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Bendito Murakami

Si tuviera que elegir una novela de Murakami, me quedo con Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Creo que en ella lo pone todo: sus símbolos recurrentes, su cintura narrativa.

Por Luciano Lamberti.

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¿Cuántos escritores malditos puede haber por país? Si hay muchos escritores malditos, ¿se anulan unos a otros? ¿Qué es ser un escritor maldito? ¿Bukowski, Henry Miller, Houellebecq? ¿Ser un elemento revulsivo para la sociedad? ¿Hacer pis en público? ¿Consumir drogas? ¿Bailar de modo estrafalario? ¿Erigir una obra cuyo único mérito es la de ser ilegible y aburrida, placer de unos pocos? ¿Decepcionar a parientes y suegras con sus publicaciones? ¿Hacerse los dientes nuevos con el monto de un premio? ¿Ser homofóbico o antiabortista? ¿Oponerse a cualquier cosa por el simple placer de hacerlo, como un niño caprichoso?

Todas esas preguntas me hago con un (pesado) libro de Murakami en la falda, mirando la lluvia que no quiere parar en la esquina de Fray Mamerto Esquiú y Lima. El libro se llama 1Q84 y debe ser el cuarto o quinto suyo que leo. Hay un estilo Murakami por más que le pese a sus detractores, que son muchos y variados: personajes, climas, narración pura, un estilo minimalista en la desmesura: un Carver al que le ha salido una segunda cabeza, monstruosa, que le da órdenes. 1Q84 es una de esas novelas de acción pura: tiene momentos ridículos y momentos hermosos, como todas esa clases de novelas.

Frente a los escritores malditos, cuya importancia se cifra en sus costumbres sexuales o su sagacidad para escribir en twiter, Murakami es un escritor bendito. No fuma, no se droga, no se viste raro, le gusta salir a correr, incluso escribió un libro sobre correr (el caso más parecido que conozco es el del cordobés Sergio Gaiteri, que según el mito erigido por él mísmo corre treinta kilómetros por día en las sierras cordobesas, cuando no está fabricando sus propios muebles de madera o construyendo su propia casa).

Bendito por sus ventas (vendió un millón de libros en una semana) y bendito por el mote de ser el que leen los que no leen, acusado de occidentalista, maldecido por la misma clase de personas que dejan de escuchar una banda cuando se vuelve popular, Murakami considera que su escritura es un regalo. Con más o menos suerte, ha venido publicando novela tras novela desde que Tokio Blues fue un éxito de ventas en su país. A su manera, es uno de esos escritores felices.

Teoría vieja: en muchos escritores el ángel sopla una vez. Me pasa con aquellos de los que leo una obra que me deslumbra, y el resto es bueno pero no está a la altura. Ejemplo: La obra de John Irving versus El mundo según Garp. Ejemplo 2: La obra de Don DeLillo versus Ruido de fondo.

Si tuviera que elegir una novela de Murakami, me quedo con Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Creo que en ella lo pone todo: sus símbolos recurrentes, su cintura narrativa, que copia de El Quijote la idea de introducir historias dentro de historias, su extraño desarrollo, la incomodidad de algunas costas a las que arriba, como la relación incestuosa entre los hermanos y el desuello del soldado en la guerra.

Murakami se declaró fan incondicional de Lost. Dicen incluso que compró una casa en la misma playa donde se filmaba la serie para ir a correr por ahí. Esa novela utiliza en gran medida el recurso de la serie de generar más y más misterio, o de revelar un misterio para generar indefectiblemente otro. Pero donde la serie falla (la terrible sexta temporada) Crónica... avanza más hondo y no se traiciona. Es una de esas novelas que pueden llevarse a cualquier parte, a pesar de su peso, porque su ritmo narrativo es el de la hipnosis y funciona muy bien en las colas del banco o el deficitario y lamentable sistema de transporte público en Córdoba.

Un buen autoregalo para una tarde como ésta en la que lluvia, que se resiste a parar, va a terminar sacándonos una cabeza monstruosa al lado de la nuestra, común y silvestre.

 

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