Discípulos ciegos hacia Emaús
Jueves 07 de abril de 2011
Emaús, la nueva novela de Alessandro Baricco.
Por PZ.
En el Evangelio según San Lucas se cuenta la historia de Emaús. La mañana del tercer día, el cuerpo de Jesús crucificado no está en el sepulcro. Entre los apóstoles y los seguidores reina la confusión. Ese mismo día, dos discípulos ("uno de ellos llamado Caifás", especifica Lucas) viajan a Emaús. En el camino discuten lo sucedido en el Calvario, cuando se les acerca un tercero y les pregunta de qué hablan. Pero cómo puede ser que no sepas lo que pasó en Jerusalem, le dicen. Los hombres le cuentan y el tercero escucha. Más tarde, cuando pretende irse, los otros dos le dicen que se ha hecho tarde y le proponen compartir la cena.
Baricco relata:
Durante la cena, el hombre parte el pan, con tranquilidad, con naturalidad. Entonces ellos dos se dan cuenta y reconocen en él al Mesías. El desaparece.
En la National Gallery de Londres hay un cuadro de Caravaggio con la escena de Emaús. Jesús domina el centro, la cara redondeada, los ojos cerrados. A su izquierda, un discípulo gesticula sobresaltado; a su derecha, el otro lo mira como hipnotizado, la manga del saco rota a la altura del codo. En el cuadro hay un tercer testigo, tal vez el dueño del lugar donde se han detenido a comer: él también mira a Jesús, pero se comprende que su interés no es el de los otros dos. Los ojos, sobre todo los ojos, definen el instante crucial: Jesús ha partido el pan y ellos están a punto de comprender a quién tienen delante. Caravaggio pintó a Jesús, pero uno casi percibe el momento en que comienza a desaparecer.
Al quedarse solos, los dos dicen: ¿Cómo hemos podido no darnos cuenta? Durante todo el tiempo que ha estado con nosotros, el Mesías estaba con nosotros, y nosotros no nos hemos dado cuenta.
*
Son cuatro amigos: el Santo, Luca, Bobby (tiene un hermano igualito a JFK) y el narrador. Tienen 16, 17 años: la edad en que el mundo se hace de verdades absolutas. Y son felices: son católicos, creen en el Dios de los Evangelios. Los cuatro amigos hacen tareas de caridad con los ancianos del hospital, tienen una banda que toca en la iglesia y aspiran a convertirse en un buen grupo de rock. Tienen 16, 17 años: la edad que se vive sobre la cuerda del equilibrista. Son vírgenes: son católicos. Pero el sexo es una inquietud que los domina.
Los cuatro están alucinados con Andre. En italiano, Andrea es un nombre de varón, pero ni siquiera eso respeta esta Andre. La chica los consume. Andre es bella, distante, no se le han conocido novios, nadie la llevó de la mano, nadie le ha dado un beso en público.
De manera que Andre no es de nadie ---pero nosotros sabemos que, al mismo tiempo, es de todos.
Andre es capaz de practicarle sexo oral a un compañero ocasional en un auto sin temor a ser descubierta pero tampoco sin someterse: lo hace porque le gusta. Se dice que ella quiso suicidarse en las aguas negras del río.
Los cuatro amigos ---cuatro: como los evangelios--- buscan acercarse a la santidad ---sobre todo El Santo que tal vez se haga cura---, intentan distinguir el bien del mal, vivir en la rectitud y la moral. Pero Andre ---cuya raíz en griego, idioma que Baricco siente tan próximo, significa hombre--- les supone una pregunta que no pueden responder.
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El recurso de un relato llevado por un muchacho se asienta en una "tradición italiana" que tiene como exponentes a Niccolò Ammaniti, Aldo Neve y tantos otros, pero el ambiente religioso le corre el piso al optimismo y a la poesía.
Emaús no quedará en la memoria como Océano mar o Seda. No hay imágenes tan potentes como la del hombre que pinta una tela con agua de mar. No hay imágenes tan sensuales como la de una joven que toma el té desde el punto exacto donde antes había tomado otro hombre. Pero es una buena novela.
A diferencia de la edición de Anagrama, la publicación italiana viene con la contratapa en blanco. La clave está en la respuesta ausente a la pregunta que se hacen los discípulos cuando desaparece Jesús. La misma que se hacen los cuatro amigos:
¿Cómo hemos podido no saber, durante tanto tiempo, nada de lo que era, y a pesar de todo, sentarnos a la mesa de todas las cosas y personas que íbamos encontrando a lo largo del camino? Corazones pequeños ---los alimentamos con grandes ilusiones y al final del proceso caminamos igual que discípulos hacia Emaús, ciegos, al lado de amigos y amores que no reconocemos ---fiándonos de un Dios que ya no sabe nada sobre sí mismo. Por eso conocemos la marcha de las cosas y luego recibimos el final de las mismas, pero siempre ausentes de corazón, Somos aurora y, no obstante, epílogo --perenne descubrimiento tardío.