocente. Me parece que el vínculo entre cada padre con su hija es particular. Pero en la escritura quería encontrar un equilibrio con algún tipo de registro más universal. Y sí, se puede pensar el texto como una coloratura que varía con momentos más opacos y más transparentes. No me interesa tanto el lenguaje sofisticado como la musicalidad de las palabras cotidianas. Pero bueno, tratándose de literatura es probable que las palabras sean usadas un grado arriba del uso cotidiano.
¿Cómo sería eso?
Las palabras van creando una realidad que no es la de la vida sino la de la escritura. Hay artificio ahí. No me sale escribir de modo fluido, sino que hay una dedicación a lo que se cuenta y al modo en que se cuenta. Trabajo con la musicalidad del francés, acaso haya pequeñas rimas pero intento que no sean obvias.
Tanto Mi abuelo como El agrio son retratos que además de la escucha tienen mucho de observación.
Sí, supongo que la observación y la escucha son trabajo del artista. Antes de escribir intento establecer algunas pautas pero luego es el personaje el que va pidiendo cómo acomodarse.
En el caso de Selva Negra, el registro se abre, se multiplica, ya que aparecen distintos personajes.
Allí hay historias independientes que en apariencia no tienen vínculo entre sí. Lo que me interesaba era abarcar la coexistencia de los hechos y mostrar que a veces, lo trágico es a la vez hilarante. Por ejemplo, esa escena donde me entero de la muerte de mi madre, y yo recién llegada de la peluquería con un brushing de telenovela. Parecía una escena de cliché, escuchando por teléfono algo que no podía ser cierto por lo terrible y yo ahí, casi como una actriz. A veces hay una distancia fuerte entre lo que pasa y lo que se vive, como si fuera irreal. Por eso me interesa mucho la obra documental de Raymond Depardon, que trabaja en manicomios, hospitales, comisarías... Son lugares muy fuertes donde suceden cosas terribles y, por momentos, tan absurdas que te llevan a la risa.
Esos contrastes también están presentes en muchos de tus videos donde hablan personas comunes; en especial, niños.
Me encanta lo que son capaces de hacer los niños. Esos videos tienen un trabajo con el lenguaje en el sentido de que hay preguntas frente a las cuales ellos no tienen ni idea. Y sin embargo, cada uno encuentra estrategias para responder y actuar en función de lo inesperado y lo espontáneo. Supongo que ser madre modificó mi mirada, mi lenguaje y aún mi escritura.
¿En qué sentido?
¡En todo sentido! En Francia se publicó un libro que se llama Tercera persona y allí hablo de mi hija. Actualmente estoy trabajando en varias cosas, incluido un espectáculo musical basado en la suite El carnaval de los animales. Ser madre modificó mi vínculo con la escritura y con el arte en general.