Una delicada autobiografía ocular
Por Eduardo Stupía
Viernes 04 de mayo de 2018
"Para Mercedes Halfon, eso que se llama punto de vista es un fenomeno no sólo de la subjetividad sino tan material y físico como la óptica y la visión": el texto que el artista plástico leyó para presentar El trabajo de los ojos, novedad de Entropía.
Por Eduardo Stupía.
Hay literatura sobre los grandes comienzos y grandes finales de grandes libros. Este libro tiene un gran comienzo, categórico, y un gran final significartivo. Empieza con la muerte de un oculista. Y concluye con la aparición de un editor. El año pasado murió mi oculista. Esa es la primera línea del libro de Mercedes Halfon, y en el párrafo de las dieciocho líneas siguientes ella va a citar ocho enfermedades de la vista que de un modo u otro ha padecido. Pero enseguida nos damos cuenta de que el libro va a despegarse rápidamente de cualquier demagogia de las patologías, tan tentadoras para dramatizar. Es cierto que tiene algo de exorcismo privado, como si Halfon hubiera querido establecer, a partir de ciertas felices certidumbres, de la plenitud en tiempo presente del que da cuenta su escritura, una territorio equidistante de miedos, fantasmas y fetiches para reconciliarse con su propia historia en un vademecum de espectro amplio, como los antibióticos, que incluye referencias a la ceguera, a la historia de la oftalmología y a las teorías de la percepción visual. Como sea, el tono es inmediatamente de una enorme naturalidad,como si esa primera persona que se manifiesta ahí nomas tan modicamente confesional nos propusiera que la acompañaramos en un derrotero de diario íntimo, una delicada autobiografía ocular. De hecho, puede decirse que El trabajo de los ojos tiene, como los Diarios, entradas, mas que capítulos. Pequeñas escenas muy diversas y heterogéneas, siempre de un modo u otro muy reveladoras, en las que puede corroborarse nitidamente, de hecho ya en la primera de ellas, que la infancia de la autora va a ser mucho mas que un ingrediente narrativo, para convertirse en una suerte de tono continuo, de ambientación anímica atemporal, como si la persistencia de esa enfermedad de la vista que aparece a los pocos años y que es el estrabismo implicara también en Mercedes la supervivencia de una sorpresa infantil en el sentido virginal, altamente sensibilizada, en sus maneras de ver el mundo, ecualizada no obstante con la necesidad adulta de no melancolizarse en exceso, para ser todo lo veraz que se pueda.
Tambien el libro reserva algunas hipótesis muy privadas que inmediatamente, como en los relatos detectivescos, nos inducen a otras: de hecho, aquel inolvidable oculista de nombre Balzaretti se niega a practicarle a la niña Mercedes la muy recomendada operación para corregir el estrabismo, y entonces el ojo que se pretendía enderezarle, dice la autora, se fue para afuera. La desviación, dice, se hizo divergente sin intervención alguna. Si me hubieran operado, agrega, no sé hacia donde apuntaría ese ojo. Hacia un ángulo del cielorraso. Lo que es seguro es que no hacia la pantalla de la laptop que tengo adelante. ¿Todo un destino escritural pre–visto, preconfigurado, involuntariamente, en la decisiòn de un oculista?.¿la condición oftalmológica como una teoría de la escritura? De hecho, en la siguiente entrada, o capítulo II, Mercedes explica que el estrabismo afecta la percepción de la profundidad, el tamaño y la distancia.¿Será por estar entrenada en esa lucha constante con las condiciones de su visión que Mercedes logra justamente una escritura perfectamente equilibrada en profundidad, tamaño - es decir, proporciones y magnitudes – y distancia, es decir, el suficiente desapego para una versión de intimidad sin infección sentimental?.
En cualquier caso, no hay nada aquí de mito originario, ni las escenas de infancia y adolescencia apelan a la candidez impostada ni a ninguna forzada empatía. La nena bizca, cuidada por sus padres como una perla ovalada, la madre y el hermano operados de estrabismo cuando niños, la familia de lentes siempre gruesos, el oculista Balzaretti, el Dr. Fontana, la pediatra y oftalmóloga Dra, Horvilleur, la misma Mercedes, son personajes de una serie de viñetas tan vividamente episódicas como introspectivas, eventualmente novelescas, que se entrelazan con apuntes de datos históricos, clínicos, psicológicos, científicos, para verosimilizar cualquier exceso fantasmático que comprometa la claridad expositiva del monólogo. Ahí estamos, entonces, atrapados entre el sainete familiar, la historia, traumática y épica, secular y fantástica, de unos ojos, la tragicomedia de las salas de espera, las cegueras célebres, las penumbras teatrales de los consultorios y la femenina voz que, como delicado instrumento, examina su propia mirada como en una oftalmología de la conciencia. Porque para Mercedes Halfon, eso que se llama punto de vista es un fenomeno no sólo de la subjetividad sino tan material y físico como la óptica y la visión.