Una segunda inocencia
Sobre la novela de Laura Erber
Miércoles 14 de setiembre de 2016
"La escritura de Erber es desacartonada y anfibia". Una estructura arriesgada para una novela arriesgada: la artista visual y escritora brasilera acaba de publicar Ardillas de Pavlov (Adriana Hidalgo).
Por Leonardo Sabbatella.
¿Cómo se representa la forma que adopta una vida? Ardillas de Pavlov (Adriana Hidalgo), de la escritora y artista visual brasilera Laura Erber, ensaya una serie de respuestas posibles. A través de la hoja de ruta de Ciprian, un rumano que se crió en los años ochenta del régimen soviético, el libro indaga sobre el destino previsible y azaroso de un artista contemporáneo. Residencias, becas y otras escalas del sistema del arte delinean la vida del protagonista, hasta que la propia novela se encarga de hacerla detonar.
Las primeras cuarenta páginas del libro son de un extrañamiento cautivante, al punto que la escritura de Erbar lleva al lector a preguntarse qué es lo que está leyendo. El montaje y el ritmo de resumen aleatorio, donde se mezclan datos de toda índole (históricos, públicos, menores, privados), son las principales armas con las que el texto traza una cartografía de minúsculos desvíos.
Las fotografías que incorpora la novela no grafican ni ilustran el relato, sino que le salen al cruce, lo disparan hacia otro sentido y otro lugar. El choque entre texto e imagen crea una especie de tercero escindido, de artefacto que ya no pertenece ni a la imagen ni a la letra. La velocidad de la narración pareciera ser pausada por las fotografías, como si le impusieran una gramática del contratiempo.
La escritura de Erber es desacartonada y anfibia, pareciera crecer al calor de “una segunda inocencia, que solo alcanza quien pasó por lo peor”. La autora es una artista plástica que ha recurrido a la literatura quizá para purgarse, como si la literatura le diera la posibilidad de tomar distancia y trabajar sobre ella como si fuera otra. Ardillas de Pavolv trata de una artista (Erber) escribiendo sobre un artista (Ciprian), como si hubiera elegido volver a nacer pero bajo el clima soviético, con otro sexo y tal vez trazando una biografía imaginada.
Una de las grandes virtudes de la novela son los pequeños gags o pasos de comedia que entabla en relación al arte contemporáneo. ¿Se está riendo y ridiculizando a sí misma y al campo en el que se mueve? Leída como una mirada que sacude las convenciones y estereotipos que se montan sobre un artista en el presente, el lector podría encontrar un manifiesto sobre cómo debe ser la vida de uno de esos seres (incluso cuando no se sabe si se trata de una serie de principios o de una mera burla).
No es menor que una novela que resulta una bocanada de oxígeno provenga de una artista plástica. La escritura de Erber hace recordar los libros-maquetas de Mario Bellatin, en los que se trabaja al mismo tiempo en el centro de la literatura (Ardillas de Pavlov renueva la tradición de la novela de personaje) como en la periferia o ciertas zonas de la vanguardia. Estamos ante un texto que propone recorridos múltiples, y un sistema inestable que muta con el correr de las páginas.