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Prólogos

"Traducir a Sharon Olds ha sido una de las experiencias más gozosas de mi vida literaria"

Por Inés Garland

"La trama de las traducciones abre muchas puertas impensadas", explica la autora de Con la espada de mi boca alrededor del proceso de traducción de La habitación sin barrer de la autora estadounidense, publicado por Gog & Magog.

Por Inés Garland.

 

Traduje una primera versión de “La habitación sin barrer” en el mes de una beca para la residencia de traductores Looren, en Suiza. Vivía en la casa con traductores de otras partes del mundo, un grupo de personas que se convirtieron en grandes amigos con quienes compartía almuerzos, comidas, conversaciones y paseos. En uno de esos almuerzos, mostré el libro que estaba traduciendo y Guilherme Gontijo Flores, poeta, músico, traductor y profesor de griego y de latín en la Universidad de Curitiba, reconoció el mosaico de la tapa del libro. Ese día escuché hablar, por primera vez, del estilo de mosaicos que se llama Asaraton, piso sin barrer, o asaratos oikos, habitación sin barrer. Las palabras son griegas, pero el género de los mosaicos es romano y los romanos los usaban para decorar el triclinium, el comedor. Restos de comida tirados en el piso, cada imagen está representada con el orden meticuloso del artista que pegó una por una las minúsculas teselas de colores: huesos de pescado, caracoles, cabezas de langostino, carozos de fruta, cáscaras de nuez y hasta algún ratón en medio de las sobras del festín. El mosaico de la tapa del libro es de Heraclitus y está en el museo del Vaticano. Pitágoras describe la tradición de dejar los restos de comida en el piso hasta el final de la fiesta como una manera de honrar a los espíritus de los muertos que se hubieran irritado si alguien barría antes de tiempo. Tal vez sea también un memento mori, para que no olvidemos que nosotros que disfrutamos del festín, también vamos a morir.

En el último poema del libro, Sharon Olds hace alusión a los restos de comida del mosaico y menciona al “riparógrafo” que los ordenó. La palabra rhyparographer no estaba en los diccionarios. No puedo reconstruir los vericuetos que exploré hasta dar con la riparografía como “la pintura de lo pequeño”, con Brueghel como un ejemplo de riparógrafo. La trama de las traducciones abre muchas puertas impensadas.

Otro poema con una historia que quiero compartir es “Pansy Glossary”. Cualquier traductor se ha enfrentado con un problema de traducción como ese. Es uno de esos poemas que despiertan, como primera reacción, el deseo de saltearlos. “Pansy Glossary” se traduce como “Glosario de pensamientos”, los pensamientos flores, no los pensamientos de la mente (primer problema). Las pansies, en inglés, tienen una ristra de sobrenombres con connotaciones sexuales. En español, en cambio, los pensamientos están asociados a la nostalgia, a extrañar a alguien, se le manda un ramo de pensamientos a alguien que echamos de menos. En inglés, son una fiesta. No conozco ninguna flor en español que tenga una cantidad igual de sobrenombres. Además esta tiene esas connotaciones porque se parece al órgano sexual femenino, y todo el poema habla de eso. Aun- que haya otra flor que tenga connotaciones sexuales, es improbable que se parezca a una pansy. Los pensamientos son flores fáciles, de jardín, una orquídea o una flor carnívora, que podrían servir para el tono sexual, no cumplen con los requisitos de estas flores que la madre de Sharon Olds cultivaba en su jardín. Fui con el problema a una reunión informal de traductores en la James Joyce Foundation en Zürich, una visita programada por nuestros anfitriones de la casa Looren. Cuando unos días antes había manifestado mi deseo de ir a la reunión a pesar de no hablar alemán, Ulrich Blumenach, uno de los organizadores, me dio la bienvenida y reenvió mi consulta a los participantes, así que el día del encuentro me senté a la mesa resignada a entender muy poco de la conversación. Éramos unas veinte personas, hombres y mujeres, de distintas edades y aspectos muy diferentes. Fritz Senn, el director de la James Joyce Foundation que hasta hacía unos momentos había estado encendido en una clase sobre el Ulises, estaba ahora sentado en la cabecera, muy callado, escuchando las idas y vueltas de la conversación.

Les hice unas preguntas muy elementales, lo sabía, pero quería escuchar las opiniones. ¿Traduzco los sobrenombres en inglés— Tickle-My-Fancy, Kiss her in the Buttery, Heartsease— aunque en español no existan, o hago una nota al pie? Varios me aconsejaron no traducirlo. Opción descartada. Todos coincidían en que no hiciera una nota al pie. Supongo que esto que hago ahora es un equivalente a una nota al pie. Algunos me dijeron que tratara de traducir los sobrenombres, un suizo que hablaba perfecto español (había te- nido una novia española con una madre profesora de español que se había ocupado de que el que podría haber sido su yerno hablara el idioma) me contó que en alemán, a los pansies–pensamientos se les llama pequeña suegra porque tienen cara de enojados; un alemán me contó que en varias lenguas pansy es una manera despectiva de llamar a los homosexuales. Y varios me dieron el consejo que final- mente seguí: en las traducciones hay que saber jugar. Y eso hice.

De cada poema podría escribir historias, pero elegí estas dos para compartirlas y que algo del mundo de la traducción apareciera en el libro.

Traducir a Sharon Olds ha sido una de las experiencias más gozosas de mi vida literaria. Mi escritura se vio profundamente afectada por ella, por su manera de mirar y sentir, por sus elecciones. Traducir es como visitar la casa del escritor que traducimos y abrirle los cajones y meterse entre su ropa, oler, tocar, tener entre manos la materia que usó. También es entrar en un estado anterior a la escritura, antes de las elecciones, el momento anterior a que fuera esa palabra y no otra, ese verso y no otro, esa cadencia y no otra. No hago este proceso de entrar al estado pre-verbal conscientemente, pero reconocí que lo hacía cuando John Berger lo describió en un ensayo sobre traducción. Es una selección lenta, a tientas, de una concentración absoluta y, a la vez, de una atención flotante. Las respuestas pueden venir de los lugares más inesperados. Ahí están las palabras en español de algo que entendí perfectamente en inglés pero todavía no traté de decir en mi lengua. En el proceso la lengua propia tironea como la ropa que me queda chica, las palabras parecen quedar demasiado apretadas o demasiado grandes, chingan, se ven torcidas o deslucidas. De pronto aparece la que puede ser, se acomoda, sí, la miro, la peso, sí, puede ser, es, el verso puede ser, el poema funciona. Y acaba de aparecer una luz que ilumina un rincón apagado de mi propia casa, de mi propia lengua, un rincón del mundo. Otro más que se suma a la experiencia de contarnos los unos a los otros quiénes somos y cómo es para nosotros este mundo al que vinimos a parar.

Quiero agradecerle a mi amiga Jimena Ríos por haber escuchado una y otra vez las versiones de estas traducciones, por haberme ayudado a darle vuelta a los versos más difíciles hasta encontrarles una respuesta posible, por entender y celebrar conmigo cada poema de este libro maravilloso.

 

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