"Kincaid es una ambiciosa obrera de lo sensual"
Del orgullo en la novela
Lunes 25 de abril de 2011
Sobre Autobiografía de mi madre (Capital Intelectual, 2009), de la caribeña Jamaica Kincaid. Por Carmen M. Cáceres.
Por Carmen M. Cáceres.
Si la sensualidad es la proyección, la apertura de los sentidos, Kincaid es una ambiciosa obrera de lo sensual. Escribe con el olfato, con el gusto y con el tacto, relegando la vista y la audición al lugar de las capacidades vulgares. Hay algo felino en el egoísmo de la protagonista de Autobiografía de mi madre, en el mundo que construye a partir de la propia percepción: El olor que tenía en mis axilas y entre las piernas cambió y ese cambio me gustó. En esos lugares el olor se hizo ocre, penetrante, como si estuviera algo en proceso de fermentación, fermentando lentamente, en privado. Y lo privado, en esta novela, constituye el único universo posible. No es el cuerpo lo que hace deseable a un hombre. Es la anticipación de lo que ese cuerpo te hará sentir.
I.
Autobriografía de mi madre no es una autobiografía sino una novela, y la novela no se trata de la madre sino de la hija. Cuando Xuela nace su madre muere y en este punto empieza la narración: Xuela tiene memoria desde el primer año de vida y los recuerdos suenan tan naturales que uno casi olvida que esa niña aún no tiene dientes. Uno le cree cuando dice No hablé hasta cumplir los cuatro años. Yo sabía que podía hablar, pero no quería hacerlo, porque la voz que nos cuenta la historia es tan sólida y fluida como la voz de Jonny Cash en esta versión de Solitary man: es la voluntad lo que rige la escritura, escritura que sin dudas no está al servicio de la condescendencia. La protagonista de Kincaid elige ser un personaje solitario y esta es una condición que jamás pesa, aunque por momentos la violenta: A veces la crueldad es lo único que se ofrece con franqueza.
II.
Elaine Cynthia Potter Richardson (1949) es el nombre real de la autora. Creció en un lugar que sólo forma parte del mapa cuando las agencias de turismo venden cruceros: nació en la diminuta isla caribeña de Antigua y allí vivió, en la pobreza, hasta cumplir los 17 años, cuando partió a Nueva York para trabajar como niñera, luego como asistente de un fotógrafo, luego como crítica musical y, finalmente, como entrevistadora para The New Yorker.
Un amigo que entiende de estas cosas me dijo que un escritor tiene derecho a reescribir su nombre. Harta cantidad de ejemplos en este sentido. Eso hizo también Elaine, que decidió llamarse Jamaica Kincaid como si el nombre fuese sólo uno de los andamios de la identidad. Escribe en inglés a pesar de haber hablado el patois francés, una versión corrompida del idioma propia de la isla, que formó parte de las colonias españolas y francesas hasta que los ingleses la tomaron y la llenaron de católicos irlandeses. Con el tiempo Kincaid publicó varias novelas y cuentos, alcanzó el reconocimiento y hoy enseña literatura creativa en la Universidad de Harvard. Las fotos de Jamaica Kincaid en las solapas de sus libros muestran a una negra con gesto apacible, pero su mirada me empequeñece. Parece dejar en claro que le importa tres carajos lo que vaya a pensar de su obra. Nada de amor: era capaz de vivir en un lugar así. Conocía esa atmósfera demasiado bien. El amor me habría derrotado, el amor siempre me derrotaría.
III.
Al comienzo de la novela Xuela dice No estaba asustada porque mi madre ya había muerto y eso es lo único de lo que un niño tiene realmente miedo. Para imaginar a su madre ella sólo tiene el borde de un sueño. En ese sueño ve los talones y la orla del vestido de la madre bajando una escalera. Pero si esta orfandad suena a culebrón mexicano, es importante aclarar que no hay dramatismo en la novela. La ausencia de la madre abre un vacío que se vuelve espacio disponible para la escritura. Xuela decide escribir su propia vida como una manera de contar al menos una parte de lo que sería la biografía de esa mujer que jamás conoció. Este relato de mi vida ha sido el relato de la vida de mi madre… y aún más, es el relato de la vida de los hijos que no tuve, así como es también su relato acerca de mí.
El resto, es decir: los hechos, son pura anécdota. El padre deja a Xuela al cuidado de una lavandera y durante años la ve sólo cuando lleva su ropa y cuando la retira. No amaba a mi padre y llegué a amar el hecho de no amar a mi padre. Cuando el padre se vuelve a casar, Xuela es invitada al nuevo hogar aunque rápidamente entiende que nunca podrá formar parte de esa familia. Tanto su madrastra como la hija que mi padre había tenido con su esposa que no era mi madre serán extranjeras para ella. Y es que todos son extranjeros en el mundo de Xuela, también sus amantes y su marido.
IV.
¿Qué posibilidad tiene el amor, entonces, en este libro? El único amor real, el amor que se ensancha y recién ahí se vuelca a los demás - parece decir Kincaid- es el amor por uno mismo. Cualquier cosa de mi persona que resultara desagradable, cualquier cosa que fuera innata en mí, cualquier cosa que no pudiera evitar y formara parte de mi naturaleza, yo la adoraba con un fervor casi devoto.
Jamaica Kincaid no hace literatura cuando escribe. Jamaica Kincaid construye un registro de la voluntad. Y el amor a uno mismo, el orgullo, se materializa en la honestidad cruda de los pensamientos y en las esquinas del cuerpo, en la memoria de los sentidos.
V.
Desear lo que nunca tendrás, y darte cuenta demasiado tarde de que nunca lo tendrás, equivale a una vida aplastada por la melancolía. Marqué esta frase con un asterisco y dos llamadas al margen. A veces no me gustan los libros porque se vuelven receptores de lo que somos cuando los leemos. Me pasa ver una tapa y no recordar de qué va la novela pero sí la época en que la leí, el lugar donde la compré o la persona que estaba a mi lado diciéndome que me esperaba afuera mientras yo hacía la fila para pagarla. Lo que buscaba en un libro y no encontré, o lo que no esperaba y me dio, es también un efecto de lectura que se acomoda entre el título y el nombre del autor. Después la vida sigue, el humor se diluye, se ordena y se vuelve a desordenar en las semanas. Hasta que dos meses o dos años más tarde saco de mi biblioteca, por ejemplo, Autobiografía de mi madre, y sé que cuando la leí yo era otra persona, todavía creía que los libros eran una compañía. Después de Kincaid descubrí que no es así, que un libro te puede hacer sentir más solo, incluso orgullosamente solo. Y esto fue un pequeño hallazgo. No hay compañía en la literatura, lo que hay son distintos modos de pensar la soledad.