La partícula de dios
Divulgación científica
Martes 29 de marzo de 2016
Por Patricio Zunini.
Nada más parecido a la religión que la matemática. Alan Badiou menciona a Kant en Lo finito y lo infinito (Capital Intelectual): el gran filósofo alemán, que elaboraba sus conceptos sobre ética y moral a partir de la teoría newtoniana, decía que el primer hombre en dedicarse a la geometría había tenido una iluminación y que, gracias a él, el camino de una ciencia «se había abierto y trazado para todos los tiempos y a distancias infinitas». Decir que alguien tuvo una iluminación es lo mismo que decir que tuvo una epifanía. La religión judeocristiana se basa en un dogma —por definición, una verdad que no se cuestiona— y un conjunto de reglas o mandamientos. De la misma manera, la geometría euclidiana parte de una serie de axiomas —una verdad que no requiere de demostración— y un conjunto de reglas o postulados. Por supuesto, esta idea no es nueva. Ya los miembros de la Hermandad Pitagórica, como dice Simon Singh en El último teorema de Fermat (Páprika), «creían que entendiendo las relaciones entre los números podrían descubrir los secretos espirituales del universo y acercarse más a los dioses». ¿Será, entonces, la sensación de entender, de acercarse a dios lo que nos fascina de los libros de ciencias?
Hace unas semanas, Anagrama publicó un pequeño libro de divulgación científica que viene con la fama de haberse convertido en un imprevisto bestseller en Italia (el autor es italiano): Siete breves lecciones de física, de Carlo Rovelli, recorre en poco menos de 100 páginas la teoría de la relatividad, los principios de mecánica cuántica, la composición de los agujeros negros, etc. Rovelli, físico teórico especializado en estudios de gravedad cuántica, no tiene ni la desfachatez de Bill Bryson en Una breve historia de casi todo (RBA) ni el dandismo de Stephen Hawking en Breve historia del tiempo (¡qué les pasa a los científicos con la brevedad!), pero su fortaleza reside en la eficacia para explicar con simpleza las teorías fundamentales del siglo XX.
«La ciencia», dice Rovelli, «antes de estar constituida por experimentos, mediciones, matemáticas, deducciones rigurosas, lo está sobre todo, por visiones. La ciencia es, ante todo una actividad visionaria.» Con esta premisa, el recorrido por las diferentes teorías es a la vez una aproximación a la vida de las grandes mentes de la física: Einstein, Bohr, Boltzmann —que se ahorcó por la falta de crédito de la comunidad científica—, Planck. La historia del conocimiento es la historia del deseo: «Por naturaleza amamos y somos honestos. Y por naturaleza queremos saber más.» Pero cuando hay teorías válidas que a la vez son opuestas, lo que subyace es que cuando más sabemos, más necesitamos aprender: la divinidad gusta de ocultarse.
Un posible lector de Siete lecciones… sería el adolescente que todavía no llegó al CBC —y por lo tanto no leyó los cuadernillos de Pensamiento Científico—, pero que vio todos los capítulos de la serie “Cosmos” —la vieja con Carl Sagan y la nueva con Niel deGrasse Tyson—, que se pierde mirando el cielo, imaginando saltos y conexiones ante la belleza de un mundo que lo deja sin aliento.
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