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María Negroni: "Siempre hay algo que se pierde para que la obra exista"

Reediciones, inéditos y traducciones nuevas

"He practicado la soledad casi como un método", dice la autora de Islandia, Cuaderno Alemán Wunderkammer. La directora de la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF reflexiona, en esta entrevista, alrededor de la intemperie y el costo de la escritura, de la curiosidad, el amor por las palabras y la búsqueda, de sus métodos de trabajo y sus obsesiones. "Hay un divorcio entre la palabra y lo que la palabra nombra", advierte.

 

Por Valeria Tentoni. Foto de Iair Kon.

 

Dirá que prefiere, antes que cualquier plan, el de quedarse leyendo en el sillón de su casa. María Negroni —autora de libros como Andanzas, Arte y fuga, El sueño de Úrsula, El testigo lúcido o Museo negro— se encuentra, por estos años, residiendo en Buenos Aires y dirigiendo la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF, donde además de formar a muchos de los jóvenes autores que debutan por estas horas, reciben visitas internacionales como las de Erri De Luca o Gloria Gervitz en su Serie Frost.

El año cerró para la escritora rosarina con varias novedades editoriales: viejas ediciones recuperadas por nuevos sellos, libros que por primera vez se editan en nuestra lengua y líneas inéditas. En Chile, editorial Alquimia publicó el Cuaderno Alemán, ese libro inseparable de Interludio en Berlín, y lo hizo en una edición que incluye fotografías y notas de puño y letra de Negroni. Además, la cordobesa Borde Perdido Editora sacó Wunderkammer, libro que durante veinte años sólo estuvo publicado en lengua italiana. Por su parte Bajo la Luna reeditó Islandia, originalmente publicado en 1994, libro que recibió el Premio al Mejor Libro de Poesía en Traducción del año del PEN American Center en Nueva York, en 2002. Antes que estos, había saludo Exilium por Vaso Roto en España: lo pueblan islas verbales, disonancias más ciertas que cualquier verdad, pequeñas ocupaciones de hojas largamente blancas. Pero Negroni sabe: alcanza con un punto para mancharlas del todo. 

   

 

La última vez que te entrevistamos en este blog, Ivana Romero avanzó sobre un conjunto de libros que podrían pensarse en serie: Objeto Satie, Archivo Dickinson y Elegía Joseph Cornell. Hoy avanzaremos por algunos de tus libros de poesía, los que acaban de salir o reeditarse, ¿creés que hacen conjunto de alguna manera, también?

Son olas. El que sí es un sistema es el tríptico, Satie, Cornell y Dickinson. En el caso de estos libros veo que hacen sistema con otras cosas que he escrito. Por ejemplo, Wunderkrammer, que salió en Córdoba, es un libro que escribí al mismo tiempo que los ensayos de Museo Negro. Es un mundo muy específico el de esos poemas, es como si fuera la versión en poesía de lo que después reflexioné en los ensayos. Por alguna razón, me parece que prioricé los ensayos en su momento, y lo otro salió en Italia: yo había estado en una residencia y ahí había un traductor y él me propuso sacarlo, fueron 300 ejemplares nada más. O 30. Una edición divina, chiquitita, en italiano. Cuando me pidieron de Borde Perdido si tenía algún libro, me decidí a sacar los poemas italianos. Ahí apareció Wunderkammer, que hace sentido en general porque es otro gabinete de curiosidades.

O sea que es su primera edición en nuestra lengua, es un libro que tardó en publicarse...

Casi veinte años. 

"La tristeza es una disidencia", leemos en ese.

Es verdad, aparte. 

En toda tu obra la tristeza está presente. ¿Cómo llegaste a pensarla como disidencia?

En el pensamiento convencional, se supone que todo es a favor del optimismo y la dicha, el consumo, la felicidad. A mí me parece que la tristeza te separa, te distancia; cualquier persona que está triste queda afuera del núcleo que festeja, que se divierte. Siempre me acuerdo de esa frase de Baudelaire, cuando le preguntaron por qué no iba a las fiestas, y dijo "porque a mí divertirme me aburre". La idea es esa, que la melancolía, una variante de la tristeza, te pone en otro estado, un estado hacia el aislamiento, la no pertenencia. No es que tenga una teoría sobre estas cosas, pero las he practicado siempre. Mi modo de encontrarme ha sido siempre a través de la separación de todo. Es fuerte. Incluso me tuve que ir del país. En una cosa que estoy escribiendo ahora, justamente, anotaba que me fui de mi casa, me fui de la profesión, de lo que había estudiado, me fui del país, me fui de todo.

¿Y a la soledad cómo la pensás en al escritura? Los solitarios, además, están en todos tus libros. En la trilogía de Satie, Cornell y Dickinson, ni hablar: son tres solitarios, ese es uno de los hilos.

La soledad es fundamental. La filósofa María Zambrano decía que uno habla para interrumpir la soledad y escribe para prolongarla. La escritura no existe sin la soledad. Y además es una soledad de una calidad muy rara, no es cualquier soledad. Cuando leo las historias de las inglesas que en el siglo XIX escribían en el comedor o con la familia dando vueltas, me pregunto cómo harían; después lo vemos en Virginia Woolf y el cuarto propio. Es fundamental, porque son estados: te tenés que conectar con una resonancia, ¿cómo hacerlo? A veces es difícil incluso estando sola, vos en tu casa. El timbre, cualquier interrupción desconecta. En general los artistas son solitarios, es muy rara la idea de crear en conjunto con otros. Yo he practicado la soledad casi como un método. Aparte yo dejé mi primer libro, hice la presentación un jueves y el domingo me fui. Y en Nueva York estaba por fuerza y gracias a dios también aislada, porque conocí mucha gente pero nunca tuve un grupo de pertenencia. La literatura es una cosa que cuanto más tiempo pasa, más la respeto; es una cosa difícil, casi que va como la vida de una persona, se complejiza, le pasa de todo. 

Juana Bignozzi decía: "A mí me interesa le gente que crea un mundo, persiste y lo defiende". En tu caso, hay un imaginario particularísimo, ¿creés que la soledad lo favoreció? ¿Creés que la soledad te dio más libertad para leer, por ejemplo?

No sé si está relacionado con la soledad, eso. En todo caso, esa construcción de la que hablaba Bignozzi tiene que ver con saber percibir las obsesiones propias, seguirlas. Y no preguntarse muy bien por qué, de dónde vienen. En general, yo me meto, después pienso qué quise hacer. Hay una especie de fidelidad a las obsesiones. Además soy muy curiosa, entonces me meto y empiezo a tirar de un hilito, a tirar y tirar, y eso después trae cosas maravillosas. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo Plinio, porque me fascina, un coleccionista del mundo, de la historia natural, es maravilloso. Me mando por ahí, y sigo. Y después por ahí hago algo con eso.

¿Sos muy metódica para leer? ¿Tiene que ver con agotar una biblioteca?

Sí, soy metódica. Cuando escribí Islandia, por ejemplo. Hay dos voces: la voz que vuelve a contar la historia de los noruegos que se exiliaron a Islandia, y otra que es una mujer contemporánea en otra isla, que es Manhattan. Son esas dos cosas contrapuestas; yo empecé al libro por la voz de la mujer, con los poemas en verso, y un día estaba leyendo en mi casa una entrevista que le hacían a Borges. Le preguntan qué es lo que le hubiera gustado hacer en su vida que no hizo. Borges responde que una peregrinación a Islandia, como la que hizo William Morris. Eso fue antes de viajar, después él viajó y se casó ahí. Se casó con María Kodama en Islandia, en una ceremonia no religiosa. "Como usted sabrá, en Islandia se ha escrito la poesía medieval más hermosa que haya existido jamás en ningún lado", explicó Borges, y a mí por supuesto me interesó. Tenía la suerte de tener a una cuadra la biblioteca de la Universidad de Nueva York, ¡cómo amé ese lugar! Tenía una rutina: me iba todos los domingos con las bolsas de supermercado llenas de libros, devolvía los que tenía y me llevaba otro tanto. Leí todo lo que se te pueda ocurrir relacionado con las sagas, los cuentos, la mitología, todo. Y no paré. Hasta que lo leí todo. En el libro, la historia de los noruegos es como si fuera el océano, y los poemas en verso son como islas. Es como si el discurso de la mujer, que quiere tener una épica y no lo logra ni en la vida ni en la escritura, va cayendo sobre el océano de la épica masculina. Escribiendo Islandia me di cuenta de algo que no sabía cuando empecé a escribirlo, y es que los héroes, para ser héroes, también necesitan ser vulnerables.

"No hay violencia más triste que la palabra isla", se lee ahí. 

Sí. Está todo mezclado ahí: la violencia, la tristeza, la soledad. Pero a la vez es súper luminoso eso. Eso es lo que la vuelve una utopía también, un lugar de creación. También el acto de la creación en sí es violento. Hay una violencia en la creación, que es triste también porque al crear algo, o cuando vos usás la palabra "isla" para hablar de la isla, se produce una pérdida. Hay un divorcio entre la palabra y lo que la palabra nombra. Siempre hay algo que se pierde para que la obra exista. Y además la obra, cuando existe, cuando encontró su lugar en el mundo, se cierra para el creador o la creadora. Ya no entrás ahí. No te pertenece. Tiene una vida propia. Puede ser admirado o contemplado por otras personas, pero a vos, como creadora, te dejó afuera. Y otra vez empezar de nuevo: la famosa imagen de Sísifo acarreando la piedra. La cuestión de la violencia es la expulsión, es un nacimiento que te expulsa, son repetidas expulsiones. Y eso es violento y es triste. Y a la vez, la palabra "isla" es una palabra muy hermosa, la "i" y la "a" es luz, no puede haber una palabra con más dicha y felicidad que esa palabra.

En ese sentido, ¿la escritura te deja en algo así como una intemperie? ¿Creés que la escritura es un precio alto, digamos?

Es un precio altísimo, que no se puede no pagar. La isla también es la intemperie, más en esas zonas y en ese tiempo. La intemperie es también requisito para la creación, entonces no es una actividad que uno le recomendaría a alguien. No, es muy difícil. Clarice Lispector decía que escribir es horrible, horrible. Por otro lado, es una bendición, ¿no?, tener una pasión. Podría haber sido la música, podría haber sido cualquier otra, no sé. En mi caso, yo creo que la pasión son las palabras. No los libros, los libros vienen después. Sobre todo como lectora, es lo que me hace más feliz. Si vos me das diez opciones de planes para un sábado, y una es tirada en el sofá leyendo, no lo dudo un instante.

Islandia fue tu primer libro traducido al inglés, ¿cómo fue?

Fantástico. Ahora está cambiando un poquito, en este momento están traduciendo Archivo Dickinson, Elegía Joseph Cornell e Interludio en Berlín, pero es raro, es difícil. Y con Islandia yo era mucho más joven, así que fue totalmente inesperado. Mirando hacia atrás, tuve dos espaldarazos, creo. Uno es Islandia, es esa traducción, y el otro fue la Beca Guggenheim. Más allá del dinero, era muy difícil ganarla. Al principio es difícil, porque uno está apostando y es una apuesta fuerte, no solamente el tiempo; cuando yo me fui a Nueva York tenía dos hijos chiquitos, el menor no tenía ni un año. Fue difícil legitimar el uso del tiempo, decir: esto es lo que yo quiero hacer. Y todavía mi padre, hacia el final de su vida, me preguntaba: "Hija: ¿cuándo vas a ganar dinero con la literatura?". 

¿Cómo fue el armado del Cuaderno Alemán, en Chile? Incluye fotos, tu propia caligrafía...

Viene de un blog, porque éramos cuatro escritores argentinos que íbamos a Alemania y venían cuatro alemanes acá, un intercambio organizado por el Goethe. Fuimos Alan Pauls, María Sonia Cristoff, Ariel Magnus y yo. Era una residencia de dos meses, cada uno en una ciudad distinta. A mí me tocó Stuttgart, en el sur. Y terminábamos en Berlín. Nos pedían que escribiéramos un blog, pero yo nunca había escrito un blog. Yo me llevé de Buenos Aires un cuaderno en una papelera apaisada, y dije: voy a escribir mi blog acá. Notas de las cosas que veía, me llamaban la atención. Y después empecé a escribir Interludio en Berlín, pero esto fue como un diario de viaje, eso quedó en el Cuaderno Alemán.

De todos modos, en tu escritura nunca se retiran del todo ni la poesía ni el ensayo.

Es verdad. Me gusta mucho. Yo también soy lectora de ensayos. Hay que estudiar mucho para escribirlos. A través del ensayo, me parece que vos te vas armando tu propia genealogía, tus afinidades electivas, porque uno va escribiendo de lo que le interesa. A mí siempre me interesa saber qué leen los escritores que admiro, que no siempre se sabe porque no todos escriben ensayos. Calasso dice que uno de los secretos mejor guardados de la literatura es que la literatura es una guirnalda interminable de plagios. Esa es una cosa que yo les digo a los chicos en la maestría: que tienen que leer, porque la literatura se hace sobre la literatura, como la música sobre la música.     

 

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