¿Alguien entiende la vida?
Cercas, Piglia y el enigma
Viernes 03 de marzo de 2017
"Por eso nos gustan las novelas con punto ciego, con un enigma irresoluble: porque reproducen como ningún otro artefacto humano la perplejidad en la que nos movemos": una lectura de El punto ciego de Javier Cercas (Random House).
Por Luciano Lamberti.
Leo una serie de conferencias del español Javier Cercas, autor que, según me dicen, estuvo de moda y ya no lo está, cosa de la que ni me enteré. De él leí Soldados de Salamina hace tiempo, y me gustó mucho, y cuando descubrí este librito no dudé en empezarlo. Hice bien. Cercas habla de literatura a partir de sus gustos y sus pasiones, es claro, es directo, no se anda con vueltas. Hay dos ideas que estructuran todo el libro, son complementarias y a la vez opuestas.
La primera es que la novela, después de su desarrollo, apogeo y “decadencia”, si es que podemos llamar de esa forma a todas las apuestas experimentales que la destrozaron (desde Joyce hasta Beckett, en medio de un largo etcétera) alcanzó en la edad contemporánea un momento de síntesis. O para decirlo de un modo más sencillo: Cervantes fundó la novela, Joyce la aniquiló volviéndola ruido y furia en el Finnegans Wake, en la actualidad lo único que les queda a los novelistas es volver a armar el género (astutamente, Cercas lo pone en términos de tesis, antítesis y síntesis que cualquier estudiante de primer año de casi cualquier carrera de casi cualquier universidad conoce), y para eso deben incluir en sus novelas materiales que hasta el momento habían quedado afuera: otros géneros, otras aproximaciones. Al no parecerse a una novela, al no acercarse siquiera a nuestro concepto de lo literario, la novela empieza a funcionar como tal. Ejemplos no faltan, y el enano del sentido común nos dio siempre, a través de la historia, excusas para considerar aquello que se salía de la norma como lo bueno, lo nuevo, lo que perduraría. El mismo Quijote fue, más allá del éxito popular, considerado en su época como “poco literario”, y la lista que sigue es conocida y no vale la pena repetirla, desde Shakespeare hasta Faulkner los acusados de “no escribir literatura” son legión y sonríen pacíficamente desde sus tumbas porque saben que estaban en lo cierto. La cosa, en el ensayo de Cercas, se pone peliaguda cuando empieza a citar sus propias novelas como prueba, al lado de todos esos Grandes Escritores Muertos, lo que, como mínimo, me incomoda. Pero no pienso describir esa incomodidad. Es como cuando un amigo escritor te cuenta su novela o su próximo cuento, vos lo ves arrancando al feto a medio nacer, ciego y sordo pero gritón, tenerlo un instante en el aire y después atacarlo a machetazos hasta que no queda más que la pulpa informe con la que se alimentan a los ciudadanos de la Matrix. Parecida a esa es mi incomodidad.
La segunda, y la más interesante, es la del punto ciego. Parece que en todo ojo hay un punto ciego, un punto en el que el ojo no puede ver. Cercas aprovecha esa metáfora para concluir que en toda novela, o por lo menos en toda novela que se precie de “artística”, también hay un punto ciego, una zona de la trama, de la motivación de los personajes, o sencillamente de la verdad revelada por la novela que no se cuenta, que se calla a la fuerza, que queda hundida bajo el agua, por usar una metáfora a la que Hemingway nos acostumbró. Cercas lo ve en algunos clásicos, o más bien en las preguntas que algunos clásicos dejan sin responder. ¿Estaba Don Quijote loco o se hacía? ¿Qué representa la ballena en Moby Dick? ¿De qué está acusado Joseph K. en El Proceso? Para Cercas, si cualquiera de estas preguntas tuviera una respuesta unívoca, clara y contundente, la novela se caería a pedazos. Las novelas parten de esas preguntas, esos puntos ciegos que no solo no pueden ser iluminados sino que sostienen, con su ambigüedad, la forma misma de la novela, que consiste más bien en una exploración, una aproximación circular, una búsqueda interminable de respuestas para aquello que no las tiene.
Algo similar dice Piglia, cuando habla del enigma como motor de toda narración genuina. En el vacío de sentido que significa el enigma, lo que no puede saberse, se mueve la narración. Piglia está leyendo las nouvelles de Onetti, y llega a la conclusión de que todas ellas están asentadas en ese vacío, ese punto ciego, ese enigma que nos intranquiliza y nos incomoda, la verdadera función de toda literatura. Es por eso que puede leerse toda narración como policial: hay un enigma, hay una búsqueda de descifrarlo, hay la imposibilidad de llegar hasta sus últimas consecuencias, porque ya sabemos muy bien que a las respuestas la dan la ciencia y los malos escritores, que muchas veces toman elementos de la realidad y los reproducen mecánicamente en sus historias, como si eso garantizara el ser “contemporáneos” (de esos, los más malos son los progresistas). En el fondo de la literatura hay enigma, hay preguntas, hay dudas. Es lo que pasa cuando se trabaja con símbolos, cuando algún elemento de una novela (pienso en El sapo escondido, de El mundo según Garp de John Irving) asciende a esa categoría. Un símbolo es aquello que no podemos explicar pero que no deja de suscitar explicaciones, discusiones de café, foros desquiciados, incluso verdaderas peleas.
¿Alguien entiende la vida? ¿No tenemos la sospecha, la esperanza más bien, de que la vida un poquito más que esto, de que haya, en forma subterránea siquiera, una trama que nos involucre, de que algo en nuestra vida tenga un puto sentido? Por eso nos gustan las novelas con punto ciego, con un enigma irresoluble: porque reproducen como ningún otro artefacto humano la perplejidad en la que nos movemos por estas calles calcinadas y estas habitaciones de hotel viejo, llenas de objetos olvidados que no terminamos de comprender.