Escribir para grandes, escribir para chicos
Garland y Olguin hablan de LIJ
Martes 19 de abril de 2016
Desgrabación: Miranda Correa.
Son dos “outsiders” que llegaron a la literatura infantil y juvenil por afuera de los caminos habituales. Pero esa condición no les impidió el reconocimiento entre sus colegas y lectores. Sergio Olguin, por ejemplo, además de obtener el premio Tusquets por su “novela para adultos” Oscura monótona sangre, llegó a la Jugendbibliothek de Múnich, la biblioteca más importante del mundo en materia de literatura infantil y juvenil, con Cómo cocinar un plato volador. Inés Garland obtuvo, también el Alemania, el premio Deutscher Jugendliteraturpreis, por Piedra, papel o tijera. Ambos participaron del encuentro “Escribir para grandes, escribir para chicos”, que, con la moderación de Patricio Zunini, se realizó el martes pasado en el marco del ciclo de Literatura Infantil y Juvenil que se está desarrollando en la librería. Esta es la transcripción de la charla.
¿Los cuentos y novelas para niños o adolescentes nacen para niños o son historias para adultos que se les “deforman”? ¿Cómo relacionan esos dos públicos?
Inés Garland: Piedra, papel o tijera la escribí para adultos. Nunca pensé que era para jóvenes. Julia Saltzmann, que fue mi editora con Rey de los Centauros y Una reina perfecta, la leyó y me dijo “Esta novela le gustaría mucho a María Fernanda Maquieira”, que era la editora de juvenil de Alfaguara. Así salió para jóvenes. Siempre me sorprende eso. Quiero decir, me sigue pareciendo que no es una novela que ubicaría para jóvenes. Hace poco fui a un colegio de chicos de doce, trece años que lo estaban leyendo, y me da impresión que la lean. Me parece que son muy chiquitos. Pero la profesora dijo que la habían leído en clase, no dejaba que se la llevaran a casa para que preguntaran todo lo que necesitaban preguntar en el aula. Hay un capítulo donde las chicas espían a una pareja que está haciendo el amor y él en un momento le dice “Puta” a la mujer, que llora; ellas la ven. Y uno de los chiquitos levanto la mano y me dijo “¿Pero a las mujeres les gusta que les digan puta?” [Risas] “Bueno, hay maneras y maneras, hay contextos y contextos”. La maestra me dijo “Es un libro que trata la sexualidad de una manera que para ellos es muy importante. Pero bueno, yo la escribí para adultos. Otras son claramente para niños. Pero lo que aparece es un relato y yo tengo que ser leal al relato: si es para adultos o para niños, es algo que descubro cuando voy sabiendo lo que estoy contando.
Cuando Julia Saltzmann te dijo que le gustaría a Maquieira, ¿te interesó?
Inés Garland: Me sorprendió. Yo tenía y tengo mucha confianza en Julia como lectora, y la verdad que soy un poquito de la estratósfera, no estaba muy avivada de toda esta movida de la literatura infantil y juvenil. No me pareció ni bien ni mal: fui a ver qué me decían, soy un poquito así, no tengo muchos planes en la vida, ni con respecto a mis libros ni a lo que escribo. Me encantó; los jóvenes como lectores fueron un descubrimiento maravilloso. Y ahora sí me propongo, cuando aparece un tema, escribir para jóvenes.
Sergio, en una entrevista en Télam decías que habías escrito Cómo cocinar un plato volador para contarle una historia a tus hijos.
Sergio Olguin: Sí, mis hijos eran muy vagos para leer; lo siguen siendo. Y lo que yo escribo no les interesa. Pero además nada de lo que había escrito lo podían leer, porque eran muy chicos en ese momento, tenían ocho, diez años. Y yo quería escribir un libro para ellos. Así fue como empecé Cómo cocinar un plato volador que está escrito y pensado para un público de chicos de diez, once años. Tuvo varias idas y vueltas esa novela, porque a mi editor en Norma, que es Antonio Santa Ana, un tipo brillante como editor de literatura infantil y juvenil, le parecía que había un problema entre lo que se contaba y cómo se contaba. Había partes que eran para chicos de nueve años y partes que eran para chicos de doce. Esas cosas las tienen muy claras los editores y uno a veces no entiende muy bien. Entonces me dije que, si él no la quería, la iba a llevar a otra editorial para demostrarle que estaba equivocado. La llevé a SM y Laura Leibiker me dijo exactamente lo mismo. Así que pasó bastante tiempo hasta que la publiqué. Hubo un cambio de editores en Norma y la trabajamos con Natalia Méndez, le subimos un poquito el nivel del chico, que era muy infantil al comienzo, y la volvimos un poco más preadolescente.
Inés Garland: ¿Al protagonista?
Sergio Olguin: Sí, sí. Porque nos quedaba medio infantil en la primera versión. Esta sí estuvo pensada originalmente para un público infantil. Con El equipo de los sueños, que es una novela pensada para un público juvenil, me pasó algo parecido a lo que cuenta Inés. En Alemania salió en una colección de novelas policiales. Me parece que eso tiene que ver también con un fenómeno que se da acá con la literatura juvenil, y es que hay editores muy buenos que permiten correr los límites de lo que uno piensa al principio que es la literatura infantil y juvenil. Entonces, por ejemplo, una de las cosas de Cómo cocinar un plato volador es que tenía muchas referencias a la música de los 70 y 80, algo que un chico de ahora no entiende. Pero Natalia me dijo “¿Cuál es el problema? Que averigüen.” Una amiga me contó que le dieron el libro a su hijo en la escuela y que los chicos se habían puesto a escuchar Queen a partir de la novela. Los editores acá se animan a mucho, en realidad. Maquieira, Violeta Noetinger, Natalia Méndez, Antonio Santa Ana: son editores que le permiten mucho a los autores. El equipo de los sueños tiene unas cinco páginas que son la lista de adolescentes asesinados por la policía bonaerense desde el comienzo de la democracia: el nombre del chico, en qué circunstancias fue asesinado, en qué barrio fue asesinado. Es un listado larguísimo que ya para una novela de adultos era bastante insoportable y sin embargo me lo permitieron.
Entre la lectura de un adolescente y un adulto hay un límite muy borroso. ¿Cómo se manejan con la idea del adolescente? ¿Cómo es el modelo de adolescente en que piensan?
Inés Garland: La que tengo adentro. Y bastante afuera también. A pesar de que todo el mundo te dice que los jóvenes cambiaron, que son muy distintos, yo los veo muy parecidos a cuando yo era joven. Por ejemplo, están obligados a tener una actitud de que se las saben todas —porque reciben una cantidad de información infinita de cosas que yo no recibía—, pero tienen los mismos miedos, las mismas dudas, la misma incertidumbre. Yo pretendería que una novela mía para jóvenes, también le interese a un adulto. Por ejemplo, Los ojos de la noche es para jóvenes porque los protagonistas tienen diecisiete, dieciocho años. Pero la historia es bastante oscura, tiene que ver con el maltrato en las relaciones amorosas. Nunca pienso los libros para jóvenes con condescendencia. Al contrario. Me acuerdo de las cosas que leía cuando era adolescente: leía Las mellizas de Santa Clara, que era para chicas adolescentes, pero también leía la colección de Grandes Novelistas, y también Las mil y una noches. La literatura es la literatura. James y el melocotón gigante lo leí de chica, lo volví a leer de adolescente, y lo vuelvo a leer ahora. Pennac es otro que me gusta muchísimo. No veo la división tan tajante. Y cuando hablo con un adolescente o con una persona adulta, no encuentro grandes diferencias. Los temas que me interesan son del universo emocional de las personas, y eso no es tan distinto. Quizás en algo para más jóvenes dejaría afuera una perversión muy alta, pero en Los ojos de la noche hay un grado de perversión. Los jóvenes tienen contacto con eso.
En Cómo cocinar un plato volador se trabaja con el divorcio, en Boris y las mascotas mutantes está la muerte de la mamá y un chico que no puede generar relaciones muy fuertes porque el padre vive cambiando de país por el trabajo. En Piedra, papel o tijera la dictadura aparece como telón de fondo. Son temas que en la literatura infantil no estaban tan presentes. ¿De qué forma buscan meter estas ideas?
Sergio Olguin: Bueno, yo creo que justamente, si no hubiera estos editores…
Inés Garland: … osados…
Sergio Olguin: Yo haría esas novelas para un público adulto. Trataría los mismos temas de manera adulta. Las novelas juveniles es un género que me gusta mucho escribir. Si bien tengo solo dos, tengo siempre la expectativa de escribir una novela juvenil. La voy postergando, pero es un género que me gusta. La literatura para adultos te permite ser cínico, la literatura juvenil no, ¿no? Incluso puede ser medio moralista la literatura juvenil, en el sentido de…
Inés Garland: Sin bajar línea.
Sergio Olguin: O bajando, pero de otro tipo. En El equipo de los sueños está muy claro que la policía bonaerense son los malos. En una novela para adultos eso quedaría un poco más ambiguo, probablemente.
Pero en Boris, que es una novela para chicos, los policías son los buenos.
Sergio Olguin: Sí, pero llegan al final. Es una excepción a la regla. Salvo el tema del sexo, que no me animé mucho a meterme en la literatura juvenil, todos los demás temas no tienen límites en la literatura juvenil. Podés hablar de todo. Si alguien leyó un libro mío de adultos, sabe que justamente suelo trabajar con descripciones muy explicitas, algo que en literatura juvenil no puedo hacer. Aun así, en Springfield aparece sutilmente una actriz porno. Aparece con los chicos protagonistas, los lleva a un bar: una situación medio ambigua, que, si no tenés los códigos para decodificar lo que está pasando, no te das cuenta, pensás que es una chica que está llevando a los chicos a un bar con la posibilidad de trabajar en una película. En la literatura juvenil podés hablar de política, de amor, de la muerte, podés poner enfermedades, padres alcohólicos, lo que sea. Hay un fenómeno internacional que tiene que ver la existencia de literatura juvenil, porque antes no existía. Yo pasé de Julio Verne a Henry Miller.
Inés Garland: Pasabas directamente de niño a adulto, tal cual.
Sergio Olguin: De alguna manera, hay una capacidad de comprensión en los chicos que permite que puedas hacer ese salto entre la literatura infantil y adultos.
Está bueno porque las respuestas que están dando tiene que ver con tratar de definir algo que no tiene frontera.
Inés Garland: Yo ni siquiera puedo decir que pongo cuidado en no tratar ciertas cosas. Yo quiero contar una historia, me mando y la cuento: después me dirán. Con Los ojos de la noche, incluso, María Fernanda Maquieira y Lucía Aguirre, que son las editoras de Loqueleo, me hicieron descartar un final medio policial. Ellas me dijeron que les parecía que toda la primera parte de la novela tenía un planteo emocional muy profundo, una pregunta que se hace la protagonista sobre qué es el amor y por qué alguien se quedaría con alguien que lo maltrata y que yo no me había metido a fondo en eso y lo resolvía por el lado policial. La gente se imagina que las editoras te hacen alivianar para que le sea fácil a los chicos y ahí estaban ellas que me decían que profundizara, que me jugara por ese camino que hace tu protagonista. Reescribí treinta páginas de la novela; la parte policial me había llevado puesta. Cuando terminé dije “Era así, no era como la primera versión”. Yo les agradezco a María Fernanda y a Lucía. Creo que en eso son jugadísimas. Eso es literatura: eso es ver que una historia no llega a su profundidad máxima, da lo mismo si es para niños, para jóvenes o para adultos. Una historia tiene que llegar a su máxima profundidad.
¿Esa falta era una autocensura o era…?
Inés Garland: Como no tengo planes previos, a veces me lleva puesta la historia. Me entretuve con la parte más superficial. Y la historia de la chica tenía cuestionamientos con respecto al amor, hasta donde abrirse, qué es el miedo. Eran preguntas mucho más reflexivas. Lo otro era como subirse a un auto y poner a fondo el acelerador, pero no estaba planteado lo que yo planteaba de fondo en el principio de la novela. Son elecciones distintas, no es que estuviera mal, pero era más superficial.
Sergio Olguin: El buen editor es el que te obliga a hacer aquello que sabes que tenés que hacer, pero por alguna razón no lo hiciste. Si te conoce, sabe lo que podrías haber dado para ese libro. Porque no es el libro que hubiera escrito el editor, es el que uno debería escribir.
¿Vos como editor hacías ese trabajo?
Sergio Olguin: Yo solo hice edición de no ficción, que es mucho más fácil. La no ficción está limitada por la realidad. Nunca edité ficción, salvo con algunos amigos para darles una mano. Nunca de manera profesional. La no ficción tiene otras reglas, que son mucho más cómodas esas reglas, que provienen del periodismo. Más allá de la calidad literaria de la gente que yo editaba, como Leila Guerriero, Roberto Herrscher, etc.
Son autores que exceden a la figura del cronista.
Sergio Olguin: Sí, claro, tienen un estilo literario. En general lo que hacés en esos casos es dejar fluir el estilo que ya tienen, y trabajar desde la concepción del periodista: que haya información, que haya datos, que esté bien organizada la información, que estén bien puestas las fuentes. Es un trabajo de periodista con el que me siento cómodo. La ficción me resulta más difícil.
Algo que encontré en sus libros es que los personajes son siempre chicos o tienen la edad más o menos del público al que apunta el libro, y narran en primera persona. ¿Qué les da esa ventaja? ¿Por qué pasa eso?
Sergio Olguin: Las juveniles e infantiles decís. En mi caso es una búsqueda. Me parece que es una tara mía y pongo protagonistas que, más o menos, se acerquen a ese público.
Lo que pasa es que, de chico, vos decías que leías a Salgari, yo también. Y había piratas adultos.
Sergio Olguin: Sí, pero ahí hay una cuestión de narcisismo por parte de las nuevas generaciones, que llegan a identificarse con el protagonista. No me permito la primera persona en la literatura para adultos. No me gusta que aparezca, me parece que estoy imitando una voz. Salvo algunos capítulos de infancia en Lanús, el resto de mis novelas siempre está en tercera persona. En cambio, las novelas juveniles, como bien vos decís, son todas en primera persona. Me gusta encontrar esa voz adolescente, que por ahí es mi propia voz perdida, que aparecía justamente en mi primera novela y después, por cuestiones de estilo, de poética, o como quieras denominarlo, la fui borrando en mi literatura de adultos. Entonces cada vez que tengo el desafío de escribir algo para chicos, me gusta probar esa primera persona. Igual, casualmente, ahora estoy terminando de escribir un cuento para chicos en tercera persona. Me resulta muy raro como experiencia, me resulta medio incomodo incluso.
Inés Garland: ¿Pero es una tercera tercerísima?
Sergio Olguin: No, es una tercera que sigue al personaje, pero el protagonista es José de San Martín. [Risas] Me siento un actor de segunda clase poniendo voz de San Martín. Decidí usar una tercera, una voz así medio de crónica, muy neutra.
En aquella entrevista que te mencioné, habías dicho que ibas a volver a escribir para chicos cuando tuvieras nietos.
Sergio Olguin: Mentí. [Risas] Pero Boris… la escribí a pedido. Querían armar una colección en Edelvives para América latina, y había que inventar un personaje que pudiera ser retomado por autores de otros países. Entonces, el mismo personaje tendía que estar en la novela de un colombiano, la novela de un mexicano. El proyecto era de un editor inglés. Me pidieron que inventara la base de esta historia, que más allá de la novela armara el punto de partida para que después lo retomaran. Y se me ocurrió un personaje, un chico inglés hijo de una española —que murió— que tiene una especie de superpoder que, cuando llega a un país, inmediatamente empieza a hablar como la gente de ese país. Eso facilitaba el trabajo de los siguientes autores. La novela termina con el chico que se toma un avión hacia México. El autor mexicano podía retomar la historia y hacerle hablar en mexicano en primera persona.
Inés Garland: Mira que inteligente.
Inés, retomo la pregunta de la primera persona.
Inés Garland: Me gusta mucho escribir en primera persona. Ahora estoy experimentando con una tercera que empieza más omnisciente, que se puede meter en diferentes personajes, pero en general me gusta la primera. Pero, como dije antes, aparece algo que quiero contar y un día aparece la voz y ahí empiezo a escribir. Si la voz aparece en primera, voy a la primera. Confió muchísimo en esa parte mía que escribe, que es más inconsciente diría. Una vez que aparece la voz, no la cuestiono. Tengo muy clara la teoría de por qué conviene una primera, una tercera, una omnisciente, además doy talleres, la tengo clarísima. Pero no siempre elijo la voz con la que cuento. La historia manda con qué voz se cuenta.
Antes de empezar la charla, les dije a Sergio y a Inés que me parecían outsiders dentro del mundo de la literatura infantil y juvenil, y que, un poco los convocamos a esta charla por ese interés, porque aportan otro perfil. Pero creo que lo que más demuestra esa idea de margen, de extranjería, es que casi no mencionaron a la escuela. En todas las veces anteriores, la “institución escolar” aparecía desde la primera respuesta. Aun cuando no era convocada, la escuela aparecía en la primera respuesta. Acá solo apareció tangencialmente. ¿Piensan en la escuela como un lugar a donde pueden leerlos? ¿Están pendientes de la escuela?
Inés Garland: Fui a muchas escuelas. Acá, en el interior, en Chile, en Alemania. Vi chicos alemanes que se conmovían con las mismas cosas de Piedra, papel o tijera que se conmueven los chicos de acá. Es un gran tema la escuela. La promoción de la lectura es mostrar la pasión y un maestro súper preparado, si no tiene pasión no lo va a conseguir. La promoción de la lectura es la promoción de la pasión por la literatura, y eso es algo que es bueno preguntarse.
Sergio Olguin: Yo no escribí ninguna novela pensando que iban a ser leídas en las escuelas. Tal vez porque provenimos de un lugar que no tiene nada que ver con la literatura infantil y juvenil y no tenemos muy claro los códigos profesionales alrededor de eso. Escribí pensando en publicarla, que apareciera como cualquiera de mis otros libros. Con El equipo de los sueños se dio un fenómeno raro, y es que empezó a tener mucho éxito en las escuelas; de hecho, es mi novela más vendida, lejos. Tuvo una repercusión que no me esperaba. Ya hace como doce años que salió y todavía se sigue dando en las escuelas. Voy seguido a las escuelas, me encanta ir, voy con la mejor predisposición, siempre que me invitan voy. Y los chicos te tratan con mucho cariño. Entrás y es como si entrara Ricky Martin. Es muy gracioso, pero también es una manifestación de afecto que no es común entre el público adulto.
Inés Garland: Les daría vergüenza.
Sergio Olguin: Claro. Una vez me toco un chico que el padre era policía. Entonces tuve que dar toda una charla diciendo que hay policías buenos y policías malos. No sé, te plantean cosas así. En una escuela de General Villegas habían dado El equipo de los sueños para unos y La fragilidad de los cuerpos, que es para adultos, en cuarto o quinto año: la cantidad de cosas que me dijeron los pibes poniendo en duda las cosas que yo había escrito, era realmente muy movilizador. Además, que era aterrador porque te hacían preguntas que no habías pensado. Creo que es el contacto más puro que uno tiene con los lectores, más directo con ese público que leyó. Y pensá que a esos pibes los obligaron a leerlo, que es horrible esa situación. Tienen que leer obligatoriamente lo que vos escribiste, cuando lo que uno ha escrito lo piensa con relación al placer, al deseo.
¿Sienten que hay algo que no pueden y que no quieren tocar?
Inés Garland: Vos [a Olguin] creo que mencionaste el cinismo, que puede haber un personaje cínico, pero no que el relato en sí sea cínico. Me parece que eso. Si el relato me pidiera cinismo, me metería ahí y sería para adultos. La perversión es una cosa complicada, pero supongo que lo que hago es tratarla de una manera sutil. Y si hay un adulto que pueda contestar las preguntas, yo creo que los chicos pueden leer casi cualquier cosa.
Sergio Olguin: No siento que me tenga que poner límites a la hora de escribir, obviamente en la literatura infantil, uno se puede permitir todas las fantasías menos las sexuales, obviamente, porque no podés hacer una literatura juvenil o infantil en donde eso esté jugando como algo importante. Lo que trato —con esto del cinismo— es ser mucho más claro como autor que en la literatura de adultos. Es raro porque, en general, uno no se plantea la claridad como un objetivo, uno se pone otros valores. Pero en la literatura juvenil siento que tengo que ser especialmente honesto con ese lector. Hay un compromiso mayor con el que lo va a leer, algo que con los adultos no me preocupa.
Inés, Sergio, muchas gracias por la charla.
[Aplausos]
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