"Conocer otras sensibilidades abre la perspectiva de tu propio lenguaje y pensamiento"
Serie de entrevistas a traductores: José Ioskyn
Viernes 06 de agosto de 2021
"Necesitaba que el texto pudiera leerse sin mayores sobresaltos, y que a la vez permaneciera la percepción de una sintaxis deformada por un poeta que se deja llevar por el juego infantil con la lengua", explica el poeta José Ioskyn sobre su trabajo trayéndonos a Manoel de Barros, después de encargarse de Adélia Prado para Griselda García Editora.
Por Valeria Tentoni.
En 2019, Griselda García Editora sorprendió con un tomo exquisito de poesía reunida de Adélia Prado, nacida en Minas Gerais en 1935. "Adélia Prado representa tal vez la voz poética más reconocida de Brasil en la actualidad. Su obra fue recibida con entusiasmo desde su primera publicación, cuando en 1976, a los cuarenta años, publicó su libro Bagaje. A partir de ese inicio tardío su influencia se ha ido afirmando", escribía por entonces su traductor, el poeta José Ioskyn.
Nacido en La Plata, Ioskyn publicó ensayo, poesía y narrativa en libros como Un lugar inalcanzable, Acerca de un imperio, Cómo hacerse hombre y Manual de jardinería, y es también el traductor detrás de otro de los aciertos del mismo sello, Memorias inventadas de Manoel de Barros. Le enviamos algunas preguntas sobre su labor como traductor del porugués, en el marco de la serie de entrevistas a traductores que tuvo ya respuestas de Jorge Fondebrider, Paula Abramo y Carolina Orloff.
¿Cómo te encontraste con la obra de Manoel de Barros y por qué decidiste traducirla?
Encontré su obra de manera fortuita. Estaba pasando una temporada en Río, en el barrio de San Conrado; entre los morros altos de ese barrio –de donde despegan los parapentes– y el océano. El departamento en el que vivía estaba poblado deinfinidad de libros sobre arte. El dueño del lugar me veía leer todo el tiempo –a pesar de ser carnaval– y me mostró la obra completa de Manoel de Barros. Para mí era un desconocido entre los grandes nombres de la literatura local. Eran muchos tomos de lomo blanco, finitos. Me insistió para que lo leyera. Me marcaba un poema que le gustaba, o un libro entero, con fervor. Era el único poeta que le interesaba. Tal vez debido a su presión terminé rechazando leer a su autor favorito. Tiempo después encontré los libros, en otras ediciones, en una librería, y me enamoré de Manoel y su escritura. De inmediato lo adopté. Le mandé un mensaje al dueño de aquel departamento para agradecerle su recomendación, pero no me prestó mucha atención. En estos días le mandé las tapas y le seguí agradeciendo, pero ahora él tiene la misma indiferencia que yo tuve cuando él me insistía.
De todos modos, a pesar de la anécdota, me hubiera topado con su obra por necesidad, ya que la presencia de Manoel en la poesía en portugués es muy difícil de soslayar.
¿Cómo fue la experiencia de traducción? Encuentro que respetaste el corte de versos, entre otras decisiones que debés haber tomado, ¿cuáles te generaban más dudas? ¿Cómo las resolviste?
No soy un traductor profesional, y cada libro es diferente para mí. El corte de verso lo respeté, porque a pesar de que algunos de los textos son poemas en prosa, aún en ellos el autor tomó una decisión basada en un criterio. En la fase de diseño descubrimos con Griselda García –poeta, traductora, editora del sello– que hubo una segunda edición con cortes diferentes. En ese momento tuve que recurrir a la hija de Manoel, Martha, quien ilustró muchos de sus libros. Ella me dio las indicaciones para establecer un formato igual al original.
La poesía de Manoel tiene la característica de la falsa simplicidad. Parece mal escrita a propósito, lo cual responde seguramente a su idea de romper la sintaxis, las reglas lingüísticas y demás normativas. “Niños desescriben la lengua. Rompen las gramáticas” dice el autor. Entonces ¿cómo pasar el modo “manoelesco” –es decir, ese portugués extraño– al castellano; respetando sus invenciones lingüísticas, y al mismo tiempo mantener la legibilidad? Problema insoluble en parte. Lo que hice fue ir despejando esas expresiones singulares dentro del mundo de cada verso, y cada verso dentro del mundo de cada poema, tratando de interpretarlas.
Después, cuando todos los poemas estaban listos, tuve que revisar varias veces muchas de esas “soluciones” en virtud del libro completo. Necesitaba que el texto pudiera leerse sin mayores sobresaltos, y que a la vez permaneciera la percepción de una sintaxis deformada por un poeta que se deja llevar por el juego infantil con la lengua.
¿Por qué te interesaba este autor en nuestra lengua, qué valor encontrás en su literatura?
Manoel de Barros es como un alegre monje zen que, siendo un artista, se corre todo el tiempo de lo esperado. No evita las contradicciones, no es fácil, sorprende todo el tiempo, “se” sorprende a sí mismo y a la vez es entrañable.
Hay escritores que además de hacer su arte, su trabajo, enseñan. Los lectores habituales de poesía econtrarán que Manoel de Barros escribe de un modo que prescinde de las convenciones del género. No es una escritura artificiosa, vanguardista; no hay elementos disruptivos o acrobacias linguisticas. No juega con la puntuación, ni trata de deslumbrar con el ritmo o las metáforas. Aunque tampoco es trivial, o previsible. Lo que hace es dejar que la lengua haga su capricho. Pero no a la manera surrealista, que investigaba más la psique que la poesía. En Manoel la lengua, si se la deja sola, es poética. Es experimental sin que se note, sin hacer alarde. ¿Por qué el capricho mismo de la lengua acaba siendo poesía? No sé.
Su escritura es a la vez pasto de académicos y popular. Traspasa la barrera especializada y llega a mucha gente. En Brasil eso sucede con frecuencia, los poemas se convierten en letras de canciones; los artistas plásticos y los actores se hacen eco, las personas comunes compran libros de poesía. Suena un poco utópico para nosotros, que seguramente sospechemos de la calidad de este fenómeno. Con Adélia Prado y muchos otros sucede lo mismo. Habría que ver más bien cómo lo logran.
Claro, para el mismo sello habías preparado una antología de Adélia Prado, ¿cómo fue esa experiencia, qué podés compartir de la hechura de ese libro?
El dato de Adélia me lo pasó Griselda. Aproveché una estadía larga para empezar a leerla en detalle, y empecé a mandarle algunos poemas. Le encantaron, aunque hasta el día de hoy cree que el proyecto fue idea mía, aunque fue de ella.
El proceso de aquel libro fue diferente que el de Manoel. Para empezar los poemas tienen un formato más tradicional. Desarmarlos y volverlos a armar fue la ocasión para entender desde adentro cómo estaban hechos: la puntuación, las rimas internas, las narraciones mezcladas con lo lírico. Fue como desarmar un aparato y volver a hacerlo funcionar. Llegás a entender, a contagiarte, a aprender, mucho más que como lector. Durante el proceso sos un poco el autor. Se entra en el mundo de otro y se sale, se vuelve a la propia medianía. Los poemas los recuerdo de memoria, están dentro mío – en castellano. Mi generación ya no tuvo culturalmente la costumbre de memorizar poesía. Como traductor lo terminás haciendo, y realmente es algo hermoso.
¿Cómo te formaste como traductor del portugués? ¿Por qué te vinculaste con esa lengua? ¿Recordás lo primero que tradujiste?
No hice una carrera formal para poder traducir. Mi única justificación es que me enamoro de algunos textos y autores, y me sostengo de esa pasión, digamos. También me apoyo en que soy escritor, y supongo que puedo hacer algo con la lengua de llegada.
Hace bastante que alterno temporadas entre Argentina y Brasil, y esa circunstancia me permitió salir de mi condición de turista, y por ende acceder a otros aspectos de la cultura. Hablo mucho con amigos y en especial con uno de ellos –Antonio Lomeu, carioca y profesor de la UNLP– quien me ayuda, sobre todo con las expresiones, los modismos, los regionalismos. Eso es lo último que se aprende, esos enquistamientos internos dentro de una lengua.
Dentro de esa enorme isla lingüística y cultural que es Brasil, existe una diversidad de voces, de estilos; hay mucho particularismo, y aparecen por necesidad algunos “raros” o “diferentes”, y esos son los que me interesa leer y traducir. Sería imposible conocer todo, y tampoco podemos leer siempre a los mismos. Conocer otras sensibilidades abre la perspectiva de tu propio lenguaje y pensamiento, ya sea tanto como lectores o como escritores.