¿Qué es entonces una isla?
Por María Zambrano
Miércoles 26 de agosto de 2020
"La imaginación popular, cuyos rasgos hemos diseñado ligeramente, ¿responderá a alguna realidad profunda? ¿Cuál ha sido en la historia el papel de las islas?": leé un extracto de Isla de Puerto Rico, novedad de Vaso Roto, de la ensayista y filósofa española.
Por María Zambrano.
Una isla es para la imaginación de siempre una promesa. Una promesa que se cumple y que es como un premio de una larga fatiga. Los continentes parecen haber desempeñado el papel de ser la tierra del trabajo, la morada habitual del hombre tras de su condenación. Las islas, en cambio, aparecen como aquello que responde al ensueño que ha mantenido en pie un esfuerzo duro y prolongado; compensación verdadera, más allá de la justicia, donde la gracia juega su papel. Las islas son el regalo hecho al mundo en días de paz para su gozo.
Pero este carácter de graciosa donación con que las islas se nos muestran en nuestra imaginación espontánea está unido a otro que es como su base: la isla nos parece ser el residuo de algo, el rastro de un mundo mejor, de una perdida inocencia; la sede de algo incorruptible que ha quedado ahí para que algunos afortunados lo descubran. Algo así como el testimonio de que el hombre, la criatura humana, ha sido alguna vez más pura, es decir, más verdadera; de que siendo más «sí mismo» ha estado en viviente comunidad con la naturaleza. Y esto también, ¡la naturaleza en la isla siempre es más dulce, más amiga, más prodigiosa! De la isla se espera siempre el prodigio. El prodigio de la vida en paz, de la vida acordada, en una armonía perdida y cuyo lejano eco es capaz de confortarnos el corazón; de una edad en que ninguna palabra había sido aún prostituida, en que el trabajo era alegre siempre y el amor no arrojaba de su luminoso cuerpo la sombra de la envidia.
Y de ahí que la isla sea siempre evasión, lugar en donde queremos recluirnos cuando el espectáculo del mundo en torno amenaza borrar toda imagen de nobleza humana; cuando nos sentimos próximos a la asfixia por falta de belleza y sobra de podredumbre de todas clases. Entonces –¿quién no alguna vez?–, suspiramos por una isla. Y todo esto –promesa convertida en regalo, signo de una vida mejor conservada como por un milagro, y lugar de evasión de este pavoroso mundo actual–, lo ha sido para mí, en grado máximo, la isla de Puerto Rico. Y a medida que el tiempo corra, el espacio donde la islita habite para mí, será, más y más, el espacio puro de la maravilla, el espacio aparte del espacio geográfico o físico. Y el tiempo que en ella viví será el tiempo fuera del tiempo en que tomamos contacto con algo vivo y puro a la vez, que nos permite seguir «conllevando» la fatiga, la fatiga por el desmentido que la realidad lanza a diario a nuestras creencias más hondas.
Mas, si esto ha sido así, ¿qué es entonces una isla? La imaginación popular, cuyos rasgos hemos diseñado ligeramente, ¿responderá a alguna realidad profunda? ¿Cuál ha sido en la historia el papel de las islas?
No sería de excesivo trabajo pasar las hojas del gran libro recogiendo lo que la cultura humana debe a las islas; a las islas del mar Egeo, allá en los días luminosos de Grecia; a las islas de las Antillas, cuando el mundo por obra de un genial visionario se hizo redondo. A las islas ante la adoración por la libertad que fue el Romanticismo. Y seguir luego examinando ciertos países que, por especiales circunstancias históricas y geográficas, han sido islas en realidad: tal España. La isla, más que península ibérica. Y cómo en los momentos de crisis históricas las islas juegan de nuevo un papel; el de ser imán que atrae la imaginación hacia algo primario, no corrompido todavía, de la naturaleza humana.
Sí, todo esto podría verse en las islas en general, pero yo prefiero ahora acercarme nada más que a esa isla de Puerto Rico, porque ella me ha hecho sentir lo que es una vida insular, porque en la maravillosa islita he vivido con la impresión imborrable de estar viviendo la realidad de un sueño, de encontrar, por fin, algo presentido, con toda su fuerza y toda su pureza: la fuerza de la realidad junto con la pureza de lo soñado.