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El origen de los cuentos de terror

Por Leslie S. Klinger

"Edgar Allan Poe no fue el inventor del cuento de terror". Así arranca este suculento repaso por la historia de un género que goza de excelente salud. El prólogo a El miedo y su sombra (Edhasa), un compendio de clásicos exquisito. 

Por Leslie S. Klinger.

Edgar Allan Poe no fue el inventor del cuento de terror. La Odisea de Homero registra numerosas confrontaciones entre Odiseo y las brujas, Circe incluida. En la Biblia (Samuel 28:3-25) puede leerse la consulta que le hace Saúl a la Bruja de Endor, una médium que convoca al espíritu que Saúl identifica como el profeta Samuel. Los antiguos textos griegos consignan también varias historias de vampiros, llamados lamiæ o empusæ. Flegon de Trales, ya en el siglo II de nuestra era, relata la historia de Filinium, una mujer que regresa de la tumba para pasar la noche junto a un joven.(1)

 Las empusæ aparecen también en Las ranas, de Aristófanes (ca. 450 a.C.), mientras que la Vida de Apolonio de Tyana (ca. 200), de Flavio Filóstrato, cuenta la casi fatal relación entre Menippus y una “mujer fenicia” que confiesa ser una vampiresa.(2) El raconteur romano Lucio Apuleyo, en El asno de oro (traducido al inglés en 1566), apunta varios encuentros con brujas y hechiceras, así como con una criatura vampírica. Geoffrey Chaucer y William Shakespeare, que conocían muy bien estas tradiciones, incluyen en sus obras varios cuentos de fantasmas y brujas. El erudito renacentista Nicolás Maquiavelo escribió un relato (que tiene la extensión de una novela) sobre un archidemonio llamado “Belphagor” (o “Belfagor”). Por su parte, a finales del siglo XVII y principios del XVIII el popular escritor inglés Daniel Defoe firmó muchas historias que hoy son consideradas cuentos de terror.

No obstante, el verdadero “florecimiento” de los cuentos de horror (imaginen el brotar de púas terroríficas, como pústulas antes que pimpollos) comenzó a finales del siglo XVIII. El castillo de Otranto (de 1764), de Horace Walpole, inauguró aquel género que actualmente es conocido como horror gótico o novela gótica. Walpole se atrevió a combinar las ideas medievales acerca de lo sobrenatural con la novela moderna. Sobre todo, se especializó en crear una atmósfera amenazante, un mundo en el que podía suceder cualquier cosa, y así sucedía: el casco de un gigante cae del cielo y aplasta a Conrad el día de su boda, aparecen ramas gigantescas en el castillo, y un enjambre de seres monstruosos entra y sale del relato a su antojo.

El éxito inmenso de la novela de Walpole (que escribió bajo un seudónimo y no figura en ningún registro histórico) abrió camino para que otros se dedicaran a explorar el género. En 1777, Clara Reeve publicó un libro anónimo, titulado The Champion of Virtue. (3) Su autora no tuvo ninguna vergüenza en llamarlo “el heredero literario” de El castillo de Otranto, y el público lector lo recibió con el mismo fervor con que antes recibiera el melodrama de Walpole. Si bien la obra de Reeve era similar en estilo a Otranto, la autora intentó inyectarle una mayor dosis de realismo, para evitar buena parte del absurdo típico del texto de Walpole.

Quizá la mayor exponente de la combinación de lo moderno y lo sobrenatural sea Anne Radcliffe. Sus seis novelas, especialmente The Mysteries of Udolpho, de 1794 (brillantemente parodiada por Jane Austen en Northanger Abbey, de 1817, que bien podría haber sido escrita entre 1798 y 1799), se enfocan en jóvenes heroínas que deben sobreponerse a castillos misteriosos y a nobles aún más misteriosos. El monje (de 1796), de Matthew Gregory Lewis, una extraordinaria historia de depravación, libertinaje y cultos diabólicos, fue también muy popular en su época y son muchos los críticos que ven la figura de Ambrosio, el monje del título, como la base del conde Drácula de Bram Stoker. La prolífica producción de Sir Walter Scott también incluye muchas historias folklóricas de horror, como por ejemplo Redgauntlet, conocido como “La historia de Willy el vagabundo” o “El festín de Redgauntlet” (de 1824). Valga aclarar aquí, además, que Scott era un admirador de la obra de Anne Radcliffe.

Del otro lado del océano, en los Estados Unidos, Washington Irving escribió numerosos cuentos sobre fenómenos sobrenaturales regionales, entre los que se cuentan “La leyenda de Sleepy Hollow” (o “La leyenda del Jinete sin Cabeza”) y “Rip Van Winkle” (de 1820), probablemente los más recordados a nivel popular. Si bien se ganó una fama notable gracias a sus cuentos psicológicos ambientados en Nueva Inglaterra, Nathaniel Hawthorne también estaba fascinado por las historias extrañas, y entre sus muchos relatos de lo oculto, “El experimento del Dr. Heidegger” (de 1837) y el póstumamente publicado Septimius Felton, o el elixir de la vida (de 1871) son ejemplos del continuo interés de Hawthorne en la inmortalidad.

Pero el fenómeno gótico-romántico no se limitó a los países de habla inglesa. El roman noir (“novela negra”)(4) francés y el Schauerroman (literalmente, “novelas escalofriantes”)(5) eran también muy populares entre los lectores. Los cuentos bizarros del escritor alemán E. T. A. Hoffmann y del noble polaco Jan Potocki se sumaron a la tradición de esta escuela. Estos primos continentales eran, por regla general, más violentos que los ingleses.

Con el inicio del movimiento romántico, surgido a comienzos del siglo XIX, aparecieron dos íconos gemelos del terror: el “monstruo científico” y el vampiro. Curiosamente ambos vieron la luz una misma noche, en una reunión consagrada a la lectura de cuentos de terror. En 1816, el doctor John William Polidori acompañó a su paciente Lord Byron en un viaje por Italia y Suiza. Durante el verano se hospedaron en la Villa Diodati, cerca del lago Lemán, donde recibieron la visita del poeta Percy Bysshe Shelley, su futura esposa, Mary, y su hermana política, Jane “Claire” Claremont. Debido a que una lluvia incesante obligaba a los cinco amigos a quedarse confinados puertas adentro, decidieron comenzar la lectura en voz alta de un libro de cuentos de fantasmas. Según Mary Shelley, tras la lectura Byron sugirió que cada uno de ellos escribiera una historia de fantasmas, para después compararlas con las que habían leído. Pero finalmente, su futuro esposo, el poeta, no escribió nada para cumplir con el desafío, y Byron comenzó un relato pero luego lo abandonó.(6)

En manos de Mary Shelley, la tarea por encargo se convirtió en Frankenstein, publicado en forma de libro dos años más tarde. La historia del científico Víctor Frankenstein y su inverosímil criatura se popularizó rápidamente, y así dio lugar a una enorme cantidad de adaptaciones teatrales, una edición revisada en 1831, y eventualmente a innumerables filmes, parodias, historietas, dramas radiales e imágenes publicitarias. Considerada por algunos como la primera novela de ciencia ficción, las imágenes propias de la historia que han sido divulgadas por la cultura popular alcanzaron una estatura que casi hace sombra a la de la obra original. Al parecer, todo niño en edad escolar conoce el significado de caminar aparatosamente con los brazos extendidos hacia adelante, cada cinéfilo reconoce la indeleble imagen de un monstruo horrible oliendo una flor junto a una inocente criatura. Sin embargo, aunque el libro de Shelley era más una fábula fantasiosa sobre la responsabilidad moral que un ejemplo sobre el fracaso de la ciencia, generaciones y generaciones lo han leído como el más grande relato de terror y una seria advertencia acerca de la arrogancia humana.

Un reseñista anónimo de 1818 celebró Frankenstein por su originalidad, excelente lenguaje y “peculiar interés”, y tildó al libro de “audaz” y probablemente “impío”. Tiempo después Sir Walter Scott, en un artículo para la Blackwood’s Edinburgh Magazine (atribuyendo el libro a Percy Bysshe Shelley), anotó que la novela expresaba sus ideas con claridad y contundencia.

En su reseña, Scott caracterizó además los lineamientos de las “novelas maravillosas”, tal como clasificó a esta obra: “Un uso más refinado y filosófico de lo sobrenatural en la ficción es propio de esta clase de trabajos, en los que las leyes de la naturaleza se presentan alteradas, no con el fin de satisfacer las necesidades de la imaginación con maravillas sino para mostrar los efectos que aquellos presuntos milagros pueden producir en quienes son sus testigos. En este caso, el placer que provocan los incidentes maravillosos es secundario en comparación con lo que aprendemos al observar cómo los mortales como nosotros resultan afectados por este tipo de escenas que, atreviéndose a tomar distancia de la sobria verdad, son igualmente ciertas…”. En otras palabras, Scott creía que libros como Frankenstein nos preparan para enfrentar lo horripilante.

Otro fruto de aquella célebre tarde veraniega (pintada idiosincráticamente en el film Gothic, de Ken Russell, de 1986) es “El vampiro” de Polidori, el primer relato sobre vampirismo publicado en Inglaterra, en abril de 1819. Originalmente atribuido a Byron –y luego visto como una sátira de Byron–, el cuento narra las actividades del vampiro Lord Ruthven, un noble caracterizado por su comportamiento distante y el “aspecto mortecino de su rostro, que jamás se teñía de un color vivo”. A principios del siglo XIX, el enigmático y cautivante Ruthven establece amistad con un caballero llamado Aubrey, quien descubre que ni siquiera la muerte de Ruthven lo libera de la compañía de su tenebroso amigo. Cuando Ruthven regresa de la muerte vuelve a encontrarse con Aubrey, causándole horror, y ataca y asesina a Ianthe, objeto del afecto de Aubrey. Presa de un colapso nervioso, Aubrey se recupera momentáneamente y entonces se entera de que su querida hermana también se ha convertido en víctima de la terrible criatura, y luego se desvanece.

Polidori no era un gran escritor, tal como se comprueba en las últimas líneas del libro: “Lord Ruthven ha desaparecido, y la hermana de Aubrey ¡ha satisfecho la sed de un VAMPIRO!”. La obra de Polidori es considerada la primera entre los grandes relatos de vampiros, fundamentalmente por retratar a un caballero vampiro, tomando distancia así de los desagradables cadáveres chupasangres de los cuentos de vampiros escritos por Calmet y otros historiadores. El libro de Polidori fue un gran éxito, y durante lo que le quedaba de vida al autor (que falleció dos años después de la publicación) fue traducido al francés, al alemán, al español y el sueco, y adaptado varias veces para el teatro, cuyo público quedaba azorado de espanto hasta comienzos de la década de 1850.

Otro trabajo memorable de los románticos tempranos es Melmoth el errabundo, publicado en 1820. Escrito por Charles Robert Maturin, tío abuelo de Oscar Wilde, tiene como protagonista a John Melmoth, quien vendió su alma a cambio de ciento cincuenta años más de vida, aunque después termina recorriendo los caminos en busca de alguien que pueda relevarlo del contrato. Aunque este libro es enrevesado y con varias historias puestas en abismo, el personaje de Melmoth ha sido comparado con el Don Juan de Molière, el Fausto de Goethe y el Manfred de Byron, como una gran figura alegórica, y H. P. Lovecraft lo consideró “un enorme avance en la evolución del cuento de horror”. (7)

Muy popular también fue Varney el vampiro, escrito por James Malcolm Rymer (8) y publicado por entregas durante ciento nueve semanas, entre 1845 y 1847. Primera narración escrita en inglés con envergadura de novela, Varney da muestras de una prosa extraordinaria: “Su pecho se exalta y sus muslos tremen, pero ella no puede quitar la vista de ese rostro marmóreo… Con un rápido gesto él se apodera de su cuello con los colmillos; después, un borbotón de sangre y un espantoso sonido de succión. La muchacha, desvanecida, ¡y el vampiro dándose un banquete de horror!”. Más allá de sus logros artísticos, Varney pinta un vívido y monstruoso retrato de los muertos vivientes. El vampiro es Sir Francis Varney, nacido en el siglo XVII y renacido varias veces del mundo de los muertos, un ser de “figura alta y sombría” y cuya cara, similar a la de Ruthven, es “perfectamente blanca, perfectamente sin sangre”, con ojos como de “metal pulido” y “amenazantes dientes proyectados hacia adelante como los de un animal salvaje, terroríficos, enceguecedoramente blancos y con forma de colmillos”.

Sin duda los cuentos de Edgar Allan Poe han marcado hitos en la senda de los relatos de horror. A partir de 1835, con “Berenice”, una oscura narración sobre un hombre que se obsesiona con los dientes de su amante, las historias de Poe abarcaron el amplio espectro de la ciencia ficción, el misterio y el terror. Es imposible subestimar su influencia sobre otras obras venideras. En muchos de sus cuentos, y de manera novedosa, Poe se esforzó en crear un “único efecto” narrativo, poniendo el foco en una experiencia emocional intensa. Poe fue notablemente celebrado en Europa, en especial después de que Charles Baudelaire tradujera su obra al francés (entre 1852 y 1865), siendo premiado entonces con el raro honor de ser el primer autor norteamericano más apreciado en el extranjero que en su propio país. Por ejemplo, si bien “El escarabajo de oro” (de 1843) y “El cuervo” (de 1845) le valieron una fama en su patria, apenas pudo ganar dinero con sus escritos, y antes de su muerte era visto como un depravado, un alcohólico y un adicto a las drogas.

Los mejores relatos de Poe ahondan en los principales asuntos del existencialismo, reflexionando sobre la naturaleza inefable del tiempo, la muerte y la indiferencia divina, además de sondear las profundidades del alma humana. Exploran el alma demoníaca de las personas comunes y de los criminales extraordinarios, además de la patología que lleva al asesinato y la confesión. La obra de Poe es mucho más leída en nuestros días que en el siglo XIX. Él es el “gran maestro” de la escritura de cuentos de terror, y por ello no sorprende que la imagen de Poe, con su cuervo, sea el logotipo del grupo Mystery Writers of America y de la Horror Writers Association.

Los seguidores inmediatos de Poe fueron Ambrose Bierce, Charles Dickens y Wilkie Collins, autores de celebradas historias sobre visitas fantasmales y otros eventos extraños. Canción de Navidad (de 1843), de Dickens, es una novela leída actualmente como un relato lindero al sentimentalismo, aunque en realidad es una historia escalofriante sobre una crisis de conciencia provocada por espíritus poderosos. La dama de blanco (de 1860), de Collins, combina la atmósfera de la novela gótica con el recientemente inventado cuento de misterio, y pone el acento en las deducciones derivadas de pistas materiales. Por su parte, Bierce, autor de numerosos cuentos breves que aún hoy son muy leídos, también compuso relatos realistas sobre la guerra y relatos de terror que impactaron al público lector norteamericano, buscando recrear el “efecto único y singular” de Poe.

Entre varias obras fantásticas de Joseph Sheridan Le Fanu se destaca su sensible “Carmilla” (de 1872), que es la historia de una mujer vampiro.Tras un accidente en carruaje, la encantadora y bella Carmilla es recibida por Laura, la narradora, una joven solitaria. Laura experimenta sueños terroríficos en los que una mujer misteriosa la visita de noche, cuando ella está en la cama, para besarle el cuello. Entonces recuerda y narra cómo durante el día la seductora Carmilla ocasionalmente “me aprieta contra su cuerpo en un abrazo tembloroso y sus labios cubren mis mejillas con suaves besos… Estos gestos misteriosos me hicieron no gustar de ella. Sentí una extraña y tumultuosa excitación que me resultó placentera, a la vez instantánea y duradera, mezclada con un vago sentimiento de temor y rechazo… Así advertí cómo ese amor se convertía en adoración, y también en aborrecimiento”.

Laura descubre después que Carmilla es el doble de su ancestro, la condesa Mircalla Karnstein (del ducado de Estiria), muerta desde hace más de un siglo. Con la ayuda del General Spielsdorf, un amigo de su padre, Laura viaja a la ciudad de Karnstein, en Estiria, donde se entera a través del general que Carmilla (quien también se llama a sí misma Mircalla) es la condesa Mircalla, un vampiro. Al fin, Laura y un grupo de hombres exhuman el cuerpo de la condesa Mircalla y la ultiman atravesándole el corazón con una estaca.

Hacia finales del siglo XIX aparecieron varios escritores fascinados por el terror. Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling, Guy de Maupassant, Henry James y Robert Louis Stevenson produjeron numerosos relatos de este género, demasiados como para comentarlos aquí. No obstante, el punto más alto de la literatura de terror decimonónica se erigió sobre las bases plantadas por ellos. En 1897, Bram Stoker –empresario y crítico teatral, y autor de ficción romántica y de algunas historias menores de terror– publicó Drácula, una obra tan escalofriante que se ha convertido en el parámetro de todas las historias posteriores sobre criaturas nocturnas.

Cuando apareció Drácula (que Stoker había titulado originalmente El muerto viviente), los críticos se entusiasmaron. El Daily Mail calificó al libro de “potente y aterrador… El recuerdo de esta historia extraña y fantasmal sin duda nos perseguirá por un buen tiempo”. “Horroroso y aterrador en grado sumo”, aseguró The Pall Mall Gazette. “Una excelente historia; probablemente una de las mejores que hemos tenido la suerte de leer dentro de la tradición literaria de lo sobrenatural.” Sin ser tan francamente favorable, The Bookman expresó los sentimientos que compartían los lectores ingleses: “El resumen del libro sería chocante y desagradable; sin embargo, debemos admitir que aunque por momentos hayamos sentido repulsión, leímos la obra con atención cautiva”.

Si bien tenemos conocimiento de los vampiros desde hace varios siglos, fue Drácula el que ocupó el primer puesto en nuestra imaginación y lideró, en palabras de un crítico, “la marcha triunfal del vampiro muerto en vida de Transilvania sobre los periódicos, los libros, las pantallas de cine y los escenarios teatrales del mundo anglosajón”. Cientos de adaptaciones para teatro y radio, filmes y series de televisión (además de miles de cuentos y novelas de temática vampírica) han seguido sus pasos. Esto sin contar con que Drácula también ha despertado la admiración de los escritores del siglo XX. H. P. Lovecraft, en su ensayo sobre “El horror sobrenatural en la literatura”, escribió que “la mejor de todas estas obras es la célebre Drácula, que prácticamente se ha convertido en el estándar de la exploración del mito del vampiro terrorífico. El conde Drácula, un vampiro, mora en un horrible castillo en los montes Cárpatos pero finalmente se traslada a Inglaterra con el propósito de poblar el país de vampiros. Cómo un caballero inglés se interna en la fortaleza terrorífica de Drácula y cómo la diabólica trama mortal de la dominación resulta finalmente vencida son elementos que se conjugan para dar forma a un relato que con justicia ha ganado un sitio de honor en las letras inglesas”.

Si bien Arthur Machen, Algernon Blackwood y Lord Dunsany (quienes vivieron y escribieron a mediados de siglo) fueron celebrados por Lovecraft, junto con M. R. James, como los más refinados escritores de su época, hoy apenas son recordados. Machen, un autor escocés cuyas historias sobrenaturales empezaron a ser publicadas en la década de 1890, estaba profundamente interesado en lo oculto, y abrazó la creencia de que detrás del velo de la “realidad” existe un reino de seres mágicos y antiguos.

En la década de 1920 sus obras alcanzaron la popularidad en los Estados Unidos, bajo el patrocinio de Vincent Starrett y James Branch Cabell. La obra de Machen resultó ejercer una fuerte influencia en el desenvolvimiento del pulp horror, que se puede leer en revistas como Weird Tales y cuenta entre sus filas con notabilísimos escritores de fantasía, como Clark Ashton Smith, Robert E. Howard y H. P. Lovecraft.

El englishman Algernon Blackwood continuó la tradición de Poe y Bierce produciendo una asombrosa cantidad de novelas y cuentos de tema sobrenatural. Lovecraft lo describió como “inspirado y prolífico… Entre toda esa despareja y voluminosa producción pueden encontrarse muestras de la más fina literatura sobre espectros, de la actualidad y de todos los tiempos”. Sus relatos, señala Lovecraft, construyen “detalle por detalle todo el rango de sensaciones y percepciones que llevan desde la realidad a una forma de vida o una visión sobrenatural. Sin un especial manejo del hechizo poético de las palabras, él es el más absoluto e incuestionable maestro en cuanto a la creación de atmósferas extrañas”. Como periodista, Blackwood escribió cientos de artículos, ensayos y ficciones, normalmente con un corto plazo de entrega. Su última colección de relatos breves se publicó en 1946.

El inglés Edward John Moreton Drax Plunkett fue el barón Dunsany del siglo XVIII. Era un dramaturgo prolífico, poeta, novelista y autor de relatos breves. Si bien escribió varias historias sobrenaturales, es más recordado como un autor de fantasía, predecesor de J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis. Sus Crónicas de Rodríguez (de 1922) y La hija del rey del país de los elfos (de 1924) son obras muy celebradas, y por esta razón los escritores del género fantástico, como Jorge Luis Borges y Neil Gaiman, y los escritores de ciencia ficción Michael Moorcock, Arthur C. Clarke, Gene Wolfe y Robert E. Howard han reconocido la influencia de la obra de Dunsany en la suya propia.

Montague Rhodes James fue un catedrático medievalista, cuyas historias de fantasmas, muchas de ellas escritas como obsequio para sus amigos, para ser leídas junto al fuego encendido en el hogar el día de Navidad, han sido reconocidas como las mejores en su género: por lo general tratan de seres sobrenaturales maléficos cuyos oficios son convocados por una víctima inocente al abrir un libro antiguo o hallar un relicario abandonado. Tras años de olvido, hoy sus relatos están siendo redescubiertos y son leídos como gemas, por largo tiempo extraviadas, de lo oculto.

En 1919, con la publicación de un cuento titulado “Dagon”, surgió uno de los gigantes del género, Howard Phillips Lovecraft, quien comenzó a escribir como poeta. Es notable cómo en su influyente ensayo “El horror sobrenatural en la literatura” el autor describe el género: “Una estrecha aunque esencial rama de la expresión humana, capaz de atraer con maestría a una audiencia limitada de lectores de aguda y especial sensibilidad. Cualquier obra maestra del futuro que trate de fantasmas o del terror deberá su aceptación por parte de los lectores más a la fineza del oficio de escribir que a un determinado tema”. El propio oficio de escribir de Lovecraf produjo un inmenso y constante fluir de cuentos, novelas, poemas y ensayos, que solo se detuvo con su temprana muerte, a los cuarenta y siete años, en 1937.

“Dagon” fue la primera ocasión en que Lovecraft exploró su original mito de un panteón de “deidades o dioses exteriores” que anteceden el origen de la humanidad. Estos “dioses arcaicos”, declaró Lovecraft, pueden encontrarse en los intersticios de antiguos mitos y leyendas. August Derleth, el más grande discípulo de Lovecraft, denominó a estos dioses “los Cthulhu”. Los temas de Lovecraft están lejos de ser empáticos, con su cínica visión de la humanidad, especialmente bajo la luz de la evidencia científica acerca de la insignificancia de la raza humana y la naturaleza azarosa, probabilística, del universo. Sus escritos transmiten un fatalismo y un sentido de culpa heredada por los pecados de las generaciones anteriores. También postuló la enorme influencia de las inteligencias no humanas sobre los asuntos de los hombres. Él creía que era mejor dejar inexploradas las obras misteriosas de los dioses. En “El llamado de Cthulhu” (de 1928) advirtió: “La mayor bendición que existe en esta tierra, entiendo yo, es la falta de habilidad de la mente humana para relacionar sus contenidos… Algún día, la articulación del conocimiento disociado abrirá las puertas a visiones tan terroríficas de la realidad, y por ende a actitudes tan terribles, que o nos volveremos locos por la revelación o saldremos disparados por la iluminación hacia la paz y la seguridad de una nueva Edad Oscura”.

Durante buena parte del siglo XX las ediciones definitivas de las obras lovecraftianas fueron publicadas en la editorial Arkham House, cuyo fundador, August Derleth, creó expresamente para dar a conocer la producción del autor. Lovecraft intencionalmente utilizaba un estilo de escritura sesquipedálico, extenso, ampuloso y con desinencias arcaicas, para producir un efecto de seriedad y verosimilitud. Su imaginario estaba fuertemente influenciado por los dioses arcaicos de Dunsany y los relatos de antiguos conjuros de Machen. Hacia finales del siglo fue reconocido por muchos de los mejores escritores de ciencia ficción, fantasía y horror como una figura clave en esos géneros, y fue parodiado e imitado en varios formatos y medios masivos, incluso en muchos filmes.

Es imposible hacer justicia, en este sucinto recuento, a la importancia de las obras del género del horror en la segunda mitad del siglo XX. Los maestros modernos –Stephen King, Peter Straub, Clive Barker, Robert Bloch, Shirley Jackson, por nombrar solo algunos– son tan conocidos que no necesitan introducción, y cualquier intento por historizar este período tan próximo sería vano. Somos afortunados de vivir en una época en la que el campo del relato sobrenatural resulta ser tan exuberante.

Esta antología reúne relatos magistrales de aquellos autores que muy pocas veces son recordados como escritores del género del terror. Incluso Bram Stoker, cuyo Drácula podría calificarse como la novela de horror más célebre de todos los tiempos, no es reconocido como escritor de relatos breves. Si bien algunas de las historias aquí antologadas ya han aparecido en otros libros de esta clase, la mayoría ha quedado invisibilizada a la sombra de Edgar Allan Poe. Leámoslas ahora, por qué no a la luz de una linterna…

 

 

Notas

1 Fragmenta Historicorum Græcorum, editado por Carl Müller y publicado en 1848, selección de fragmentos de antiguos historiadores griegos. La historia aparece en Anatomía de la melancolía, de Robert Burton (1621) y en The Phantom World: The History and Philosophy of Spirits (1746), de Dom Augustin Calmet.

2 Probablemente también una lamia. La traducción más famosa de la obra de Filóstrato es la de F. C. Conybeare, publicada en la Loeb Classical Library en 1912.

3 El libro fue vuelto a publicar un año más tarde con el título The Old English Baron. 4 El fantasma de la ópera (de 1910), de Gaston Leroux, con el personaje del loco y trágico músico que comete asesinatos horribles y secuestra al amor de su vida, probablemente sea el punto más alto de este tipo de relatos.

5 El que ve fantasmas, o El visionario (de 1789), de Friedrich Schiller, es un claro ejemplo. Ambientado en Venecia, este “relato” es un cuento deliberadamente ambiguo sobre un enmascarado armenio y su cómplice, un médium, que introducen a un rico conde alemán en un complejo laberinto de visiones y magia negra.

6 La novela terminada y perdida es maravillosamente imaginada en La novela de Lord Byron, de John Crowley (Nueva York, William Morrow & Co., 2005).

7 “El horror sobrenatural en la literatura”, en The Recluse (de 1927), revisado en 1933-1935. Lovecraft aseguró que en Melmoth “el miedo queda excluido del ámbito de lo convencional y es exaltado como una espantosa nube que se cierne sobre el destino de los hombres”.

8 Hay controversias acerca de que Rymer fuera el autor de Varney o si fue obra de Thomas Peckett Prest (1810-¿1859?), autor de numerosos penny dreadfuls (novelas populares) y creador del demonio barbero Sweeney Todd. Prest aseguró que Varney se basaba en hechos concretos ocurridos a principios del siglo XVIII, pero también declaró que Sweeney Todd era un personaje copiado de la realidad.

 

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