Viajar es también dejarse ir
Por Liliana Villanueva
Jueves 10 de agosto de 2023
Viento del Este (Blatt&Ríos) es el relato de una madre que viaja a China para encontrarse con su hijo y se deja adoptar por la familia china que la recibe.
Por Liliana Villanueva.
El mundo se divide entre personas que adoptan y personas que son adoptadas, aunque a lo largo de la vida uno va pasando de un rol a otro según el momento, el lugar o las circunstancias. Yo adopté a un ruso, a dos francesas y a una iraní en Buenos Aires, además de a una alemana en Dakar y a una japonesa en Madrid. Y me dejé adoptar por los padres chinos de mi hijo.
Cuando tenía quince años mi hijo Max decidió pasar un año en China, estudiar en una escuela china y vivir con una familia china. La Organización de intercambio prohibía explícitamente a los padres visitar a sus hijos en el lugar de destino. A fines de enero de 2018 viajé a Foshán, la ciudad del Sur en la provincia de Guangdong que le había tocado en suerte, aun sabiendo que podría verme obligada a quedarme un mes sola en una ciudad desconocida, sin hablar el idioma y sin poder verlo. Si no hubiera sido porque, como yo, los padres chinos se saltaron las reglas y espontánea y generosamente me adoptaron, esta historia habría sido muy distinta; ellos me invitaron a pasar las Fiestas de Año Nuevo chino en la provincia de Shandong con la familia en el Norte, me llevaron a pueblitos, a jardines, a ciudades de piedra, a la ciudad de Confucio. Es a ellos, a mamá XiaoLan y a papá Gang, a quienes dedico este libro.
¿No es el viaje una manera de adaptarse y adoptar, aunque sea por un tiempo, otros aires, otras costumbres? Viajar es experimentar una invalorable porción de vida que compartimos con extraños, personas ‘otras’ que se vuelven cercanas, amigos, familia por adopción, y que pasan a formar parte de nuestra propia historia. Viajar es también dejarse ir para convertirse en una mejor versión de sí mismo. Cuando viajamos somos otros por algún tiempo, viajar es haber estado lejos y volver distinta. Un viaje te puede cambiar la vida.
“Uno de los hechos capitales de nuestra historia es el descubrimiento del Oriente”, escribió Borges en su prólogo a La descripción del mundo de Marco Polo; cada viajero repite y confirma ese descubrimiento y lo transforma en su sueño personal del Oriente, en una nueva versión imaginaria del mundo. Este libro guarda toda la subjetividad de la mirada de alguien que se encuentra con esa cultura tan distinta por primera vez y que, por la magia del viaje, se transforma en niña, una niñamadre que acompaña y es acompañada. En estas páginas aparece también la voz de mi hijo a la manera de monólogos, él me cuenta (y nos cuenta) sobre su experiencia en la escuela, en los techos de los edificios de más de cuarenta pisos, en la noche de China. Es la mirada de un chico de diecisiete años en su particular encuentro con el ‘Oriente’, como decía Borges, “esa palabra espléndida que abarca la aurora y tantas y famosas naciones”.
¿Cuándo empieza el viaje? ¿Por dónde empezar a contar una experiencia que me cambió y cambió mi mirada hacia esa parte tan poco conocida del planeta? ¿Fue en el momento cuando compré el pasaje o en el encuentro con Miao, la pastelera china de Río perdida en el aeropuerto de Dubái, a quien ‘adopté’ por unas horas? ¿Fue cuando nuestro avión –nótese el plural– aterrizó en la noche de Guangzhou y entonces ella, con su conocimiento del terreno y del dialecto cantonés, me ayudó a encontrar un taxi para salvarme de peores destinos? El lugar cambia al viajero y lo transforma. Como decía Nicolas Bouvier: “Uno no hace el viaje, el viaje lo hace a uno”.
Quizás este viaje se hizo real en el primer encuentro con mi hijo en Foshán, la ciudad que se convirtió en mi casa por algún tiempo, y lo vi tan alto y tan distinto, tan desenvuelto y libre, hablando en chino como si fuera lo más natural del mundo. Contenta de que hubiera tenido tanta suerte con sus padres de destino, le dije:
—¡Al fin una familia normal!
Y él, como si acabara de leer Anna Karénina me contestó, con su voz grave:
—Má, no hay familias normales.