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La raíz del espejismo

Alrededor de Agnès, texto mítico de la literatura francesa, de Catherine Pozzi (Periférica).

Por Valeria Tentoni.

En vida, Catherine Pozzi (1882-1934, París) sólo publicó seis poemas, la nouvelle autobiográfica Agnès –editada por Periférica, con traducción de Manuel Arranz– y un ensayo, “Peau d'Âme”, que iba a formar parte de un proyecto más ambicioso, “De libertate”, el cual no logró completar.

Agnès salió en 1927 en la revista literaria comandada, entre otros, por André Gide –quien tenía en alta estima su poesía y más tarde le publicaría en esas páginas además alguna pieza lírica–, la Nouvelle Revue Française. Esa publicación originaria del texto fue hecha con seudónimo: “C.K.”, iniciales la primera por su nombre y la segunda por Karin, según se indica en la nota introductoria de la edición que comentamos, desde que así la llamaban en la intimidad. Ahí se dice también que la obra está inspirada en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de su amigo Rainer Maria Rilke, e influenciada en mayor medida por el vínculo que la escritora tuvo con Paul Valéry, al que conoció unos siete años antes en una cena en casa de la baronesa de Brimont. “Una pasión que devino en decepción y dolor: Pozzi repudió en Valéry sus deseos de celebridad, su cinismo, el que no abandonara a su propia familia (era esposo y padre) por ella”, leemos.

Ante esas iniciales extrañas, en la ciudad de la luz (y de los enceguecidos) no tardaron en atribuirle la obra al autor de El cementerio marino. Pozzi quizás nunca la hubiese publicado si no fuera porque, después de compartir un boceto con su amante, ante el que recibió un aliento lacónico, él le leyó meses más tarde un relato que se le parecía bastante. “Cualquier obra que publique yo siempre será él [el autor], ya que se piensa que trabajábamos juntos y no se suele atribuir a la influencia de la luna, en general, el brillo del sol. Agnès soy yo, completamente yo”, estampa en su diario, abatida.

Pero Pozzi, al parecer, no necesitaba (aunque naturalmente haya habido efecto de ese vínculo en su literatura) a ningún Valéry para escribir como escribía. La describen como a una mujer inteligentísima, curiosa y una lectora desaforada. Por influjo, probablemente, de la personalidad de su padre: Samuel Pozzi era todo un personaje en sí. Pionero de la ginecología francesa y cirujano militar, también estaba interesado en la neurología y la antropología. Tradujo a Darwin, era amigo de Marcel Proust y su hermano Robert, entre otros notables de la época, y se dice que inspiró uno de los personajes de En busca del tiempo perdido. Amante de las antigüedades, coleccionaba monedas y estatuillas, y el pintor John Singer Sargent lo retrató en su casa con una bata colorada que parece el lengüetazo de una vaca sagrada.

Al “Doctor Dios”, como lo llamaba una de sus muchas amantes, lo mató con cuatro tiros en el estómago un paciente al que le había tenido que amputar la pierna. El hombre había quedado impotente como consecuencia de esa operación, y le reclamaba sin respuesta favorable una nueva intervención. Después de asesinarlo, el paciente se suicidó.

Catherine compartía esa figura paternal y el universo de intelectuales parisinos que frecuentaban su casa con dos hermanos, su madre y la madre de su madre, que también vivía con ellos para desesperación de su yerno. Desde chica, la escritora descolocaba a cualquier interlocutor por la lucidez y la elegancia de sus pensamientos. “¡Talento! Todas las personas que conozco tienen talento. Eso no quiere decir nada”, leemos en Agnès.

En cuanto a los poemas, en una entrada de su diario del mes de noviembre de 1934, apuntó: “He escrito ‘Vale’, ‘Ave’, ‘Maya’, ‘Nova’, ‘Scolopamine’, ‘Nyx’. Querría que se hiciese una plaqueta con ellos. No fue con más palabras que Safo ha atravesado el tiempo”. Los poemas se pueden leer traducidos y en idioma original aquí.

En cuanto a su correspondencia, Pozzi fue una profusa autora epistolar y, de hecho, el formato al que caen los párrafos de Agnés es el de la carta (son cartas al amado que una adivina le pronosticó, al que no le conoce siquiera el nombre). La que mantuvo con Valéry fue rescatada por Joseph Lawrence, según se sabe, del fuego, y recompuesta a partir su diario. Son casi mil los sobres que se mandaron durante ese período de relación. En cuanto a su diario, lo mantuvo desde los 10 años y no dejó de escribirlo hasta que se murió. En ese género, la impresionó la bravura del de la ucraniana Marie Bashkirtseff, que leyó a sus 19.

Podría decirse que Agnés narra las preparaciones de una mujer joven para la alquimia del amor. Es el racconto y mejoramiento de los materiales de que se dispone para salir a ese campo de batalla, al campo de la conversión. Amor a un hombre, amor a dios: da igual, ambos comportan un renunciamiento. Esta es la historia de una fundición; la de la vida anterior de una adolescente encerrada en su casa, con su familia, a las puertas de una vida futura que anhela. “Para un extraño tiempo harás de nuevo / Sólo un tesoro // De nuevo harás mi imagen y mi nombre / Con mil cuerpos robados por el día, / Viva unidad sin nombre y sin figura, / Centro del alma, raíz del espejismo” encontramos en el poema “Ave”.

Ícara, trabajosamente se enciende y sube, como un globo de helio, inflamada de amor. Se quema, claro. Todos nos quemamos. Todos nos destruimos en esa alquimia, parecida a la explosión intempestiva de un hongo en la superficie de la Tierra.

“Una solo llega a lo más alto de sí misma venciéndose a sí misma”, escribe. El amor es una formidable pudrición. Es la muerte de algo: lo que éramos antes de que ocurra. El personaje de Agnès se prepara para esos destrozos con la alegría metafísica, la tozudez y la inocencia que sólo puede ostentar quien todavía no ha sentido nunca el violento tajo del abandono en ese lienzo blanco y estúpido que algunos llaman corazón.

***

 

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