El devorador de sueños
Por Lafcadio Hearn
Viernes 05 de abril de 2019
«En Lafcadio Hearn encontrarán un guía y un amigo incomparable las muchas personas a las que no les ha sido dado conocer Japón, las que recurren a las pinturas para saciar su callada y nostálgica curiosidad, y que sostienen en sus manos las preciosas delicadezas del arte japonés para construirse, sobre tan vacilante armazón de hechos, un sueño colorista del país lejano», escribió Stefan Zweig. Una de las piezas de Kotto (La Compañía Editores).
Por Lafcadio Hearn. Traducción de Mila del Guercio.
¡Mijika-yo ya!
Baku no yumé kū
¡Hima no nashi!
—¡Oh! ¡Cuán breve es esta noche que hemos compartido!
¡El Baku no tendrá tiempo siquiera de engullir nuestros sueños!
Antigua canción de amor japonesa
Su nombre es Baku, o Shirokinakatsukami, y la función particular que desempeña es la ingesta de sueños. Ha sido descrito y representado de diversas maneras. Un polvoriento libro que guardo en mi poder afirma que el macho posee el cuerpo de un caballo, el semblante de un león, el tronco y los colmillos de un elefante, la frente de un rinoceronte, la cola de una vaca y las garras de un tigre. Asimismo, agrega que la hembra difiere enormemente de su par, pero dicha distinción no se expone claramente.
En la época de la milenaria cultura china, se acostumbraba a colgar pinturas del Baku en las viviendas japonesas, ya que aquellas, se suponía, ejercían el mismo poder benéfico que la criatura misma. Respecto a esta tradición, mi libro contiene también una leyenda.
Se cuenta en el Shōsei-Roku que, mientras Kotei cazaba por la costa occidental, tropezó en una ocasión con un Baku, cuyo cuerpo era el de un animal, pero su voz como la del hombre. Fue entonces cuando Kotei se preguntó: «Habiendo en el mundo tanta paz y tanta tranquilidad, ¿por qué los trasgos son todavía visibles para los humanos? Si se precisa aún del Baku para el exterminio de los espíritus malignos, es preferible que se coloque una imagen suspendida en la pared de cada hogar. En lo sucesivo, en el momento en que la anomalía diabólica se manifieste, no tendrá la posibilidad de infligir ningún daño».
Se proporciona luego una larga lista de anomalías y los signos que indican su presencia:
Cuando la gallina empolla un huevo blando, el nombre del demonio es TAIFU.
Si las serpientes aparecen entrelazadas las unas a las otras, el nombre del demonio es JINZU.
Cuando los perros andan con las orejas retraídas, el nombre del demonio es TAIYŌ. Si al hablar el zorro tiene la voz de un hombre, el nombre del demonio es GWAISHŪ.
Cuando la sangre impregna las ropas de los hombres, el nombre del demonio es YŪKI.
Si la arrocera habla como si fuera humana, el nombre del demonio es KANJŌ.
Cuando el sueño de la noche es diabólico, el nombre del demonio es RINGETSU…
A continuación, en el viejo libro se observa: «Siempre que ocurra la aparición de las mencionadas anomalías diabólicas, el nombre del Baku deberá ser invocado. Inmediatamente el espíritu maligno buscará enterrarse un metro por debajo de la superficie».
No obstante, no siento que esté calificado para debatir sobre dicho tema. Las anomalías pertenecen al poco explorado y espeluznante universo de la demonología china, que guarda una escasa relación con la temática del Baku japonés. A este último se lo conoce exclusivamente como un ser que se alimenta de sueños. El rasgo más notable vinculado con el culto del Baku es que el ideograma chino que representa su nombre se trazaba en oro sobre las almohadas de madera barnizadas de los príncipes y nobles. Se creía que la virtud y el poder atribuidos a este ideograma ayudaban a proteger al durmiente de sueños aciagos. Hoy en día, no es sencillo dar con dicha almohada: incluso las imágenes del Baku (o «Hakutaku», como a veces se lo llama) se han convertido en una rareza. Pero, en la jerga popular, la vieja invocación al Baku aún sobrevive: ¡Baku kuraë! ¡Baku kuraë! ¡Devora, oh Baku! ¡Devora este sueño fortuito! Al salir de una pesadilla o de un sueño de mal agüero, la persona debe rápidamente repetir la frase tres veces. Atendiendo a su llamado, el Baku engullirá su sueño, transformando el temor y la desgracia en felicidad y buena suerte.
Vi al Baku por última vez durante el Período de Mayor Calor, en una noche sofocante. Acababa de despertar en la Hora del Buey, sofocado por un sentimiento de angustia, cuando entró por la ventana y me dijo:
—¿Tienes algo que pueda comer?
Con gratitud, le contesté:
—¡Ciertamente que sí!… Escucha, buen Baku, el relato de mi sueño
»Me hallaba de pie en una imponente recámara de paredes níveas, donde ardía el fuego de las lámparas. Sin embargo, no proyectaba mi sombra sobre el suelo desnudo. Allí, sobre una cama de hierro, posé mi mirada sobre mi cuerpo inerte. Las circunstancias y el momento en que había fallecido eran algo que podía recordar. Había algunas mujeres, seis o siete, sentadas en torno al lecho, pero ninguna de ellas me era conocida. No eran ni muy jóvenes ni muy viejas, y todas vestían de negro. Asumí que estaban allí para vigilarme. Se sentaban en silencio e inmóviles. Ni un solo sonido se escuchaba en el sitio, y, por algún motivo, tuve la sensación de que era tarde.
»En ese momento, tomé conciencia de que algo que no podía poner en palabras percudía la atmósfera de la recámara, un peso que aplacaba la voluntad, un poder soporífero e invisible que crecía lentamente. Las mujeres comenzaron a intercambiar miradas furtivas, y supe que experimentaban miedo. Sigilosamente una de ellas se levantó y abandonó la habitación. Otra la siguió; luego otra. Así, una por una, ligeras cual sombras, se fueron. Y yo fui dejado a solas con mi cadáver.
»El fuego de las lámparas ardía brillante todavía, aunque el terror en el aire cobraba otra espesura. Las mujeres se retiraron casi tan pronto como comenzaron a notarlo. Yo creía, en cambio, que aún contaba con tiempo suficiente para escapar, que estaría a salvo si postergaba mi huida por un minuto más. Una curiosidad monstruosa me obligaba a permanecer: quería observar mi propio cuerpo, examinarlo de cerca… Me aproximé a la cama y lo miré. El asombro me embargó porque el cuerpo me pareció anormalmente largo…
»Poco después, percibí que uno de los párpados temblaba. Pero la ilusión de movimiento podía ser causada por la oscilación que las llamas hacían dentro de las lámparas. Sin prisa y con mucha cautela, me incliné sobre el lecho por temor a que los ojos se abrieran.
»“Ese soy yo”, me dije mientras me agachaba, “y, sin embargo, luzco cada vez más extraño”.
»Sentía que el rostro se estaba alargando…
»“No, ese no soy yo”,concluí al hundir la cabeza un poco más, “y, sin embargo, no podría tratarse de ningún otro”.
»Y el miedo de que los ojos se abrieran fue mucho mayor, hasta lo indescriptible…
»¡Y horriblemente lo hicieron! Y aquella cosa saltó sobre mí desde el lecho, gruñendo, arremetiendo mordiscos con la intención de desagarrarme la piel. ¡Oh! ¡Con qué terror frenético me resistí a sus ataques! Pese a mis esfuerzos, su mirada, sus aullidos y su roce me provocaban repulsión y todo mi ser estuvo a punto de desintegrarse en un arrebato de odio cuando —sin saber muy bien cómo—un hacha se materializó en mi mano.
»Dejé que cayera el peso del hacha sobre él. Corté, aplasté y machaqué a la criatura hasta que solo quedó ante mí una masa repugnante y amorfa que exhalaba un aroma hediondo. La ruina abominable de mi ser….
»¡Baku kuraë! ¡Baku kuraë! ¡Baku kuraë! ¡Devora! ¡Oh Baku! ¡Ven a comerte mi sueño!
—¡No! —fue la respuesta del Baku—. Jamás he comido un sueño que presagiara buena suerte. Y ese fue un sueño afortunado, de los más prósperos… ¡Esa hacha! Con ella se imparte el Buen Juicio y se aniquila al monstruo del Ego por completo… ¡El mejor tipo de sueño! ¡Amigo mío, yo creo fielmente en la enseñanza del Buda!
Y, sin mayor demora, el Baku salió por la ventana. Lo seguí con la mirada y pude contemplar cómo se alejaba por el sinfín de techos acariciados por la luz de la luna. Desde el tejado de una casa a otro, daba brincos ágiles y discretos al estilo de un gato gigantesco…