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Un libro en construcción llamado Bolivia

Roka Valbuena entrevistó a Sergio Di Nucci sobre "la obsesión literaria de un escritor con dos nombres": se enamoró del país andino en 1993 y, desde entonces, circula por sus barrios en Buenos Aires y acomoda el paladar a su comida. Ahora, publica Grandeza boliviana, la segunda parte de una saga en la que retrata con laconismo la vida de inmigrantes y nativos.

Por Roka Valbuena (para Crítica de la Argentina)

grandeza boliviana“Hola. Soy Sergio”, dice Bruno Morales, el autor de dos libros que ha firmado con seudónimo. En los documentos oficiales, este hombre está registrado con el nombre de Sergio Di Nucci, ciudadano argentino con una tremenda cara de napolitano, que por un motivo literario se disfrazará por tres libros con un nombre postizo. Bruno Morales, entonces, es el autor de Bolivia Construcciones y ahora ha publicado el libro Grandeza boliviana (editorial Eterna Cadencia) y, pronto, cerrará el “ciclo Morales” con otra obra que narra la vida de más bolivianos. A este escritor, los bolivianos, o bien Bolivia en casi su totalidad, le fascinan y le producen mucha energía creativa. Y por eso se cambió el nombre. “Quise ponerme Bruno Morales porque quiero que estos libros lleguen a lectores bolivianos y para eso me parecía más verosímil que el autor tuviese un apellido medianamente boliviano, como Morales”.

–¿Qué le gusta de los bolivianos?

–Me gusta su sencillez, su cero jactancia. Y también me gusta la forma en que trabajan y la forma en que festejan.

 

Su primer libro, Bolivia Construcciones, obtuvo un premio de tres meses de duración. Ganó el Premio de Novela del diario La Nación en noviembre de 2006, pero luego, en enero, así como a un medallista de oro acusado de inyectarse sustancias prohibidas, a Sergio Di Nucci le expropiaron la gloria: dijeron que Sergio le había inyectado un engaño a su libro y le quitaron el premio. Bolivia Construcciones les alteró los nervios a los puristas porque contenía un experimento. Había treinta páginas que tenían aspecto de plagio al libro Nada, de la española Carmen Laforet. Gustavo Nielsen gritó ofuscado: “Es un robo”. Otros, como Daniel Link, debatieron con un enigma: “Y, en literatura, ¿qué no es un robo?”.

En ese entonces, Sergio argumentó que las similitudes de ambos textos no eran un plagio, sino un ejercicio deliberado y calificó su obra como un texto lleno de alusiones a otras obras. Nunca más volvió a hablar del tema. Y si uno, imprudente en pleno 2010, le dice: “Sergio, ¿cómo enfrentó las acusaciones?”, él dice con toda educación: “No quiero hablar de eso”. Uno insistirá porque recibe un salario para ser insistente: “Fue duro, ¿no?”. Pero el escritor dirá otra vez: “No quiero hablar de eso”. Y si uno insiste una tercera vez: “Pero ¿le pareció exagerado el escándalo?”, ahí el pobre hombre pondrá los ojos fijos en un vaso y, quizá conteniendo un justificado jab al mentón, dirá: “Perdoname, no-quiero-hablar-de-eso”.

Y tiene razón. Sergio y Bruno, ambos contenidos en un solo señor de camisa y botas de vaquero, están aquí para hablar del presente, de Grandeza boliviana, su libro nuevo que trata de su vieja obsesión. Su nuevo libro que trata de unos inmigrantes bolivianos en la Argentina, unos albañiles que trabajan arreglando las casas de la clase media porteña y que, en los momentos de ocio, toman cervezas, dialogan entre sí y que, en un código masculino, se tiran una considerable cantidad de pedos.

–Pero la novela no quiere ser un registro antropológico de ellos. Quiere ser más literaria que verosímil. No aspira a ser realista –advierte este señor que ama Bolivia por sobre todas las geografías.

–¿A qué aspira Grandeza boliviana?

–A una cosa a mitad de camino entre el realismo y a una novela altamente alusiva a textos, a situaciones, a obras, a autores. En mis novelas, como he dicho, no hay párrafo que no tenga alusiones a grandes obras literarias.

–¿Puede dar un ejemplo?

–No, no, me molesta que el autor sea el guía turístico de su propia obra. No hay que entorpecer el camino del lector.

–¿Por qué la escritura es tan lacónica?

–Porque es el habla de los bolivianos. En los argentinos hay una tendencia a las generalizaciones, una aversión a lo concreto. Lo contrario pasa en Bolivia.

Sergio se enamoró de Bolivia en 1993, cuando viajó por turismo. Luego comenzó a frecuentar los barrios de bolivianos en Buenos Aires: Pompeya, Liniers, incluso Ostende. Se hizo amigos bolivianos, se acomodó a su sencillez y, como un valor extra, apreció la comida. En la actualidad, Sergio se pasea como un boliviano cualquiera por las diez cuadras que enmarcan el territorio de la comunidad. A veces, entra a un restaurante a pedir el plato más barato del país: sopa de maní a tres pesos; otras veces engorda con un pique a lo macho o una salchipapa, y otras, rodeado de amigos bolivianos, se emborracha a toda velocidad, mientras sus compañeros recién están empezando a humectarse los labios con el noveno litro de cerveza. “Son terribles para tomar. No puedo seguirles el ritmo y eso que como hojas de coca”, admite con modestia etílica.

–¿Cree que los bolivianos son muy discriminados?

–Creo que hay una explotación y un racismo mayor que con otras comunidades. Me parece, por ejemplo, que el delincuente argentino que mata a un boliviano siente algún tipo de compensación íntima que no siente al matar a un argentino.

–¿Es verdad que las ganancias las donó a agrupaciones bolivianas?

–Todos los derechos del autor van para una organización de inmigrantes bolivianos llamada Renacer.

–¿Es usted un héroe para la comunidad, Sergio?

Sergio respira, mira la ventana, se revisa una bota de vaquero y habla:

–No soy un héroe. Aporto con lo mínimo –y en ese instante uno tiene la tentación de insistir con lo del plagio, sacarle una cruda novedad. Pero aflojamos. Esta vez, con la grandeza de los bolivianos es suficiente.

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